Fina Gil Gil, In Memoriam

Cuando mis días se acaben aquí, Con sus tareas, fatiga, dolor,

Salvo a las playas de luz llegaré

¡Y en Su hermosura veré a mi Señor!

 

Cuando me vea ocupando el lugar

Que señalaron Su gracia y amor,

Viendo Su rostro bendito, Su faz,

¡Interminable se hará mi loor!

 

Caros amigos me esperan allí,

Gozo y ventura fluyendo en redor,

Para Sus santos, decid, ¿qué será

Una sonrisa del Rey Salvador?

 

¡GLORIA Y CANCIÓN HAY PARA MI!

¡GOZO SIN PAR, GLORIAS SIN FIN!

GLORIA Y MÁS GLORIA MIRANDO SU FAZ

¡GLORIA Y MÁS GLORIA! POR SIEMPRE JAMÁS".

Mariano San León.

No sé si este era el himno favorito de Fina Gil Gil, Finuca, como la llamaban todos; pero estoy más que segura que expresaba todo el sentir de su precioso corazón.

El Señor se la llevó a Su presencia a primera hora de esta tarde (lunes), cuando tenía 85 años de edad y aunque llevaba muchísimos años viviendo aquí en La Coruña, Galicia…… Nació en Marín, hija de Antonio y de Claudina y viniendo de tres generaciones de creyentes.

Yo la conocí cuando era una niña muy pequeña, vino a vivir aquí con su esposo Benjamín Area y sus cuatro hijos, Ana, Roberto, Esther y Benjamín. Con ellos crecí y, el hueco que hoy deja en nuestra iglesia es tan imborrable que me faltan palabras para poder expresarlo.

Era muy linda, pero la belleza de su preciosa cara, no sólo era exterior. Como casi todas las auténticas bellezas, era el reflejo de la infinita belleza de su alma.

Su padre Antonio, trabajaba en la mar y su madre Claudina cosía las redes; fueron 7 hermanos y Fina era la mayor. La recuerdo contar muchas veces que con 9 añitos ya comenzó a trabajar y a llevar la casa y siendo de esa edad ya cargaba en brazos…”en colo”, como decimos los gallegos a su hermano pequeño, José.

Cuenta la gente de Marín que la conoció de toda la vida, que siempre fue la maravillosa mujer que yo conocería mucho después, siempre dispuesta a trabajar en todo lo que le pidieran en la iglesia, desde lavar las tazas y los enormes pucheros de los cultos de la cascarilla de Fin de Año, limpiar la capilla, lavar en el río la ropa o cualquier otra cosa que hiciera falta.

Sus padres eran gente humilde, gente de la mar; pero aquella casa en “La banda del río”, siempre estaba abierta para hospedar, recoger, saciar el hambre o la sed del necesitado, amar y atender a los siervos de Dios, con razón Fina era tan especial!!.

A los pocos años de venir a vivir a Coruña, su esposo Benjamín que padecía del corazón, falleció y aquí se quedó Fina, lejos de su Marín natal y de su familia, con 40 años, 4 hijos por criar y muy poco dinero para sacarlos adelante.

¡Nunca! En toda mi vida escuché salir de sus labios la menor queja y allí estaba siempre el banco donde se solía sentar, solita y con sus preciosos hijos a los que amo profundamente. Nunca faltaba a las reuniones y vivía muy lejos.

Hace unos cuantos años, cuando sacábamos una revista para mujeres en nuestra iglesia… “Entre nosotras”, le hice una entrevista. No recuerdo exactamente todo lo que le pregunté, pero hay algo que me dijo que jamás olvidé y siempre he procurado que fuera una realidad en mi propia vida. A una de mis preguntas, Fina me contestó, no tenía mucho dinero, pero tenía todo el amor del mundo para dar a mis hijos, siempre estaba en casa cuando llegaban del colegio y lo que no podía darles de otro modo, procuraba que lo encontraran en mi regazo, mi amor incondicional y mi comprensión para mitigar sus penas y saciar todas sus necesidades. Cuando escuché aquello, se me empañaron los ojos y he procurado repetirlo.

Sus hijos la amaban tanto, que a medida que se iban casando y tenían su propia casa. La casa de mamá era la casa de mamá… y nadie quería dejarla sola; así que todos los días, se juntaban para comer con ella. Fina compraba y cocinaba, crió a sus nietos mientras pudo, sus hijas limpiaban… En aquella casa todo era amor y dulzura por todas partes… Aquella vieja cocina cada vez se quedaba más pequeña, pero nunca falto un sitio ni un plato de comida para quien lo necesitara.

Igual que vivió, envejeció y se dejó llevar por Su Señor, sin una sola mala palabra, sin la mínima queja y en una paz profunda. Llevaba años encamada, hace un par de semanas que la visitamos por última vez, eran piel y huesitos, sus hijos y nietos la tenían entre algodones, sé que en ocasiones sufría y sufríó a la hora de morir, no podía respirar, había que aspirarla, pero su nieta mayor que es enfermera, la aspiraba ella misma siempre que no había que llevarla al hospital.

Cada vez que íbamos a visitarla, al final… Parecía que ya no nos conocía, pero en el fondo creo que si, me encantaba acariciarle su preciosa cara ahora muy delgadita y sensible, su pelo casi por completo blanco, me encantaba cantarle algún himno bien “viejo” mientras mi esposo le leía alguna porción de la Escritura y, al final oraba por ella… Murió tal como vivió, era la bondad personificada, la prudencia en su estado más puro y la Luz del Señor irradiando a través de su rostro y de su vida.

Sé que mañana, en su entierro, voy a llorar, ha dejado en mi vida una huella y un ejemplo imborrables de una auténtica mujer de Dios que a pesar de una vida llena de trabajos y pruebas duras permaneció fiel a Su Señor, dejando el legado de sus cuatro hijos con sus familias fieles al mismo Dios.

Gracias Fina querida por todo lo bueno que me has dado!! es muchísimo más de lo que te hayas podido imaginar jamás y “tus obras… contigo siguen”… Descansando en la fe que un lejano día depositaste en el Autor de la vida, Aquel que te vino a salvar y al que le has sido fiel hasta el último de tus suspiros.

Descansa mi querida hermana!, descansa en los brazos amantes del Señor!, descansa por fin!, un beso!, Beatriz.