Freud llegó a convencerse de que la entrada de cada criatura en el mundo era como un gran choque contra la sociedad y sus normas morales. En base a su personal concepción de la historia de Edipo, cada niño estaba movido por una fuerza interior que era esencialmente buena. Pero pronto se encontraba con el conflicto de su primera relación social: para convertirse en adulto tenía que renunciar a lo que más quería, su propia madre.
Por tanto, la sociedad sería la responsable del primer drama de la existencia humana. El mítico Edipo ciego representaba lo que la mayoría de las personas experimentan en su más tierna infancia.
Convertirse en el asesino del padre y en el amante de la madre, sería también lo que todo bebé soñaba inconscientemente.
Por tanto, según Freud, para llegar a ser uno mismo, cada individuo debería empezar por destruir las bases de la sociedad establecida. La receta para alcanzar la felicidad consistiría en no refrenar nunca los propios impulsos. No habría que arrepentirse de nada, no sería conveniente reprimir los deseos más íntimos porque ello podría traumatizar a las personas.
Esta sería la conclusión a la que conduce el mito generoso de Freud: el mal no está en el corazón del hombre sino en las normas sociales.
De manera que para erradicarlo lo que habría que hacer es cambiar las pautas de la sociedad, modificar el ambiente externo que rodea al hombre. Nada de renovaciones internas, sacrificios o experiencias íntimas de conversión, como propone la religión, sino sustitución inmediata de todo aquello que no produce placer o satisfacción en la vida.
Muchos psicólogos después de Freud han señalado que el complejo de Edipo no es más que un mito fabricado por el padre del psicoanálisis.
Hans Küng se refiere al psicólogo A. Hoche, estudioso de los sueños, para resaltar de él las siguientes palabras:
“El proceder de los psicoanalistas que descubren en sus casos lo que el dogma ha proyectado dentro de ellos me recuerda el de esos padres que con cara risueña encuentran delante de sus hijos los huevos de pascua que ellos mismos han escondido... Aquí ocurre una cosa curiosa. Yo me he esforzado honradamente durante muchos años por encontrar a alguien que apeteciese a su madre y tuviera el deseo de matar a su padre. No lo he encontrado. A otros experimentados colegas les ocurre lo mismo. El complejo de Edipo se pasea por la literatura como el Holandés Errante por los mares: todos hablan de él, algunos creen en él, pero nadie lo ha visto” (Küng, 1980, ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo, Cristiandad, Madrid, 434).
Una cosa es reconocer la gran importancia que posee ese primer triángulo afectivo -las relaciones entre el recién nacido, su madre y su padre- para el adecuado desarrollo de la personalidad, y otra muy distinta es mitificar el complejo de Edipo, universalizándolo y haciéndolo responsable de todas las neurosis que padecen los adultos.
Por otro lado, hay que reconocer que aunque Freud no se dedicó a la sociología, su mito de Edipo constituye una versión diferente del mito fundador de la vida en sociedad.
Si Marx habló del inconsciente social, Freud lo hizo del inconsciente psicológico individual.
Si para el primero la única esperanza que tenía la sociedad de alcanzar la felicidad era la revolución que conduciría a la dictadura del proletariado, para Freud, en cambio, la revolución la debería hacer inmediatamente cada individuo, en el mismo instante en que se diera cuenta de que la coerción o las normas sociales le oprimen.
La sociedad renacería cada vez que a un niño se le somete a una cultura o a una tradición particular. Por tanto, el mito edípico es atemporal porque sitúa el origen del drama social no en la noche de los tiempos sino en la experiencia personal de cada individuo.
Freud concluye de todo esto que la realidad suprema sería el hombre y que no habría ninguna otra realidad superior a él. La cruda verdad del mundo serían sólo las restricciones o prohibiciones que mutilan a las personas. Nada más.
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