Lástima que Dwight Lyman Moody no hubiera caído en la cuenta de que su obra célebre Discursos a mis estudiantespodría haber alcanzado la categoría de obrón de haber tenido el detalle de invitar a algún reportero de la época a dar unas “charletas” sobre “esto” de la Comunicación y haber incluido en la misma a modo de apéndice unos Apuntes de un periodista a los estudiantes de Moody.La Homilética seguiría contando con los escritos de John Wesley, Charles H. Spurgeon y el propio Moody que sientan sus fundamentos y, si no por la puerta grande, “esto” de la prensa habría hecho al menos discreta y subordinada entrada en los planes de estudio de las instituciones académicas eclesiásticas.
La Homilética -una especialidad de la Oratoria, a su vez una de las numerosas ramas del tronco común de la Comunicación- lo acapara todo. Como arte y ciencia de predicar que es, proyecta una sombra total sobre todo lo que tenga que ver con la comunicación. Excesivo poderío, cabría opinar desde fuera de los entornos eclesiásticos, para una
subrama, como aplicaciónunidireccional que es de una rama de la comunicación que es. Una voz -sí, “homilética”- que no recoge el Diccionario de la Lengua Española.
Pero no corresponde desde el Periodismo hacerle a la Homilética el trabajo de la autocrítica. Y sí aplicárnoslo a nosotros mismos, los periodistas. En este sentido, me viene como anillo al dedo extrapolar del mundo de la religión al de la comunicación el refrán que subió a Facebook el otro día Comunidad Cree (Chile):
“Un pastor se conoce porque huele a ‘oveja’ por su continuo trato con aquellos que cuida. Hoy muchos pastores huelen sólo a oficina.”
Dicho y hecho, no está mal aplicárnoslo a nosotros mismos, los periodistas:
“Un periodista se conoce porque huele a ‘la calle’ por su continuo trato con la gente. Hoy muchos periodistas huelen sólo a oficina.”
“Tender puentes entre el mundo eclesiástico y el mundo de la prensa, sigue siendo una tarea pendiente”, dije aquí enmi escrito de felicitación por 10 años de P+D (
“Medicina contra el aburrimiento”). “Dogma y comunicación”, continuaba, “se llevan mal y acaban en desencuentro, porque la certeza y la sospecha son posiciones
de librode partida para el desencuentro”.
Confieso que por más que vengo reflexionando en ello no acabo de encontrar la manera de superar el desencuentro eclesiásticos-periodistas, porque tanto la sospecha como el dogma tienen unos límites muy nítidos que, de traspasarlos, desvirtúan sus propias esencias.
Si acaso, se me ocurre afrontar la búsqueda del consenso por la vía de cambiar el ‘santo y seña’: buscar el acercamiento en el talante y las formas en vez de enrocarse en los principios. Desde el respeto mutuo como requisito de partida.
En este sentido, creo que desde el campo religioso debería ponerse coto a la competencia desleal de medios religiosos por la más clamorosa de las vías normales: contratando periodistas. Coto también, por favor, a la desbocada fiebre planetaria de hacer “periodismo ciudadano” a diestro y a siniestro, generalmente a destiempo, con la religión en plan “cruzada” en las redes sociales.
En una serie de artículos que publiqué en 2009 en Lupa Protestante con el título genérico “
Duro oficio, éste de juntar palabras”. En el último artículo sacaba sobre el tapete este asunto. Al llegar al final afirmé esto:
“Siempre suelo decir que menuda suerte tiene la ciudadanía de que a los periodistas no nos haya dado por meternos a hacer de cirujanos plásticos, arquitectos técnicos o supervisores de control de redes de semáforos urbanos.
Cuando ocurre lo contrario, pasa lo que pasa.”
La frase con la que concluí era premeditadamente dura, incluso un exabrupto calculado si se quiere:
Crucifíqueseme si se quiere, pero lo voy a decir: con esto queda respondida la pregunta -que nadie se formula; no interesa- de por qué hay tan pocos periodistas miembros de iglesias… Y es que no se sabe de ningún médico que guste acudir a sitios donde los curanderos se hayan puesto al mando de la cosa…
(Nadie me crucificó… pero en honor a la verdad, tampoco nadie me hizo llegar reacción o comentario alguno)
Está más claro que el agua que desde la prensa estamos en clamorosa desventaja. El liderazgo evangélico no se quita de encima el latiguillo del “No nos quieren”, cuando desde los medios, primero, no interesa mucho la religión, más allá de las noticias del papa y los obispos católicos, y segundo, las comunidades evangélicas son vistas, en el mejor de los casos, como unas entidades activas en la ayuda social -lo que el común de los ciudadanos, quiérase o no, entiende por “caridad”-, pero inopinadamente inexistentes en el campo natural complementario: la lucha por la justicia social.
Y sobre todo, ay, instaladas en la ola de ultraconservadurismo moral de la derecha católica en un país cuyo gobierno legisla al dictado de la Conferencia Episcopal.
Se dirá que este retrato de la España Protestante cada vez más Evangelical de 2014 es duro, incluso inmisericorde a fuerza de sesgado, si se quiere. Pues ahí estamos. Ea, rebátaseme para que la luz resplandezca.
-----
Contra el ‘No nos quieren’ (1)
Contra el ‘No nos quieren’ (2)
Contra el ‘No nos quieren’ (3)
Contra el ‘No nos quieren’ (4)
Si quieres comentar o