Esta es la segunda parte que completa el artículo publicado la semana pasada con el título ‘Servir a Dios o al dinero’ (1). En ella el Señor Jesucristo revela aspectos de la formación dada a sus discípulos respecto del dinero, que hoy suelen ser distorsionados.
Vimos ya varios ejemplos reveladores de la capacidad que tenía Jesús para conocer las intenciones del corazón humano.
No todo el mundo es consciente de que las conductas humanas responden a impulsos ocultos que las generan. Si tuviésemos esa facultad que tenía Jesucristo, los que viven para, en y por el poder cuidarían de cumplir sus responsabilidades usando los medios correctos; y serían menos los que les rindiesen culto.
Los contemporáneos de Jesús, oprimidos como vivían, no se atrevían a juzgar abiertamente a los escribas y fariseos por sus injusticias. En cambio, adulaban a los poderosos para preservar sus vidas y, de paso, obtener algún beneficio. Sobran evidencias de que, actualmente, ese hábito sigue gozando de buena salud.
En su tercer día en Jerusalén, Jesús dedica a sus discípulos esta enseñanza que está basada en las intenciones de los que vienen al templo a ofrendar.
Invito al lector a analizar juntos este tema medular del mensaje de Jesucristo que nos revela su posición frente al dinero y las ofrendas. Podrá, después, compararla con la prédica de muchos prósperos evangelistas mediáticos.
Ya hemos analizado el contexto en el que Jesús enseña un nuevo camino a un mundo sin rumbo gobernado por la codicia de los poderosos. Viene de prevenir a la gente que le escuchaba con agrado, (2) que debían cuidarse de los que se creían dueños de la Ley y que solo buscan honores y privilegios (3). Ahora propone a sus discípulos un paradigma de auténtica piedad, en la persona y conducta de una viuda pobre (4).
El señalamiento de Jesús no es a la cantidad que se ofrenda; en ese detalle se fijan los que viven en el plano más bajo de su existencia, que son mayoría. Antes que en lo mucho que soltó el rico y en lo poco que dio la viuda, el Maestro dirige la mirada de sus discípulos al hecho real de que el primero solo se había desprendido de lo que le sobraba, mientras que la mujer pobre había dado todo lo que le quedaba. Siendo Jesús Hijo de Dios e hijo del hombre el tenor de esta lección realza su inimitable naturaleza santa y su incomparable pedagogía. Está dirigida a los que Él ha llamado por indicación de Su Padre para discipular y hacerlos Sus testigos. Los que no estén dispuestos a vivir cerca del Señor jamás podrán entender, por inteligentes que sean, el objetivo de esta lección.
Los discípulos tenían que recibir esta enseñanza de su Maestro porque la hora de la cruz estaba próxima y en el Plan divino estaba previsto que ellos estuviesen allí para dar testimonio del hecho. Antes, debían ser preparados; de lo contrario no soportarían el trauma de la injusta y cruel muerte a la que sería sometido su amado Maestro. Los milagros que podía hacer, el mensaje inigualable que compartía, y la seguridad que irradiaba la persona de Jesús no hubiesen sido suficientes; ellos necesitaban confiar en Jesús, único en saber por anticipado todo lo que habría de acontecer. Él los amaba, y los amó hasta el fin, (5) de modo que oportunamente les fue revelando lo que necesitaban saber (6).
El contenido escatológico de la enseñanza de Jesús resulta fiable por el conocimiento que Él tenía de las motivaciones que anidaban en las mentes y corazones de los que le rodeaban. La coherencia entre sus virtudes y el uso que hacía de ellas es una prueba más de que Jesús era Dios encarnado en el hombre. No solo vino como el enviado de Dios a entregarnos Su mensaje; Jesucristo era y sigue siendo el Mensaje. Olvidarlo, a esta altura, nos haría errar el camino y creer que nosotros somos los que decidimos qué nos conviene y qué no. Si aceptamos que de Él es todo: tanto lo que somos como lo que tenemos, entonces deberíamos dar respuesta a algunas preguntas:
¿Quiero, realmente, seguir de cerca a Jesucristo cada día de mi vida? (7) ¿Deseo ser discipulado por el Señor; o dejaré que me discipulen otros por el solo hecho de que invoquen Su nombre? (8) ¿No renunciaré a las doctrinas de Cristo por más que me tienten y presionen con las suyas los que gobiernan la iglesia donde me congrego? (9) ¿Dejaré mi pequeña congregación para unirme a los que son seguidos por mucha gente, que mueven mucho dinero y levantan enormes y bellos edificios? (10)¿Daré a Él de lo que me sobra, o le daré todo lo que tengo y soy, haciendo de eso mi culto racional? (11)
Estas cuestiones son centrales en la vida de fe de todo creyente nacido del Espíritu de Dios. Los que ya han asumido las respuestas y viven conforme a la sabiduría que reciben del Padre de amor, son los que han resuelto servir a Dios y no al dinero. Porque, en realidad, el quid del asunto es que nadie puede servir a dos señores simultánea y eficazmente. Esto nos obliga a plantearnos que si llamamos Señor a nuestro Salvador no podemos compartir nuestro corazón con otro u otros señores, por atractivos o piadosos que parezcan. Los verdaderos cristianos son los que sirven al Señor de señores (12).
LA VIUDA AMABA A DIOS, NO AL DINERO
Mientras los representantes de la clase culta e ilustrada presumían de vivir piadosamente, la mujer de esta historia ha quedado como un digno ejemplo de piedad para toda persona que se considere religiosa.
Antes de avanzar más, repasemos esta verdad que define el carácter exclusivo del señorío y del servicio. Habíamos cerrado la primera parte con la frase que el Maestro usó para coronar la parábola del mal administrador:
“Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.” (13)
El cristiano ha de entender que Jesús establece aquí una incompatibilidad entre dedicarse a servir a Dios, el Padre que le envió, y servir a Mammón, dios del dinero y la riqueza. Son dos tipos totalmente diferentes de servicio; se brindan a dos señores tan antagónicos como opuestas son las realidades sobre las que señorean. Ambos servicios condicionan tanto el ser como el obrar humanos. Uno de ellos lleva a la vida eterna; el otro a eterna condenación.
No debe dejarse de lado que esta no es una enseñanza exclusiva a una época de señores y siervos, como era el mundo de dos milenios atrás. Nadie puede desentenderse de su pertinencia actual diciendo ‘hay que contextualizar esa enseñanza’, pretendiendo que ahora las cosas son diferentes. La trampa en la que caen los que manipulan las Escrituras es la misma que han preparado para atraer a la gente y usarla para su propio beneficio: terminan por engañarse a sí mismos negando la realidad. La Palabra afirma que ellos y sus seguidores ya están condenados (14).
El capitalismo salvaje que impera hoy no debe envidiarle al imperio romano ninguna de sus crueles prácticas. El César había concentrado tanto poder que actuaba como un dios y requería ser tratado como tal. Tácito definió así aquellos días:
"A la rapiña, el asesinato y el robo los llaman por mal nombre ‘gobernar’ y dónde crean un desierto, lo llaman paz”. (15)
Las numerosas estadísticas que proliferan hoy - que son accesibles por internet - demuestran que los problemas de base que aquejan a la humanidad no solo no son resueltos por los gobernantes del planeta sino que empeoran a una velocidad inversamente proporcional a la aplicación de sus recetas. Todo ello a causa del cruel sistema económico impuesto por la banca mundial.
De modo que hablar de ‘señores’ y de ‘siervos’ no es hacer exclusiva alusión a la historia antigua, ni a alguna exitosa novela o serie cinematográfica retrospectiva. Vivimos en un neo feudalismo gobernado por Mammón; sus príncipes manejan las vidas de los siervos, que son mayoría; este reino de las tinieblas se opone al Reino de Dios cuyo Señor es la luz que vino al mundo trayendo esperanza de salvación y vida eterna (16).
Jesús menciona a Dios, no a cualquier dios. Servir a Dios es servir al Padre de Jesucristo, el que le envió desde Su morada a redimir al pecador y al mundo por Él creados sin pecado. Ese Dios que es Vida y Amor, que se brinda sin medida, en especial, a los marginados por cualquier razón, es el que ha pagado ya el coste total de la Redención (17).
La persona que sirve a Dios es la está verdaderamente libre para hacerlo; su servicio deviene en una acción gozosa y liberadora que beneficia a otras personas, porque está realizada no por obligación sino por amor genuino. El que sirve a Dios lo hace de manera generosa, solidaria y fraterna; no elige destinatario ni excluye a alguno por descarte; incluso alcanza a sus declarados enemigos (18). Para el cristiano genuino servir a Dios es un privilegio porque nada que él haga por el Señor le cuesta un esfuerzo personal; sabe que sus buenas obras no son sino las que su Señor ya tenía preparadas desde antes de la fundación del mundo para que anduviese en ellas (19).
Los que sirven a Mammón (dios del dinero y la riqueza) ponen su existencia al servicio de los intereses de este dios. Idolatran al dinero que los induce a codiciar, acumular, sobresalir, competir, ganar y dominar (20).
La humanidad toda sufre a causa de los humanos que viven dominados por el egoísmo, el afán de lucro y la ambición de poder; seres alienados por la soberbia que les asegura su existencia mientras alienen a los demás. Lo paradójico es que esos siervos citan un solo texto de la Biblia y defienden su ambigua conducta afirmando que ‘el dinero no es malo; malo es amarlo. Se puede tener dinero, tanto como se desee sin llegar a amarlo’. (21)
Hay siervos de Mammón que no faltan a ninguna de las actividades de la iglesia local, ofrendan más que otros y hasta forman parte del equipo pastoral. ¿Quién osará mostrarles que la línea con que las Escrituras separan el Reino de Dios del sistema de pecado que impera en el mundo no pasa por donde ellos la acomodan?
Otro de los ejemplos bíblicos sobre lo que es servir a Mammón es el que Lucas cita de aquel influyente ciudadano que se acercó al Señor para saber cómo heredar la vida eterna. Cuando el hombre escuchó al Señor decir que solo le faltaba hacer una cosa, se entristeció mucho al escucharlo, porque era muy rico.
¿Qué le había mandado Jesús que hiciera? Vender todos sus bienes y distribuirlo entre los pobres (22).
La tristeza del rico fue causada porque –según la óptica de Jesús- él debía entregar toda su riqueza para heredar el Reino. Hoy sabemos que aquel hombre desconocía que quien le recomendaba ese camino era el Rey de reyes, que siendo rico se había hecho pobre para que por su pobreza nosotros –él incluido- fuésemos enriquecidos (23). Servir al dinero es una de las peores esclavitudes que pueda llega a conocer el ser humano. La atracción que ejerce comienza como el espejismo en el desierto; luego seduce hasta enamorar, condición en la que se apropia de la voluntad, para terminar controlando a su nuevo esclavo en todos los aspectos de la vida. Lo sacia de todo hasta hartarlo de tener; lo vuelve descreído de todo lo que sea inmaterial. El final llega cuando la sola mención de temas espirituales le provoca náuseas; esto ocurre con la persona que ha vendido su alma.
“Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (24)
CONCLUSIONES
Este cuestionamiento nos lleva a unas últimas reflexiones:
El dinero ofrece todo al hombre; Dios reclama todo del hombre.
El dinero nos empuja a pedir; Dios nos mueve a dar.
El dinero susurra al oído ‘tú mereces mucho más de lo que tienes’; Dios llama al corazón y pide que le abramos.
La viuda dio todo su sustento; al darle todo el dinero que tenía se dio a sí misma poniéndose en las manos de Dios.
Al hacerlo, depositó en el Señor su confianza. Ella sabía que no le faltaría nada, que podía descansar en la fidelidad de su proveedor. No hay mayor lógica que la de esa mujer: dio todo lo que tenía poniendo su vida como fianza.
Nuestra fe en el Señor de señores va transformando en oro todo lo que le entregamos; así se acrecienta el tesoro que hacemos en el cielo. La responsabilidad de nuestra supervivencia no se retroalimenta por la cantidad de dinero que podamos ahorrar en el banco. Dejamos de confiar en el dinero cuando reconocemos que nada de lo que tenemos es nuestro y le confiamos a Dios todo, aún nuestra propia vida. Nadie mejor que Él para preservarla. Si nuestro tesoro está en los cielos, Dios es nuestro tesorero.
Al escuchar a Jesús, los discípulos habrían de comprender las maravillosas bienaventuranzas que describen al que es un verdadero siervo de Dios y que comienzan con esta:
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” (25)
Las personas pobres en espíritu son las más ricas. La viuda fue una de ellas. ¿Cómo no desear ser como ella?
Imaginemos al Señor recibiéndola en su gloria diciéndole lo mismo que al siervo de la parábola:
“Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.” (26)
En un mundo perecedero en el que la tendencia es a acumular riquezas hay muchos que se aprovechan del Evangelio para no quedar rezagados. No imitarles es librarnos de ser condenados como ellos. El Señor nos ayude a descubrir en Él aquello que todavía no vemos de sus inescrutables riquezas, para correr con paciencia la carrera que nos ha sido propuesta. Solo así podremos obtener el preciado galardón que nos espera al llegar a la meta (27).
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Notas
Ilustración: www.todocoleccion.net Advertimos al lector que el relato bíblico no describe a la mujer de esta historia; su nombre, edad, familia y otros detalles no son consignados; quizás, para no oscurecer lo central de su ejemplo: que siendo pobre, dio todo lo que tenía
1. ‘Servir a Dios o al dinero’, agentes de cambio, serie ‘Los cristianos y el dinero (VI), Magacín, P+D del 02/02/14
2. Marcos 12:37
3. Ibíd. 38-40
4. Ibíd. 41-44. Piedad viene del latín ‘pietas’, que es la forma sustantivada del adjetivo ‘pius’, que significa devoto o bueno. Se define la pietas como un sentimiento que impulsa al reconocimiento y cumplimiento de todos los deberes, no solo para con la divinidad, los padres, la patria, los parientes, los amigos, sino para con todo ser humano (Del diccionario latino de Blánquez Fraile)
5. Juan 13:1
6. Ibíd. 20:30,31
7. Lucas 9:23
8. Mateo 15:9; Marcos 7:7; 2ª Timoteo 2:14-16; compárese con Salmos 139:20; Oseas 10:4
9. Filipenses 3:18,19; Colosenses 2:18-23; Tito 1:14; 2ª Pedro 2:3; 2:12; 3:16; compárese con Ezequiel 34
10.Marcos 13:1,2; Efesios 4:17; Judas 1:16; compárese con Oseas 7 y 2ª Corintios 4:2
11.Romanos 12:1
12.Deuteronomio 10:17; 1ª Timoteo 6:15; Apocalipsis 17:14; 19:16
13.Lucas 16:13; Mateo 6:24. La Biblia Reina-Valera 1909 mencionaba ‘mammón’ en lugar de ‘riquezas’. Mammon es una palabra aramea que tiene una etimología ambigua. Eruditos aseguran que tiene connotaciones con el verbo ‘confiar’, con el fenicio ‘mommon’ que significa ‘beneficio’ o ‘utilidad’; o con la palabra hebrea ‘matmon’ que significa ‘tesoro’; también se usa con el significado de ‘dinero’ (ממון). La transcripción griega de ‘mammon’ es ‘mamomás’ (μαμωνάς)
14.1ª Timoteo 4:1; 2ª Timoteo 3:13; 2ª Pedro 2:2,3; 3:16
15.Traducido del latín: "Auferre, trucidare, rapere falsis nominibus imperium, atque ubi solitudinem faciunt, pacem appellant"; Cayo Cornelio Tácito (c.55 – 120) historiador, senador, cónsul y gobernador romano
16.Juan 1:4-9
17. Marcos 2:15-17; Lucas 15
18. Mateo 5:43-48
19. Efesios 2:10
20. Mateo 4:8-10
21. En referencia al texto de Pablo en 1ª Timoteo 6:10
22. Lucas 18:18-25
23. 2ª Corintios 8:9
24. Mateo 16:26
25. Ibíd. 5:3
26. Ibíd. 25:21, 23
27. Hebreos 12:1,2
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