Hace años, siendo estudiante en el “Toronto Baptist Seminary” de Canadá, me invitaron a predicar un Domingo en la Iglesia rural “Delhai Baptist Church”; hermosa capilla rural de precioso entorno.
Templo de confortables bancos, espacio para la coral detrás del púlpito de elegante decoración. Plataforma para el predicador y los participantes en el culto, amplia y preciosamente adornada, con cantidad de ramos de coloridas y variadas flores, en suma, un escenario bello y honorable; creo que todo ello, más la dulce música de preparación, me hicieron sentir confortable y dispuesto.
Usé el ejemplo de la hermosa variación de las flores, por su pluralismo, diversidad, colorido armonioso y la singular unidad en sus contrastes, para ilustrar que así debíamos ser los cristianos: de hermosa reputación y apariencia, de colorido que alegra la vida, de unidad en la diversidad y de fragancia en un mundo tan maloliente como en el que vivimos… Algunos del auditorio sonreían con expresiones de cierta incredulidad… Tuve que terminar la predicación, y acercarme a oler las flores, cuando descubrí el porqué de las “sonrisas”… aquellas flores, aquellos buqués eran todos de plástico. Y yo, ignorante, “Desde el Corazón” les animaba a ser como aquella hermosa decoración. ¡Nunca volví a aquella ciudad de Ontario!
Y hoy, más maduro –me creo yo‑ debo reconocer y arrepentirme, de cuantas
“ceremonias de plástico” habré realizado; pero tiempo es, de rectificar y proponerme enmendar.
Y es que
la nuestra es una civilización más de plástico que las tarjetas de crédito que casi todos llevamos y usamos.
Leo que E.E.U.U (letras que leídas, según como suenan, pueden dar miedo EEE… UUUUU) reconoce el matrimonio homosexual, y jueces hay que proclaman que tales matrimonios son menos respetados por la ley, por lo que hay que tratarles igual que a todas las parejas ya casadas, sean del sexo que sean.
“Desde mi Corazón”
creo que a todo ser humano hay que tratarlo no sólo con respeto, sino con amor, pero ello no me obliga a considerar como normal, lo que no es normal. Con lo sencillo que resulta hoy en día, casarse por lo civil, no entiendo porqué se quiere llamar del mismo modo a un “matrimonio” (con al menos una madre –mujer‑ y un padre –hombre‑) natural, que a uno que no lo es, respetando de todos modos sus orientaciones.
Menos entiendo aún, el por qué incluso se desea que se oficie una ceremonia religiosa ¡de plástico, claro! en la que Dios no entraría de forma alguna. Estas componendas modernas, no son creyentes ni practicantes, al igual que muchos “católicos y evangélicos” que no tienen ni idea del paso que dan cuando firman un compromiso de amor y ponen a Dios como testigo. Y lo mismo sucede con las “Primeras Comuniones”; “los Bautismos de niños” o las “Presentaciones de niños”, en los casos protestantes. Los niños quieren hacer igual que sus amiguitos, y los padres, que generalmente no se interesan en lo más mínimo en el crecimiento espiritual de los mismos, lloriquean cuando ven a sus hijos vestiditos de gala recibiendo una oblea que ni entienden ni están comprometidos en honrarla.
Casarse, todo el mundo, en una España que aún se considera cristiana, sabe perfectamente, qué significa: Formar una familia de “padre y madre”, que se unen “hasta que la muerte separe”; que se acude a la Iglesia con esa intención voluntaria y comprometida, y aunque no somos inconscientes de los avatares de la vida y de cómo éstos no siempre ayudan a su cumplimiento, casarse no puede interpretarse como una diversión, un progresismo social, un esnobismo que luce bien en una sociedad de plástico. Hay que sentirse muy seguro y muy enamorado para enfrentarse a la inequívoca promesa “hasta que la muerte nos separe”.
Aunque parezca incomprensible, en una sociedad que busca la perfección y el arte en la alimentación, la especificación detallada de los productos que consumimos en todos los aspectos, somos en muchos sentidos una civilización inculta y manipulable, que admira con más pasión la modernidad amoral y a los famosillos que, a falta de más valores, se casan y descasan por exclusivas, se unen en lo antinatural y pregonan sus vergüenzas como sus más notables atributos.
Y los políticos, por causa de votos, son los primeros en volverse de plástico. El progreso no es nunca, cuando anormal y ofensivo, bello.
Pero la farsa religiosa, ceremonias de plástico, actos de pacotilla, boato fingido, decoración de plástico, son repugnantes. Los actos en la Iglesia, en el nombre de Dios, o son auténticos o son trapos de inmundicia. Son compromisos firmados por lo sagrado y serios para ser cumplidos. No son decoraciones de plástico.
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