Los predicadores de la prosperidad parecen respetar un acuerdo no escrito pero verificable en la práctica: no incluyen en sus prédicas, o sólo las mencionan al pasar, un buen número de verdades fundamentales. Sin embargo son las que la Biblia enseña con prístina claridad porque conforman la base de la fe cristiana.
El libro único que nos revela el consejo completo de Dios a la medida de la necesidad del hombre, afirma que es imposible separar esas verdades de la doctrina de Cristo y los apóstoles, sin dañar la fe; que usar un texto aislado de su contexto escritural nos conduce directamente a un pretexto. Citaré en esta nota algunas de esas verdades que, siendo insoslayables en la vida cotidiana de los cristianos de toda época y lugar, sin embargo, no aparecen en la prédica del falso evangelio de la prosperidad.
Juzgue por sí mismo el estimado lector:
1.
La Creación revela numerosas evidencias de la abundancia que proviene del ilimitado amor de Dios. Si el hombre hubiese respetado el Plan divino la maravillosa diversidad de la vida hubiese fructificado de manera providencial sin merma alguna en la armonía y orden originales. Dios imprimió en el hombre el ADN del buen administrador que no necesita de esfuerzos extras o innovaciones dialécticas para cumplir con su responsabilidad.
2.
El pecado es producto de la tentación y esta de la mentira. La intervención de otro ser creado, el diablo o Satanás, inauguró la conciencia de culpabilidad en los humanos. Al creer la mentira el hombre cayó en la cuenta que desobedecer al Creador no convierte a nadie en su igual; además, que intentarlo acarrea la pena de muerte. Pero, ya era tarde; desde entonces, mentir solo sirve para comprobar que pecamos porque somos pecadores.
La entrada del pecado en la pareja humana es la única explicación a la maldad innata del hombre; esto se verifica en sociedades que burlan las normas de un Estado de derecho sin que se aplique el castigo correspondiente.
3.
Pecar es vivir en el engaño permanente. Es no dar la talla o no dar en el blanco, por más que seamos sinceros en nuestra búsqueda de la verdad.
Sin embargo, esto se hace más real cuando trabajamos duramente para prosperar creyendo que eso es emblema de responsabilidad; y resulta de una crueldad inaceptable cuando se sostiene con cínico egoísmo que los pobres no prosperan porque son irresponsables. La tendencia del pecador es la de querer ser autor de su propio destino; por ello rechaza la prosperidad que provee Dios a todo el que le busca de corazón, ya que quien le encuentra se convierte en un ser obediente solo a Él.
4.
El pecado instaló, en todos los pecadores, el conocimiento del bien y el mal; una confrontación ético-moral de la que nadie puede desligarse cada vez que se mira en el espejo de la Ley (Antiguo Pacto de Dios).
El dilema crece hasta convertirse en algo crucial cuando escuchamos la Palabra que nos revela a Jesucristo. Esa es nuestra oportunidad para arrepentirnos, confesar nuestro pecado y ser religados a Dios por medio del Nuevo Pacto en la sangre de Su Hijo. Sólo entonces comenzamos a vivir una nueva vida conforme al Evangelio de la Gracia; única manera de conocer y alcanzar la verdadera prosperidad.
¿Por qué aspectos tan centrales a la Verdad bíblica NO integran el ABC de muchos tele-mega-predicadores?
EL ANTIGUO PACTO SE PERFECCIONA EN EL NUEVO
El pecador -sea ateo, agnóstico o religioso- se maneja de acuerdo a creencias en deidades o costumbres ligadas a la cultura en la que ha nacido o desarrollado. En su medio cultural él aprende que la prosperidad se logra según pautas asumidas y transmitidas, o rebelándose y creando nuevas.
Además, los planes del hombre están sujetos a los límites de su espacio-tiempo. Por ignorar la existencia de un plan divino y sus tiempos (kairós) el pecador que lucha por prosperar – lo sepa o no - obstaculiza la manifestación del amor de Dios. La concepción antropocéntrica de la vida genera cortos picos de bonanza seguidos de largos baches de complicaciones y problemas.
Esto es lo que vimos ocurría en el mundo pre-diluviano, de los patriarcas y del pueblo de Israel hasta su cautiverio babilónico.
Venimos intentando demostrar que hablar de prosperidad basándonos solamente en el Antiguo Pacto es quedarnos en las figuras, en los símbolos que anuncian el Nuevo Pacto. Instar a reclamar la prosperidad prometida por Jehová Dios a Abraham es cambiar la promesa por la figura que la anuncia.
Todo intento de repetir el hecho histórico es no haber entendido el hecho escatológico.
No esperar en Cristo Jesús es volver atrás, dar la bienvenida a las falsas doctrinas, permitir que la congregación las acepte y lucre con ellas.
Las herejías que surgen por desviarse del Evangelio de Cristo y sus apóstoles no son pocas. El mismo Señor anticipó que eso ocurriría y los apóstoles tuvieron que luchar duro para evitar que los herejes destruyesen su labor misionera.
A los efectos de este modesto estudio propongo abrir nuestras Biblias y analizar por qué se prefiere la figura y se deja en segundo plano a quien ella señala: la persona y obra de Jesucristo.
LA PRESENCIA DE JESÚS EN EL A.T.
Decíamos en anteriores artículos que Jesucristo está presente de manera inequívoca en el Antiguo Pacto. Lo es en la medida que impide caigamos en el engaño de adorar los tipos y perder la promesa que anticipan. A los que basan su prédica en el AT la figura de Cristo en el Antiguo Pacto les resulta molesta. Simplemente la ignoran.
Es un tema que ha dividido a los cristianos
(1) y que arranca con el término “trinidad” o “tri-unidad” –que no figura en las Sagradas Escrituras, pero que – el hecho de no usarlo - de ninguna manera descalifica lo que el término significa: que Dios es un ser Único que existe simultáneamente como tres personas distintas (hipóstasis): Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo.
Por lo expresado, podemos afirmar que Dios Hijo estuvo presente desde antes de la Creación, durante el proceso creativo, y en todas las situaciones que siguieron hasta su encarnación en Jesús. En el ser único que es Dios hay un diálogo permanente entre Padre e Hijo que comienza en la decisión de crear al hombre. Ese diálogo que comienza en el Génesis no se interrumpió jamás
(2).
En el AT se mencionan varias teofanías - del griego ‘Teos’ (Dios) y ‘faino’ (aparecer, manifestarse) – en otras palabras, las apariciones de Dios en forma humana. Aunque todos fueron episodios de corta duración, llegó el nacimiento de Jesús (la Teofanía por excelencia que luego se denominó ‘Navidad’), bendito día cuando el Verbo que era en el principio se encarnó y habitó entre nosotros como verdadero hombre y verdadero Dios
(3).
La mención de las teofanías es al solo efecto de demostrar que Jesucristo es el único que pudo afirmar que a Dios nadie le vio jamás; y que solo Él es la manifestación visible de Dios, como Tomás recibió como respuesta:
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?”(4)
El apóstol Juan lo corrobora al afirmar:
“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.”(5)
Por lo dicho por Jesús podemos afirmar que en el AT – como en el NT - no hubo más importante persona visible que la del Hijo de Dios cada vez que se manifestaba a los escogidos del Padre o fue visto por los humanos.
La presencia del Señor Jesucristo en el AT y su ministerio terrenal descrito en el NT hacen absoluta y totalmente injustificable la insistencia de los falsos evangelistas que enseñan que los cristianos debemos ‘pactar con Dios’, como Él hizo con Abraham, para ser prosperados materialmente.
No somos nosotros quienes pactamos con Dios. Él ya lo ha hecho y nada menos que por medio de Jesucristo. ¿Necesitamos de alguien o de algo más? Si respondiésemos afirmativamente, estaríamos negando el Evangelio de la Gracia.
Para finalizar nuestra serie, D.M. veremos en nuestra próxima nota, las bienaventuranzas del sermón del monte.
No hay mejor medio que esa magistral enseñanza de nuestro Señor Jesucristo para refutar el engaño con el que lucran tantos neo-evangélicos desviando a los creyentes hacia la satisfacción de sus intereses temporales.
En nuestro artículo veremos que esta herejía es el resultado de introducir en el evangelio conceptos centrales de la corriente filosófica del ‘nuevo pensamiento’. Esa corriente (como tantas otras que se originan en el próspero país del Norte) arrancó en EE.UU. a mediados del siglo XIX y su énfasis principal es que los seres humanos no necesitamos de intermediarios para acceder a nuestro Creador. Enseña que el pensamiento de cada persona es donde se originan sus experiencias y su visión del mundo. Por eso promueve la construcción de una actitud mental positiva y a ponerla en práctica mediante ejercicios de afirmaciones y toma de decisiones que son expresadas con frases de auto estímulo. Ya hemos mencionado que esta filosofía impregna el marketing moderno.
Mientras tanto, haríamos muy bien en leer el ‘sermón del monte’ y agradecer a nuestro Padre celestial que nos haya enviado a Su hijo único; pues creyendo en Él cada día vamos descubriendo que no hay prosperidad mayor que ésta: conocer a quien es ‘nuestras primicias’ en todo
(6); que no hay mayor riqueza que el poder de la resurrección
(7), y ansiar llegar a experimentarlo si nuestro Señor Jesucristo no regresa antes de nuestra partida a la Patria celestial.
Hasta la próxima, deseando a todos los lectores la paz del Señor.
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NOTAS
1. Algunas confesiones minoritarias, como las
iglesias unitarias, los
testigos de Jehováy los
pentecostales unicitarios(‘Sólo Jesús’), entre otros, rechazan esta creencia. Los
mormonesafirman creer en la Trinidad pero tienen una interpretación específica y radicalmente diferente del dogma mayoritariamente aceptado.
2. Primera persona del Creador en plural, Génesis 1:26; 3:22. La promesa del Salvador que herirá en la cabeza a Satanás, Génesis 3:15. Juan 17 nos muestra con gran detalle la comunión Padre-Hijo como pocos escritos
3. Leer Juan 1; Dios se apareció a Abraham: Génesis 12:7; 18:1; Éxodo 6:3; a Isaac: Génesis 24; Éxodo 6:3; a Jacob: Génesis 35:1; 9; 48:3; Éxodo 6:3; a Moisés: Éxodo 3:16;4:5;33:11; Deuteronomio 31:15; 34:10; Números 12:6-8; a Aarón: Levítico 9:4; 16:2; a Josué: Deuteronomio 31:15; a Samuel: 1ª Samuel 3:21; a Salomón: 1ª Reyes 3:5; 9:2; 11:9; 2ª Crónicas 7:12; a David: 2ª Crónicas 3:1; a Isaías: Isaías 6:5
4. Juan 14:6-9; ver también Mateo 11:27; Lucas 10:22
5. Juan 1:18
6. 1ª Corintios 15:20 - 23
7. Filipenses 3:10,11
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