El hecho más triste de la Ginebra de Calvino fue sin duda el caso Servet. La prisión, condena y muerte del español supuso un duro golpe para un sector reformado, que se sentía en una posición moral superior a la iglesia de Roma.
Miguel Servet se equivocó de camino, pensaba que la tolerancia y el respeto al hombre estarían por encima de cualquier otra consideración en la ciudad de Ginebra, pero se equivocaba.
El español había oído de los avances sociales en la ciudad, el cuidado de los pobres, huérfanos y desvalidos, pero no podía imaginar que el celo religioso de Calvino podría llevarla hasta la muerte.
El doctor y teólogo español estaba de paso en la ciudad, simplemente quería conocer en persona, aunque fuese de lejos, a uno de los grandes hombres de la Reforma. Ambos habían comenzado una relación epistolario que había terminado en insultos y descalificaciones. Server había escrito un libro contra la obra de Calvino, pero lo peor de todo es que Miguel negaba algunas doctrinas fundamentales del cristianismo, como la Trinidad y muchos de los hechos sobrenaturales de las Escrituras.
Aquel día, como otros muchos, Calvino subió al púlpito a predicar, pero mientras examinaba los rostros de la congregación, se fijó en un forastero. Seguramente no podía imaginar que Servet se atreviera a pasar por la ciudad, después de lo que había dicho de él, pero allí estaba, en su propia ciudad.
Uno de los problemas entre los dos era que mientras Calvino era muy estricto en lo que a la teología se refiere, para Servet la teología era pura especulación filosófica.
Calvino no iba a consentir que Servet llegara con sus ideas a Ginebra, por eso ordenó que capturaran al hereje antes de salir de la iglesia.
Desde un primer momento, el bando de los libertinos buscó en el caso y juicio de Servet, una manera de desacreditar a Calvino. En el juicio, se juzgaba mucho más que a un hombre, más bien dos formas de entender la religión. Una liberal, que buscaba explicaciones filosóficas, escéptica y con grades dosis de relativismo; la otra centrada en la ortodoxia, la intransigencia y una actitud paternalista. Estos dos puntos contrapuestos siguen presentes en la actualidad en el protestantismo.
Juan Calvino no actuó como acusación directa sobre Servet, pero lo hizo a través de uno de sus alumnos. Quería dar una lección a todos los que se atrevían a especular con las doctrinas cristianas.
Cuando el juez condenó a Servet y el Consejo aprobó la condena, Calvino salió reforzado políticamente, pero sin darse cuenta, su actitud cambiaría la visión que muchos tenían de la Reforma, que se basaba fundamentalmente en la libertad religiosa y en el respeto del hombre. Los enemigos de Calvino y en especial el catolicismo, usaría la condena de Servet para mostrar al mundo la cara más intolerante del protestantismo.
La condena en la hoguera era el más duro de todos los castigos que se imponían en la época. Servet pidió una reunión con Calvino y este se la concedió. El español le rogó que le impusieran otra condena más leve, pero cuando Calvino le pidió que adjurara de sus ideas, Servet soltó una carcajada.
Juan Calvino si pidió un cambio en la sentencia, pero no fue la absolución o condena de cárcel, se limitó a pedir la decapitación, que consideraba una forma de ejecución más humana para el reo.
El Consejo denegó la petición de Calvino y
Miguel Servet murió en la hoguera el 27 de octubre de 1553.
A partir de ese momento, las críticas sobre Calvino vinieron tanto desde dentro, como fuera del protestantismo. Se abrió un debate cuyo mayor exponente fue el pastor protestante Castellio. El italiano en su libro Contra Libelum Calvinum (Contra el Libelo de Calvino), escribió una de las más bellas defensas a favor de la tolerancia y la libertad religiosa.
Sus palabras aún ahora son emocionantes y con ellas les dejo: “Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet no defendieron ninguna doctrina, sacrificaron a un hombre. Y no se hace profesión de la propia fe quemando a otro hombre, sino únicamente dejándose quemar uno mismo por esa fe”.
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