Acaba de fallecer en San José, Costa Rica, mi querido amigo y hermano Eddie García. Una repentina demencia senil lo desconectó del mundo y luego, un infarto y un derrame cerebral le dieron el golpe final.
Eddie me ha devuelto a la práctica de escribir artículos porque no solo lamento su partida, sino porque para mí su vida fue siempre motivo de inspiración a la vez que de conflicto por mi postura de creyente alimentado desde niño con la leche tradicionalista de la hermenéutica ultra conservadora.
Anoche escuchaba a un predicador decir que si una persona muere sin haber aceptado a Jesús como su salvador, por más buena que en vida haya sido, se va al infierno. Porque Jesús dijo que nadie puede ir al Padre si no es por Él. Es cierto. Así están registradas en los Evangelios sus palabras; sin embargo…
Eddie, durante su vida, fue un lector asiduo de la Biblia y, a su manera, un imitador sincero de Jesús. Nunca pretendió –hasta donde yo me haya dado cuenta—usar su «afición» por las Escrituras como un argumento para entrar al cielo por otra que no fuera LA puerta: Jesús.
Con él, la cosa no iba por ahí.
Eddie leía la Biblia porque parecía —consciente o no— buscar en ella la inspiración para vivir una vida consecuente con lo que para él era una religión auténtica: para ser amable con todo el mundo, para ayudar a quienes se cruzaban en su camino buscando una mano extendida (entre los cuales alguna vez estuvimos también nosotros); para, en una palabra, honrar a Dios de palabra y de hechos.
Eddie no fue de esos fariseos vocingleros que se paran en las esquinas de las calles para propalar su seudo cristianismo. Él se encerraba en su cuarto y pasaba horas leyendo la Biblia. Cuando se comunicaba con la gente, lo hacía con amabilidad y respeto. Cuando se dedicó a cultivar orquídeas como un pasatiempo, era evidente su admiración por tanta belleza concentrada en una flor. Cuando pintaba, sus cuadros llevaban la impronta de un corazón sensible. Pocas veces comunicó con palabras lo que exponía con el pincel, pero para el observador cuidadoso, sus cuadros reflejaban lo que había en su interior: paz, alegría, admiración por lo bello de la vida. ¿Y por qué no? Un reconocimiento tácito de la soberanía de Dios como creador y sustentador de todo lo que existe.
Hay una anécdota muy íntima que tiene que ver con él y la mujer que lo acompañó hasta el final y de la que mi esposa y yo somos testigos.
Eddie y Marta Nidia se conocieron cuando eran jovencitos; y, más que conocerse, se enamoraron. Hubo una época en que parecían haber sido hechos el uno para el otro; sin embargo, los embates de la vida terminaron llevándolos por caminos diferentes. Se casaron, cada uno por su lado, formaron sus hogares y tuvieron descendencia. La ley de la supervivencia de la especie.
Con el correr del tiempo, ambos matrimonios colapsaron. Pasaron muchos años hasta que un buen día se volvieron a encontrar. Y el amor que había nacido en sus corazones de adolescentes, revivió. Pero tenían en contra a la sociedad puritana que no aprobaba lo que estaba pasando entre ellos. Parecían necesitar un lugar donde verse y cultivar ese cariño que cual ave fénix surgía de entre cenizas. Y lo encontraron en nuestra casa.
Empezaron a visitarnos y a pasar ratos largos, a veces charlando con nosotros y otras veces platicando entre ellos, diciéndose lo que ambos necesitaban decirse. Cuando esto último ocurría nosotros nos alejábamos lo suficiente como para no interferir en sus coloquios de amor. Aquellas fueron instancias que nos permitieron conocerlos —a ambos— aun más a fondo.
Siempre hemos estado agradecidos por la forma en que Dios nos usó para bendición de este hombre y esta mujer que habían nacido el uno para el otro. Terminaron uniendo sus vidas hasta que el martes 24 de septiembre de 2013 los separó la muerte.
La Biblia reprueba a los que intentan entrar en la vida eterna por otra puerta que no sea Jesús.El rechazo, sin embargo, radica en que quienes así lo hacen, intentan deliberadamente usar un desvío que deja a Jesús por fuera del plan de salvación haciendo vana y sin sentido su muerte expiatoria. Eddy no era de esos. No buscaba otra puerta; buscaba parecerse a Jesús.
¿Dónde está el dilema que me plantea la muerte de mi amigo?
Está, primero, en que pareciera que los cristianos hemos institucionalizado la fórmula. Si las cosas no transcurren como nosotros creemos que deben hacerse, entonces no hay perdón, ni arrepentimiento, ni vida eterna, ni cielo. Es cierto que en asuntos de fe dos más dos son cuatro, pero olvidamos que el matemático es Dios y no nosotros. Es Él quien sabe sumar, restar, multiplicar y dividir sin posibilidad de error.
Y segundo, a los seres humanos no nos está permitido —no tenemos la capacidad ni mental ni espiritual para ello— conocer la mente de Dios.
Si es cierto —y lo es— que para entender las cosas de la fe se requiere de la inspiración del Espíritu Santo; si es cierto —y lo es— que para disfrutar la lectura de la Escritura y acceder a los valores espirituales que están por sobre los intelectuales es necesario el toque divino mediante el Espíritu, entonces ¿qué duda podríamos tener que alguien, como Eddie García, que pasaba horas y días leyendo la Biblia, reflexionando, haciendo apuntes y escribiendo notas, haya tenido un encuentro personal con Jesús y por esa vía haya llegado a ser nuestro hermano en la fe?
«Por sus frutos los conoceréis» dice el texto sagrado. Y los frutos en la vida de Eddie son evidentes a los ojos humanos; y más aún, creemos, a los ojos divinos. Porque, además de todo lo dicho, hubo una época cuando —propagador de la fe— enseñó la Palabra y de viva voz dio testimonio de su sensibilidad cristiana.
Ha habido hombres —y mujeres—, y los seguirá habiendo, que sin haber pasado por el examen que nosotros creemos que es el examen, han accedido –y accederán- a la vida eterna.
Uno de estos es Nelson Mandela; otro, es mi hermano Eddie García. Aunque nunca haya firmado los registros de membresía de una iglesia local y su asistencia a los cultos haya sido esporádica, es suficiente con que su nombre esté escrito en el Libro de la Vida. Entonces…
«¡Allá nos vemos un día de estos, Eddie!»
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