De paz inundada mi alma ya esté,
o cubra una mar de aflicción.
Cualquiera que sea mi suerte diré:
Estoy bien!, estoy bien con mi Dios!.
Estoy bien!........ con mi Dios!......
Estoy bien!, estoy bien con mi Dios!.
Ya venga la prueba o me tiente Satán,
no menguan mi fe ni mi amor;
pues Cristo comprende mis luchas, mi afán,
y Su sangre obrará en mi favor.
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La fe tornárase en feliz realidad
al irse la niebla veloz.
Desciende Jesús con Su gran majestad,
Aleluya!, estoy bien con mi Dios!.
El himno que encabeza este artículo, himno que me retrotrae a experiencias duras, conmovedoras y preciosas que rodearon mi adolescencia, viene dando vueltas y más vueltas a mi cabeza durante las últimas semanas.
Este precioso y conocido himno fue cantado por primera vez en una reunión en Fairwell Hall, Chicago por P P Bliss quien compuso la música. Es una historia realmente conmovedora.
En 1874, cuando el gran vapor francés “Ville de Havre” cruzaba el océano Atlántico en su viaje de regreso de América, se encontró con el desastre.
A bordo del vapor estaba la Sra. Spafford con sus cuatro hijos. En medio del océano, el vapor colisionó con un barco grande; en media hora el Ville de Havre” se hundió y casi todos a bordo perecieron.
Cuando tuvo lugar la colisión, la tremendamente angustiada madre, sacó a sus cuatro hijos de la cama y los subió a la cubierta. Dándose cuenta de que, en pocos minutos el barco se hundiría, la Sra Spafford se arrodilló con sus hijos pidiendo a Dios que fueran salvos o los hiciera dispuestos a morir si era Su voluntad.
Cuando el barco se hundió, los niños se perdieron.
La madre fue recogida por un marinero entre algunos restos flotantes, y diez días más tarde llegó a Cardiff.
Desde el puerto, esta bendita mujer envió un cable a su marido, un abogado de Chicago, con el mensaje: “Salva, sola”. Su esposo, al recibir semejante noticia, salió inmediatamente para Inglaterra con el fin de traer a su mujer a Chicago.
El Sr Spafford, un buen cristiano, enmarcó y colgó en su oficina el mensaje de su amada esposa.
El reconocido Pastor Moody, que entonces estaba teniendo reuniones evangelísticas en Edimburgo, viajó a Liverpool para procurar consolar a los padres despojados de todos sus hijos y fue gratamente animado al encontrar que fueron capaces de decir: “ Está bien!, que se cumpla la voluntad de Dios”.
Un hecho conmovedor en medio del triste evento fue que, en una reunión dirigida por Moody y Sankey, en Chicago, poco tiempo antes de su viaje a Europa, fue saber que los niños se habían convertido a Dios.
Dos años más tarde, cuando Sankey paraba en casa de los Sres Spafford, durante una serie de reuniones evangelísticas en Chicago, el Sr Spafford escribió el himno puesto al comienzo de este artículo, en memoria de la muerte de sus hijos.
Un hombre de negocios que había sufrido algunos fuertes reveses durante la crisis financiera y estaba en un profundo desaliento, al oír la historia del himno exclamó: “ Si Spafford pudo escribir tan hermoso himno de resignación, no volveré a quejarme nunca más”.
Siendo un diligente estudioso de la Palabra de Dios, el Sr Spafford llegó a estar tan interesado en la segunda venida de Cristo, que él y su esposa decidieron ir a Jerusalén y esperar allí la venida del Señor. En la última estrofa del himno, el escritor da expresión sin límites a su aspiración y al deseo del corazón.
No sé cuantos de vosotros ya conocíais la historia de este precioso himno; pero a mi me ha conmovido profundamente una vez más, en la medianidad de mi vida, después de haberlo conocido cuando era solamente una adolescente.
Desconozco cuales son las circunstancias que rodean tu vida; pero sé muy bien cuáles son las que rodean la mía y hoy, nuevamente, a pesar de todo y de todos, puedo volver a exclamar con plena confianza y convicción: “ESTOY BIEN!, ESTOY BIEN CON MI DIOS!”.
Dedicado al recuerdo de mi suegra, Eunice Woodford, una mujer de Dios hasta el límite, quien pasó a Su presencia a los 44 años, dejando solos a sus 8 hijos. Fue ella quien me enseñó este himno.
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