Agregando a esto la hipótesis de Darwin de que los hombres vivían primitivamente en hordas, cada una de las cuales se hallaba bajo el dominio de un único macho, fuerte, violento y celoso, llegué a la hipótesis, o mejor dicho a la visión del siguiente proceso. El padre de la horda primitiva habría monopolizado despóticamente a todas las mujeres, expulsando o matando a sus hijos, peligrosos como rivales. Pero un día se reunieron estos hijos, asesinaron al padre, que había sido su enemigo, pero también su ideal, y comiéronse el cadáver. Después de este hecho no pudieron, sin embargo, apoderarse de su herencia, pues surgió entre ellos la rivalidad. Bajo la influencia de este fracaso y del remordimiento, aprendieron a soportarse unos a otros, uniéndose en un clan fraternal, regido por los principios del totemismo, que tendían a excluir la repetición del crimen, y renunciaron todos a la posesión de las mujeres, motivo del asesinato del padre. De este modo surgió la exogamia, íntimamente enlazada con el totemismo. La comida totémica sería la fiesta conmemorativa del monstruoso asesinato, del cual procedería la conciencia humana de la culpabilidad (pecado original), punto de partida de la organización social, la religión y la restricción moral. [...] Esta teoría de la religión arroja viva luz sobre el fundamento psicológico del cristianismo, en el cual perdura sin disfraz alguno la ceremonia de la comida totémica en el sacramento de la comunión.
Freud, Autobiografía, (1970: 95)
Tal sería el origen de todas las religiones de la humanidad según el famoso padre de la teoría del psicoanálisis, Sigmund Freud. ¿Cómo pudo llegar a semejante conclusión?¿qué experiencias le motivaron a ello? ¿fueron los argumentos científicos, sus descubrimientos acerca del inconsciente humano, o, por el contrario, tales afirmaciones se fundamentaron sólo en sus propias convicciones personales?
Intentaremos dar respuesta a estas cuestiones en esta serie de artículos dedicados a la figura del padre del psicoanálisis. Nos enfrentamos así al último gran mito social del mundo moderno que conforma la serie que hemos venido estudiando.
En primer lugar,
conviene señalar que Freud fue un pensador que se movió a caballo entre dos siglos, ya que se educó en el XIX y desarrolló casi toda su obra durante el XX. Junto a Marx y a Nietzsche, constituyó la tríada de los llamados “filósofos de la sospecha” que se caracterizaron por el intento de quitar la máscara que, en su opinión, ocultaba el verdadero rostro de la sociedad y del ser humano.
Cada uno de ellos buscó el sentido oculto de una realidad que se resistía a mostrarse tal como era. Y para lograr tal empresa sólo quisieron emplear la herramienta propia de una época empapada de racionalismo, el método de la ciencia positiva.
Nietzsche sospechó que el ser humano, al ser engañado por la religión y por la idea de la existencia de un Dios trascendente, se había olvidado de lo único que en verdad tenía sentido: la vida y sus manifestaciones;
Marx, como se vio, sospechó que el verdadero motor de la historia y de la existencia humana era la razón económica que motivaba la lucha de clases; mientras que
la sospecha freudiana consistió en intuir que detrás de la consciencia del hombre había una realidad mucho más fuerte llamada inconsciente, que era capaz de reprimir los instintos o de guardar recuerdos traumáticos capaces de provocar neurosis. Esto le llevó a interpretar el fracaso de la civilización moderna como consecuencia de la represión social, cultural o religiosa que se ejercía sobre los instintos más básicos del ser humano.
Los filósofos de la sospecha creían que la culpa de la desorientación existencial que padecía el hombre se debía a la ignorancia de su verdadera realidad. Por eso existían “hombres rebaño” (según Nietzsche), “hombres alienados” (según Marx) y “hombres neuróticos” (según Freud).
Sigmund se manifestó durante toda su vida como un hombre testarudo y valiente. Fue un investigador constante capaz de enfrentarse con temas delicados, como el de la sexualidad, que chocaban contra la moral tradicional de la época. Explicó ciertas perversiones o desviaciones sexuales como si se tratasen de enfermedades o patologías psíquicas y no como pecados morales. Revalorizó el papel de la sexualidad en el desarrollo psíquico de la persona, lo cual le obligó a luchar durante toda su vida contra la incomprensión o el rechazo de muchos de sus colegas y amigos.
El interés por los autores clásicos, griegos y latinos, le llevó a leer la tragedia, Edipo Rey de Sófocles. Pronto quedó impresionado por la lectura de este mito que le acompañó durante toda su vida. El héroe de tal obra, Edipo, era hijo del rey de Tebas, Layo, y de su esposa Yocasta. Un oráculo le había predicho a Layo que sería asesinado por su hijo y que después éste se casaría con su propia madre. Cuando Edipo fue mayor huyó de sus país natal y en Fócida se peleó con un viajero al que dio muerte: era Layo, su padre, a quien no reconoció. Más tarde llegó a Tebas, donde la Esfinge le propuso los enigmas que planteaba a todos los viajeros; Edipo supo responder acertadamente y la Esfinge murió. En agradecimiento, los ciudadanos de Tebas le hicieron rey y él, sin saberlo, se casó con Yocasta su madre: el oráculo se había cumplido. Según Sófocles, después de descubrir la verdad, Yocasta se ahorcó y Edipo se cegó. Fue expulsado de Tebas por sus propios hijos y anduvo errante por los confines del Ática hasta que desapareció misteriosamente.
El mito de Edipo causó tal impacto en la mente del joven Freud que éste se imaginaba a menudo su retrato colocado en un lugar honorífico de la Universidad con la inscripción: “El que resolvió el enigma de la Esfinge y fue el hombre más poderoso”.
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