El deseo de distinguirse es uno de los principios más radicales de nuestra naturaleza, incluso lo he percibido en momentos que deberían ser de la máxima humildad, como cuando se está orando, y la persona en cuestión no trata de evitar ni puede, que se la reconozca como de la mejor del rezo. Esa sutil pasión es más fuerte en el periodo medio de la vida. Figura entre la afición al placer que asedia a la juventud y el afán de lucro que acompaña la vejez.
El ideal de servir y ser útiles se opone a todo egotismo o mira egoísta.
Sólo es grande de corazón quien derrama un gran afecto sobre el mundo; sólo es grande de mentalidad quien conmueve al mundo con pensamientos puros. Nuestro divino Señor nos dio la clave de la grandeza cuando nos dijo que Él no vino a realizar ajenos ministerios, sino a seguir un ministerio propio. Un servicio de nuestros semejantes, tal como el que Él inspiró ha de ser servicio de amor, porque sólo de una fuente de amor pueden fluir actos útiles, tan sorprendentes y eficaces como los de amor y servicio, que son inseparables, además de exigir abnegación y renuncia a idolatrar el yo. Continuar sirviendo día a día, en medio de los desaires, oposiciones, reproches o discriminaciones, significa que a uno le gobierna una ley más alta que el deseo de conseguir el aplauso de nuestros semejantes. A menos que aprendamos a resolver el ayudar a un vecino con espíritu de amor, nunca nos sobrepondremos a las culpables tendencias, que constantemente nos abocan a la mediocridad.
“Desde el Corazón” pienso que casi todas nuestras tendencias más degradantes parecen alinearse en dos encabezamientos: Mal carácter y deseo mal regulado. El servir ayuda a corregir estas dos venenosas tendencias: Primeramente actúa corrigiendo del carácter el individualismo y el orgullo.
El hombre que pone el corazón en el servicio, no puede dar cabida al egotismo, que reprime para servir de un modo más afable. Cada cinco minutos de servicio consciente producen el efecto de mantener controlado el
ego sometiéndolo a una más alta y justa voluntad. Además, el querer ser útil hace que el yo se presente inferior para que el prójimo se sienta como exaltado.
El servicio con afecto, corrige también los deseos irregulares. Un deseo no es regulado cuando convierte al ser en el centro de sí mismo, de todas las cosas; y puede llegar a solidificar el corazón de tal modo que se transforme en una ley a que todos los demás se sometan. Este mal puede curarse haciendo a Dios el objeto y el árbitro de nuestros deseos. Uno, entonces, sacrifica muchos de sus lujos y placeres para asistir a los necesitados, a los menos afortunados.
El deseo supremo del Diseñador Inteligente ha grabado en todos los trabajos la ley del servicio expresado con simpatía: A las nubes de los cielos se les ha ordenado su extinción al servicio de la lluvia. Los arroyos mueren contentos al vaciarse en la vastedad de los mares. También las montañas prestan sus servicios, porque son como manos y puertos (no en vano las entradas y salidas en los ordenadores creo que se llaman “puertos”) gigantescos para asir y distribuir la humedad enviándola a las llanuras en corrientes que han de repartir la salud en la tierra. Ni una sola gota de agua tiene una vida egoísta, ni una ráfaga de viento deja de cumplir su misión. Lo que el Creador ha impuesto a la naturaleza por ley, debemos imponérnoslo a nosotros mismos por nuestra buena voluntad. Las aguas, las nubes, las montañas y hasta la tierra, que se consume por dar vida a la simiente, parece alzarse para reprender al hombre que se niega a servir a sus semejantes. Haciendo el bien todo mejora en el universo.
El servicio al prójimo es el más alto que uno se presta a sí mismo; y el mejor modo para cualquiera, de progresar en la gracia, consiste en procurar ser útil. La rueda del molino dejará de moverse si se ataja el agua que la impulsa; el moderno tren se detendrá pese a su velocidad cuando la energía no le llegue; y la caridad en este mundo degenera en mera rutina profesional, y en estadísticas y promedios, carentes de inspiración, de poder y de amor, cuando el hombre olvida lo que el Señor dijo e hizo:
“Ningún hombre ha tenido más amor que aquel que da su vida por su amigo”.
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