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El desempleo, o la larga cuesta abajo

Los suicidios han aumentado de forma dramática en este tiempo de crisis. Es fundamental el papel que la iglesia local debe jugar en la vida de los miembros que se encuentran en paro.
SED DE DIOS AUTOR Pablo Acuña Blanco 23 DE NOVIEMBRE DE 2013 23:00 h

“El 3 de abril algo se rompió dentro de él, en el interior de un hombre en cuyo vocabulario no existía la palabra depresión, sin un solo antecedente de problemas psicológicos y con un espíritu vitalista sin fisuras”. Rosario recuerda con tristeza como su marido empezó una cuesta abajo de la cual no fue capaz de remontar.

Joaquín, albañil de 47 años al cual el fin de la burbuja inmobiliaria llevó al paro, llevaba dos años desempleado, dos años buscando sin encontrar ninguna oportunidad que acabaron por robarle la autoestima y las ganas por seguir luchando. Acabó suicidándose.

Los suicidios son un tipo de noticias que no suelen salir en los medios de comunicación quizás para evitar la imitación por otras personas que serían propensas a quitarse la vida. Pero la realidad es que en nuestro país hay al año más de 3000 suicidios (unos 10 al día), según el INE, los psiquiatras elevan esta cifra a los 4500, que han aumentado de forma dramática en este tiempo de crisis.

El nuevo perfil se repite, varones que han perdido su trabajo y que llevan varios años sin encontrar ningún sustento. Además se les ha acabado el paro y se ven ahogados por las deudas que en muchos de los casos le llevarán a tener que vivir en la calle.

Desde que en 2007, cuando empezamos en esta larga cuesta abajo que se nos está haciendo eterna, numerosos estudios se han ocupado de las repercusiones psicológicas del desempleo. Entre los principales síntomas que los expertos asocian a están la pérdida de autoestima, sentimientos de inseguridad y de fracaso, experiencia de degradación social, vergüenza o sentimiento de culpa, aspectos todos ellos que revelan un cambio importante en el concepto que tiene el individuo de sí mismo

La mera noticia del despido provoca importantes cambios psicológicos, motivados por la valoración negativa del evento. A este duro golpe que significa quedarse sin empleo se une otro más lento pero más devastador porque al hacerse crónica, la situación de desempleo suele ir acompañada de un mayor número de situaciones de estrés diario (problemas económicos, maritales, familiares, etc.).

Pero ¿por qué es tan importante tener un empleo?, si generalmente nos quejamos por tener que madrugar para trabajar, por tener que aguantar a nuestros jefes, o por lo estresante que es nuestro trabajo, puede parecer una incoherencia que su ausencia nos paralice de esa forma.

Obtener un empleo es una expectativa social y cultural adquirida desde la infancia y reforzada en la escuela y la familia. Todo lo que ocurre en nuestra vida nos prepara para esa vida adulta y social donde debemos formarnos para desempeñar un rol que nos permita beneficiarnos a nosotros y a los que nos rodean, sobre todo a nuestra familia.

Cuando, llegado el momento, el individuo accede al mundo laboral adquiere una posición y una identidad social y personal que le identifica. El desempleo interrumpe este proceso y genera una experiencia de fracaso.

Nos podemos sentir rechazados, marcados e inútiles, porque no tenemos acceso a ese lugar donde poder ser parte de algo vivo, donde proveer un sustento para nosotros y para los nuestros.

Pero esto no es algo que sólo ocurra a hombres de 47 años como Joaquín. La crisis se está cebando de manera especial con los jóvenes los cuales también manifiestan esta tristeza de no tener trabajo. A menudo, se recluyen en casa para ver la televisión o escuchar música y experimentan vergüenza ante la familia, porque sienten que les han mantenido y se han sacrificado en beneficio de su preparación profesional. Es más, algunos estudios constatan que los jóvenes acaban imbuidos por sentimientos de apatía y resignación, y abandonan la búsqueda de trabajo ante los fracasos repetidos. Muchos acaban por pensar que son ellos los verdaderos culpables de estar en el paro.

“Y él [Elías] se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida” 1 R. 19:4

Elías escapa de su pareja de enemigos -Acab y Jezabel- ante las amenazas de esta última. Estaba cansado de luchar y tener la sensación de nunca vencer, cansado de intentar hacer volver a un pueblo idólatra a Dios y que la respuesta fuese siempre negativa, cansado de hacer prodigios en las propias narices de un rey que la propia Biblia nos dice que fue el peor de todos los que se sentaron en el trono del reino del Norte.

Elías huye a Horeb, al monte de Dios, agotado física, pero también mentalmente tanto que a mitad de camino cae desplomado y lo único que pide es que Dios lo mate.

Los cristianos podemos pensar que esta problemática de la depresión y el suicidio solo pasa en ese imaginario colectivo que llamamos “el mundo” esa cosa amorfa e indefinida, pero real, a la cual achacamos todos los males que sufrimos. Pero la realidad es que las enfermedades mentales son tan reales como las físicas y los cristianos no estamos exentos de ellas.

La depresión, la ansiedad, la tristeza, la ira, son sentimientos que un joven cristiano puede experimentar ante la expectativa de no tener un trabajo donde poder realizarse, donde poder sentirse útiles, donde poder ganar un dinero que le permita poder seguir avanzando en el resto de fases de nuestra vida.

La respuesta de Dios a Elías es cuanto menos curiosa, no vemos a un Dios confrontando a Elias, ni lo vemos enfadado con su actitud, ni si quiera prometiendo que el futuro será mejor, sino que lo vemos en su posición de Dueño y Señor del mundo. Vemos a Dios demostrando a Elías que da exactamente igual como se ponga la situación en la que los hijos de Dios vivimos porque Dios seguirá siendo el que tiene el control y decida en qué dirección se moverá el mundo.

Puede que la familia que está a la espera a que el banco lo desahucie de su casa pueda sentir a Dios muy lejos. Puede que el joven que lleva dos años buscando un trabajo que no llega sienta que Dios no tiene el control de su vida, pero la realidad es que Dios se preocupa individualmente por cada uno de sus hijos y cuando la desesperación nos hace huir Dios se acaba convirtiendo en nuestro único refugio.

“No temas, que yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tú eres mío. Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas. Yo soy el Señor, tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador.” Is, 43:1-3

La ayuda de Dios se manifiesta de distintas formas, en el caso de Elías, fue demostrarle de que no está todo perdido y de que Dios tenía una voluntad que cumplir por encima de los caprichosos reyes de Israel.

En el día de hoy es fundamental el papel que la iglesia local debe jugar en la vida de los miembros que se encuentran en paro.

Una adecuada red de relaciones sociales suaviza la gravedad de las respuestas psicológicas y de salud de los desempleados. Se define como el sentimiento subjetivo de pertenencia a un grupo, de sentirse aceptado por él, y está demostrado que, más que el apoyo real, lo que importa es el apoyo percibido por el sujeto.

Es en la iglesia la que debe ofrecer a sus miembros un lugar donde sentirse querido, un lugar donde sentirse aceptado, sentirse en familia. Toda esa carga emocional que el individuo ha perdido con su empleo. Es tarea de la iglesia enseñar y cuidar de estas personas que pertenecen a ella. Podemos caer en el error de pensar que por el mero hecho de ser cristianos tenemos toda la protección contra cualquier mal, pero el cristianismo en una vida que difícilmente se puede vivir en individualismo y la necesidad del grupo se hace patente en cada una de las facetas de la vida.

La iglesia debe ser fuente de restauración para estas personas, estos jóvenes que sienten que su vida se descompone al verse atrapados en el mundo del paro.

“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” Mt. 25:35-40

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[1] Diario Las Provincias: En Italia, cada día se quitan la vida un pequeño empresario y un asalariado por la asfixia económica, según ha admitido el propio primer ministro, Mario Monti. En España también se producen muertes.
 

 


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