Conrado Grebel creyó tener en Thomas Müntzer un aliado. Tal convicción le llevó, junto con correligionarios que consideraban tibias las reformas de Ulrico Zwinglio en Zurich, a escribirle al radical de Alemania.
En el artículo anterior referí algunos puntos del contenido del
Sermón a los príncipes de Sajonia, dado por Müntzer a mediados de julio de 1524. La predicación fue escuchada por el duque Juan, hermano de Federico el Sabio (protector de Lutero), y el hijo de aquél, Juan Federico. La noticia sobre la pieza oratoria llegó a conocimiento de Conrado Grebel, Félix Manz y otros del grupo anabautista en Zurich, Suiza. Más información se la proporcionó a los disidentes de Zwinglio el germano Hans Huiuff, quien había llegado a Suiza y se contactó con Grebel y los otros (John H. Yoder,
Textos escogidos de la Reforma radical, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1976, p. 131).
Conrado escribe a Müntzer en nombre de un movimiento, “de una comunidad; la
iglesia libre es una realidad vivida antes de concretarse en enero de 1525 con los primeros bautismos [de creyentes]” (Yoder, p. 132). Creyendo que Müntzer comparte con ellos sus críticas tanto a la Iglesia católica como a los reformadores magisteriales y la necesidad de una vía que privilegie la construcción de una comunidad voluntaria, los radicales de Zurich intentaron tender puentes de entendimiento con el profeta de Allstedt. Es por esto que el contenido de la primera carta muestra que “no conocen su misticismo, sus desprecio hacia el biblicismo, su originalidad apocalíptica […] ignoran sus expresiones a favor de una revolución violenta”. (Yoder, p. 132).
La misiva de Grebel, “vocero del evangelicalismo radical de Suiza” (George H. Williams y Ángel M. Mergal, editores,
Spiritual and Anabaptist Writers, The Westminster Press, Philadelphia, 1957, p. 71), tiene fecha del 5 de septiembre de 1524. Tras el saludo el primer punto de la carta es una crítica a un Evangelio salvacionista que no produce cambios éticos en quienes dicen ser salvos: “Hoy todos quieren ser salvados por una fe aparente, sin los frutos de la fe, sin el bautismo de la prueba [persecución por practicar el bautismo de creyentes], sin amor y esperanza, sin prácticas cristianas apropiadas”.
Grebel reconoce que él y la comunidad en nombre de la cual escribe estuvieron inmersos en el mismo error que criticaba: “En ese error también hemos estado implicados nosotros –como pago de nuestros pecados–, mientras sólo fuimos oyentes y lectores de predicadores evangélicos, culpables de todo eso. Pero después que tomamos las escrituras en nuestras manos y examinamos todos los puntos, nos hemos informado mejor y hemos descubierto el grande y nefasto error de los pastores y de nosotros mismos”.
Grebel le explica que los disidentes de Zurich conocieron su escrito “contra la fe y el bautismo espurios”, encontrando puntos de coincidencia entre los propuesto por ellos y los sostenido por Müntzer. Cabe mencionar que a diferencia de Grebel, Manz y Blaurock, “el visionario de Allstedt nunca practicó ni exigió el bautismo de adultos” (Lluís Duch,
Thomas Müntzer: tratados y sermones, Editorial Trotta, Madrid, 2001, p. 68). Es decir, no fue, como algunos han sostenido, anabautista.
Los remitentes, con Grebel a la cabeza, le reprochan a Müntzer haber traducido la misa al alemán, no tanto por la traducción a la lengua del pueblo sino porque lo traducido es la misa, que consideraban carente de bases bíblicas. Además, en un estrecho entendimiento de lo que debe tenerse por bíblico, reprueban que Müntzer ha “introducido nuevos himnos alemanes. Eso no puede estar bien, cuando en el Nuevo Testamento no encontramos ninguna enseñanza acerca del canto ni ningún ejemplo” […] Puesto que cantar en el idioma latino surgió sin enseñanza divina o ejemplo y práctica apostólicos, y no aparejó nada bueno ni resultó edificante, mucho menos edificante será en alemán y provocará una fe sólo aparente”.
La clave para la desaprobación de lo realizado por Müntzer, en cuanto al canto de himnos y de otras prácticas, estaba para los hermanos suizos en su siguiente afirmación: “Lo que
no se nos enseña por medio de claros pasajes de la Biblia y por medio de ejemplos debe considerarse prohibido”. Ellos creían que lo que no estaba expresamente mandado en las Escrituras entonces estaba prohibido. En tanto que otros consideraban que si no estaba claramente prohibido por lo tanto podía permitirse. Hoy existen tendencias interpretativas semejantes a las dos mencionadas.
En el mismo sentido de apegarse casi literalmente a lo normado por la Biblia, particularmente en el Nuevo Testamento, punto culminante de la revelación progresiva de Dios, Grebel y los otros mencionan que “la cena de la comunión fue instituida por Cristo e implantada por él. Sólo deben emplearse las palabras que aparecen en Mateo 26, Marcos 14, Lucas 22 y 1ª Corintios 11, ni más ni menos […] Debe utilizarse pan corriente, sin ídolos ni añadidos […] Además debe utilizarse [para el vino un vaso común […] Porque la cena es una muestra de comunión, no una misa y un sacramento”.
Grebel exhorta a Thomas Müntzer para que dedique sus talentos y esfuerzo a crear una comunidad cristiana de acuerdo al Espíritu de Cristo. Para aquél dicha comunidad debería ser voluntaria, caracterizada por el amor y contrastante éticamente con el mundo circundante, en ella no debe tener parte el Estado para obligar a creer de acuerdo a lo prescrito por una Iglesia oficial. Sin ahondar en la noción de separación Iglesia-Estado, ya que Grebel no desarrolla este punto que sería central en posteriores posiciones anabautistas, sí está implícito en la carta el principio de separación entre ambas esferas. Desde el gobierno político era una contradicción siquiera pretender
cristianizar a la fuerza a la sociedad.
Respecto a defender con la espada al Evangelio y la postura de los hermanos suizos sobre el paidobautismo, así como el contenido de la segunda carta, más corta que la primera; me ocuparé en el siguiente artículo.
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