La lectura es uno de los factores que fortalecen la ciudadanía. Ayuda a conformar una personalidad democrática, aunque, debemos decirlo, no lo hace de una forma automática.
Poder descifrar las letras impresas en hojas que conforman un libro, y/o que están plasmadas en una pantalla de computadora, no significa necesariamente saber leer. Porque la lectura es un proceso más complejo, en el que está involucrada la capacidad de dialogar con el autor de lo que vamos leyendo, estar de acuerdo o en desacuerdo con él, o ella, y sacar conclusiones propias en ese diálogo.
En el sentido de la afirmación anterior va la consideración de Daniel Cassany, en su obra Tras las líneas. Sobre la lectura contemporánea (Editorial Anagrama), cuando apunta que “Leer y comprender es una actividad compleja en cada lugar, fecha y circunstancia. Si bastara con aprender palabras, la sintaxis o los sonidos que se relacionan con éstas, sin duda todos los jóvenes que llevan años en la escuela sabrían leer… ¡Pero no es así!”.
En México el sistema educativo está basado en mal orientar al estudiantado, al hacerle creer que sabe leer cuando en realidad es que nada más se le enseña a decodificar gramaticalmente lo impreso. Por lo mismo un altísimo porcentaje de los estudiantes, sean estos de primaria o universitarios, salen muy mal librados en la llamada lectura de comprensión. En el ejercicio de saber qué se propone en un texto, las partes que lo integran, las propuestas que se hacen y los argumentos para sostenerlas, y las conclusiones a las que arriba un autor(a); los escolares mexicanos tienen tantas dificultades para salir airosos que para nada resulta exagerado concluir que no saben leer.
Esa incapacidad de realmente comprender un texto la corrobora la experiencia por más de dos décadas de una docente de la mayor, y mejor, universidad del país, que tiene a su cargo el sistema que certifica la posesión, o no, de una lengua extranjera por parte de estudiantes que necesitan ese requisito para titularse de alguna licenciatura y/o para ingresar a un posgrado. En los miles de exámenes aplicados para comprobar que los candidatos pueden leer un texto de la especialidad sobre la que hicieron sus estudios de licenciatura, texto sobre el que se les hacen preguntas por escrito para evaluar si comprendieron lo leído, un preocupante porcentaje no obtiene la calificación aprobatoria. La conclusión de esa muy responsable docente, y el equipo que con ella labora, es que los aspirantes no pueden hacer lectura de comprensión en una lengua extranjera porque no saben leer bien en español. Luego entonces la problemática va más allá de aprender reglas gramaticales, declinaciones de verbos y vocabulario de una nueva lengua, pasa por el hecho de que los estudiantes llegaron al nivel universitario sin la capacidad de leer analíticamente.
Dice Gabriel García Márquez que la lectura se adquiere por contagio, ¿pero cómo la inmensa mayoría de mexicano(a)s puede contagiarse de algo a lo que muy raramente está expuesto? El hábito de la lectura es una rareza entre nosotros. De ello dejan seco y brutal testimonio las escalofriantes cifras que muestran la existencia en México de una librería por cada 250 mil habitantes, y que en el país sólo en seis por ciento de los municipios haya librerías. El 40 por ciento de puntos de venta de libros está concentrado en la ciudad de México, e incluso pocos de los lugares donde se expenden libros son dignos de llamarse librerías. En el Distrito Federal las librerías que se localizan al sur de la ciudad, las que más volúmenes venden y mayor número de títulos tienen, languidecen cuando se les compara con las librerías de ciudades estadounidenses o europeas con mucho menos habitantes que nuestra capital.
En cuanto a España, pese a su gran industria editorial, cuya mucha de su producción se exporta a Latinoamérica, los resultados en cuanto a forja de lectores no son para celebrarse: “sólo 3% de sus alumnos alcanza el nivel más alto de resultados de la prueba OCDE-PISA, en destreza lectora, y su índice de lectura [está] ‘a la cola de Europa’” (http://estepais.com/site/2012/%c2%bfpor-que-es-un-problema-la-lectura/).
Sin contagiadores de la lectura a gran escala no habrá contagiados. Los libros son bienes lejanos a la inmensa mayoría de los mexicano(a)s, son objetos extraños a su vida cotidiana. Campañas publicitarias gubernamentales y/o de organismos privados tipo “Hacia un país de lectores”, o la reciente “20 minutos de lectura por día” son más verborrea pirotécnica que verdaderos programas y acciones que vayan acercando el libro naturalmente a los escolares de los primeros grados inscritos en el sistema educativo nacional. ¿Pero cómo puede ser de otra forma si en la presidencia de la República estuvo del 2000 al 2006 un antilector, Vicente Fox, y quien ocupa hoy el cargo, Enrique Peña Nieto, cuando era candidato en el 2011, a pregunta de los reporteros sobre libros que lo habían marcado fue incapaz de dar títulos y autores? Eso sí, para salir del paso dijo que había leído la Biblia, no toda, pero sí partes importantes de la misma. Su respuesta me llevó a comentar que la pretendida lectura de la Biblia debió influirle para frecuentar más libros y autores, pero no fue así (http://www.jornada.unam.mx/2011/12/14/politica/027a2pol).
No obstante el hábito de leer es tan generoso que hasta quienes dudosamente leen, como los personajes famosos que aparecen haciéndole publicidad televisiva y radiofónica a las maravillas de la lectura, se atreven a elogiarlo y recomendarlo. Nuestra tragedia es que quienes se supone están mejor equipados para leer nada más no leen libros por el gusto de hacerlo. Es bajísimo el porcentaje de universitarios que por su cuenta leen consuetudinariamente después de haberse graduado. Cuando se despidieron de la universidad también se despidieron de los libros.
La lectura es uno de los factores que fortalecen la ciudadanía. Ayuda a conformar una personalidad democrática, aunque, debemos decirlo, no lo hace de una forma automática. La búsqueda constante de información, ideas, propuestas y nuevos horizontes es una característica de quienes buscan construir democracia en todos los órdenes de la sociedad.
Un aparato gubernamental que aleja, que impide con sus programas ineficaces la lectura masiva en el nivel educativo inicial, es un gobierno que fomenta la antidemocracia al seguir privilegiando la educación memorista en lugar de transmitir el gusto por la lectura que lleva a pensar por sí mismo. Ante tal panorama, queda el sencillo camino de compartir con otros y otras las lecturas que nos conmueven, hablar de los libros que ayudan a diseccionarnos, porque, ya lo dijo Franz Kafka: “un libro tiene que ser un hacha que rompa el mar de hielo que llevamos dentro”.
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