El artista japonés Yukinori Yanagi expuso durante la Bienal de Venecia de 1993 una obra muy originalque pretendía poner de manifiesto las migraciones masivas que ocurren en el mundo por causa de la globalización y cómo tales movimientos de personas pueden contribuir a disolver las diferencias entre las naciones.
Su peculiar creación consistió en disponer 36 banderas de diversos países que estaban realizadas a base de cajitas llenas de arena coloreada. En su interior colocó hormigas que podían desplazarse a través de la arena gracias a la existencia de pequeños tubos que conectaban las diferentes banderas. El resultado final era que el trasiego de insectos removía los colores de la arena y las diferentes banderas se emborronaban hasta convertirse en una mezcla homogénea de colores. El profesor García Canclini (1999), comentando esta exposición, se refiere a las diversas reacciones del público y señala que éstas oscilaron entre las de aquellos que no aceptaban ver desestabilizadas las diferencias entre las naciones, hasta los que protestaron por la “explotación de las hormigas” que se estaba realizando.
Otra representación artística acerca de las migraciones que genera la globalización es el enorme caballo de Troya, de 25 metros de altura, instalado por el mexicano Marcos Ramírez Erre junto a la frontera entre Tijuana y San Diego. El caballo tiene dos cabezas, una que mira a los Estados Unidos y otra que lo hace hacia México, como si quisiera poner de manifiesto la reciprocidad entre las dos culturas pero también todo aquello que las une y, a la vez, las separa. El cuerpo y las dos cabezas de madera están construidos mediante vigas que les hacen transparentes. Es como si
el artista quisiera manifestar que entre ambos pueblos no hay misterios ya que cada cual sabe lo que pretende del otro.
Otros autores insisten en que la globalización está produciendo, en realidad, la norteamericanización cultural del mundo. La influencia de los medios de comunicación estadounidenses, especialmente de la televisión, es cada vez mayor en todos los países del globo.
Esto es fácil de ver en el número de películas “made in USA”, así como en las más importantes cadenas de noticias como la CNN, la NBC, los anuncios o las series televisivas. El idioma inglés es el que predomina en la red Internet así como en casi todas las industrias de la comunicación. Más de 800 millones de personas lo hablan. Casi el doble de las que se expresan en español, que es la segunda lengua más hablada del planeta si no se tiene en cuenta el mandarín.
Pues bien, ¿llegarán alguna vez tales tendencias a homogeneizar culturalmente el mundo? ¿desaparecerán las culturas locales como los colores de la arena de Yanagi?
¿serán sustituidas todas las banderas por las barras y estrellas norteamericanas?
A pesar de que es innegable que la globalización está produciendo ciertas modificaciones culturales,
no parece que las culturas locales vayan a desaparecer por completo como a veces se afirma. Más bien resulta que las influencias entre los pueblos suelen tener dos cabezas como el caballo de Troya de Ramírez. Es verdad que muchas costumbres de Occidente han llegado al norte de África, por ejemplo, pero también los es que la música y la cultura árabe está cada vez ganando más adeptos en Europa, como lo demuestra el incremento de ventas del último elepé del exiliado argelino en Francia, Khaled, el famoso “rey del rai”.
Lo mismo está ocurriendo con la introducción del idioma castellano en Estados Unidos. En las últimas campañas a la presidencia los candidatos se han visto obligados a hacerle guiños al español. La globalización de la cultura no suele ser una vía de sentido único sino que las influencias tienden a ser recíprocas.
Como indica De la Dehesa:
“La imagen de un joven árabe en un bar norteamericano de El Cairo, bebiéndose un café, fumándose un cigarrillo, escuchando “rap” y mirando la televisión, vestido con camiseta y pantalones vaqueros y zapatillas de deporte, puede parecer totalmente estadounidense y, sin embargo, si se le pregunta qué piensa de la culturanorteamericana su respuesta puede ir desde ser totalmente ajeno a ella a incluso ser hostil.” (De la Dehesa, G.,
Comprender la globalización, Alianza Editorial, Madrid, 2000:196).
El hecho de que muchos jóvenes por todo el mundo escuchen música de grupos estadounidenses o vean películas norteamericanas y aprendan el inglés, no significa que renuncien a su propia cultura o a su lengua materna. La globalización no tiene necesariamente que acabar con las costumbres locales. Tal como se señalaba con motivo de los nacionalismos, el proceso globalizador más bien está originando en algunos lugares la exaltación de las culturas minoritarias que procuran diferenciarse de la dominante.
Umberto Eco manifestaba en una entrevista que:
“Aunque se teme que la mundialización imponga el inglés, a lo mejor ocurre todo lo contrario, se desarrolla el multiculturalismo. El modelo del milenio será san Pablo, que nació en Persia, de una familia judía, que hablaba griego, leía la Torá en hebreo y vivió en Jerusalem, donde hablaba el arameo y cuando se le pedía el pasaporte era romano... El imperio romano no pudo imponer una sola lengua en su territorio”. (Eco, U., El Periódico de Cataluña, 7 de enero, 2000).
Para los cristianos el reto de la globalización debe responderse por medio de la apertura a todos los pueblos y a todas las lenguas.El perfil ideal del creyente del nuevo milenio podría ser muy parecido al del apóstol Pablo. Más adelante se profundizará en esta idea. De momento, sólo señalar que
el cristianismo tiene que reconocer el error histórico que supuso identificar el Evangelio sólo con la cultura occidental e intentar imponer ésta por la fuerza a otras civilizaciones.
Esto puede ser ilustrado mediante un ejemplo tan simple como el de un instrumento musical propio de las congregaciones inglesas. El armonio se llegó a ver como parte integrante de la fe cristiana y se exportó a todos los continentes como si allí no hubiera otros instrumentos musicales que pudieran usarse también para alabar a Dios. Lo mismo ocurrió con los estilos arquitectónicos de los templos, con la indumentaria de los líderes, el trato a los niños en las escuelas y otras muchas costumbres de Occidente exportadas a través de las iglesias.
Sin embargo, aunque el mensaje de Cristo no debe cambiar, sí tiene que inculturarse en la manera de ser de cada comunidad. Esto es, adecuarse y respetar los valores positivos que posee cada cultura.
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