El nuevo ateísmo se asigna a sí mismo una moral superior a partir de su fervor antirreligioso. ¿Tiene razón?
Si se consideraran seriamente las propuestas del Nuevo ateísmo, es de suponer que éstas tendrían una gran influencia en la vida de las personas así como en el concepto que cada cual sostendría de sí mismo. Si Dios no existiera -dicen los nuevos ateos- todos seríamos más felices porque no habría ningún tipo de violencia religiosa. La humanidad gozaría de más paz y tranquilidad. A lo largo de la historia no se habrían producido herejías, fanatismos, inquisiciones, guerras de religión, ni hogueras justicieras o purificadoras de la ortodoxia. Si el ateísmo fuese cierto y se aplicara al estilo de vida cotidiano, los seres humanos serían más maduros porque habrían aprendido a vivir por sí mismos sin el apoyo de las muletas de la fe. Nos las apañaríamos sin Biblias, ni libros inspirados, ni mandamientos divinos. Seguiríamos la moral y los valores que se desprenden de la sola razón. Los instintos éticos que la selección natural habría ido grabando en nuestra conciencia durante millones de años serían los únicos a seguir. Y, en fin, la sociedad liberada de todas estas aflicciones sería una auténtica sociedad del bienestar. ¿Están bien fundamentadas tales esperanzas?
Hay una gran diferencia entre lo que desean los nuevos ateos de hoy y aquello que consideraban sus predecesores, los ateos clásicos. Los libros de Friedrich Nietzsche, Albert Camus y Jean-Paul Sartre, por ejemplo, rezuman un ateísmo duro que reclama un cambio radical en la conciencia humana y en la cultura. Según tales autores, la persona que se define como atea debe estar dispuesta a afrontar con valentía los retos de su increencia. Tiene que resignarse a vivir en un continuo esfuerzo para superar las terribles consecuencias de la muerte de Dios. Asumir que hay que vivir honestamente y practicar la justicia a pesar de no creer en la trascendencia, estar seguros que la vida carece de sentido y sentirse destinados a la nada más absoluta, no es una empresa fácil ni deseable para nadie. El verdadero ateísmo requiere el coraje suficiente para reconocer que, si no hay Dios, es el individuo el único que debe crear los valores que guiarán su vida y seguirlos fielmente contra viento y marea. Si no se hace así, no hay genuino ateísmo. Esto es lo que pensaban tales filósofos, así como también, Freud, Feuerbach, Marx y otros. Sin embargo, ¿cuántas personas son capaces de soportar dicha carga? Los padres del ateísmo estaban convencidos de que la mayoría de los hombres no dispone de la entereza moral necesaria para ser coherentes con la ideología atea. ¿Cómo es el ateísmo que nos proponen los nuevos ateos actuales?
El estilo de vida al que se aspira en sus obras es muy parecido al que ya existe hoy en el mundo occidental. Quizá la única diferencia es que no habría terroristas ni fanáticos religiosos pero, por lo demás, todo quedaría casi igual. El hombre se vería a sí mismo como el producto azaroso de la evolución darwinista, no de la bondad de un Creador sabio que lo hizo con un determinado propósito. Su instinto moral y social sería el producto de una accidentada trayectoria biológica y sólo habría que hacerle pequeños retoques culturales para sustituir convenientemente la huella dejada por los antiguos valores religiosos. Desde luego, convendría mantener las confortables y conservadoras circunstancias socioeconómicas de que disfruta el primer mundo, ¿cómo si no se podría filosofar e imponer el ateísmo al menor coste posible? Aunque la ciencia sustituiría a la fe y la moral se fundamentaría en la razón, en el fondo habrían pocas reformas sociales y la sociedad continuaría con los mismos valores de siempre. Como es fácil comprobar, se trata de un ateísmo acomodado, blando, descafeinado y light. Nada que ver con las convicciones de los verdaderos ateos duros, a quienes tanto repugnaba esta actitud poco coherente.
Los nuevos predicadores de semejante ateísmo blando están convencidos de que el darwinismo puro y duro de sus sermones resulta suficiente para eliminar a Dios del alma humana. Creen que al hacerlo, ni la cultura occidental ni la racionalidad y la moral del ser humano, resultarán dañadas. Piensan que sin la fe en la divinidad y la idea de trascendencia del hombre todo seguiría igual. Pero se equivocan por completo. Esto es precisamente lo que supieron reconocer ya en su tiempo los ateos clásicos. Ellos creyeron que el verdadero ateísmo suponía, de hecho, el colapso de todo el universo de valores, símbolos y significados humanos, generado en Occidente en torno a la idea de la existencia de Dios. ¿Qué ocurriría si las personas se dieran cuenta que, desde el ateísmo radical, no hay base alguna capaz de sustentar sus valoraciones morales? ¿Acaso puede el naturalismo darwinista fundamentar los juicios de valor o la pretensión de poseer la verdad que nos caracteriza? ¿Sería capaz la razón y la educación científica de convencer al ser humano para que fuera bondadoso e íntegro sabiendo que el mundo carece de significado y propósito? Sin embargo, si Dios no existiera, se debería estar preparado para vivir en un universo así. Un cosmos sin sentido. No obstante, si los ateos duros fueron incapaces de poner en práctica un ateísmo genuino, como el que concibieron con su idea de la muerte de Dios, no creo que los nuevos ateos blandos de hoy vayan a lograrlo.
Por último, resulta sorprendente que ninguno de los proponentes de este Nuevo ateísmo haya reparado en cuál es la base de sus particulares valoraciones éticas. ¿Dónde nace su fervor antirreligioso? Para estar convencidos de que la religión es mala, deben poder abrazar sin reservas aquello que consideran indiscutiblemente bueno. Pero, ¿dónde radican los cimientos de dicha rectitud moral? Si no existe un fundamento moral eterno, ¿cómo saber que sus criterios son correctos y no ciegas artimañas de la selección natural? Si la base de sus apreciaciones morales radica en ellos mismos, ¿por qué ha de darse crédito a su conciencia cuando ésta condena las conciencias de todos los creyentes del mundo? Si Dios no existiera, no se podrían formular juicios morales como los que hacen los nuevos ateos porque no existirían tampoco valores absolutos. Pero, si el ser humano es capaz de realizar dicho juicios, si existen los valores absolutos, entonces Dios tiene que existir también.
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