“Mi oración está aquí como incienso en tu presencia. Mis palmas elevadas como ofrenda de la tarde”.
Salmo 141.
Hace mucho tiempo que ronda sobre mi cabeza la figura del incienso, la figura del ungüento y todo lo concerniente a una auténtica adoración a Dios y a todo lo que significa derramarse delante de Él.
Tan sólo hace unos días, alguien me regaló el precioso versículo que encabeza este artículo e inmediatamente saltaron a mis ojos las palabras: “Como incienso en tu presencia”.
Históricamente, el incienso que se ha utilizado en cada lugar se ha compuesto de diferentes elementos: resinas y maderas sobretodo. Se ha usado desde resina de árboles de la familia de la Boswalia hasta resina de Cedro del Líbano hasta resina real proveniente de África.
La obtención de la resina del incienso se realiza haciendo una incisión en los troncos de loa árboles de la Boswalia, de esta manera la resina fluye, se seca al contacto con el aire y se forman entonces, pequeños granos redondeados de una coloración amarilla, pálida y opaca de textura quebradiza. Cuando los granos entran en contacto con el fuego, se derriten, exhalando así su exquisito aroma.
Cuando supe todo esto me pareció precioso.
Siempre que pienso en la adoración, mi mente vuela al personaje de Job.............. Job era un hombre de adoración. Adoraba al principio, recordáis?, antes de que aconteciesen todas sus pruebas. Adoraba en el medio de los más dolorosos y difíciles problemas: “El Señor dio y el Señor quitó, sea el nombre del Señor bendito”. Pero, hay algo que me conmueve y es su preciosa adoración cuando Dios le libera: “De oídas te había oído, más ahora mis ojos te ven”.
Pensáis que la adoración de Job fue siempre de la misma manera?... Por supuesto que no!!... Primero adora a Dios porque de verdad le ama y le sirve, está contento con la bendición de Dios y le adora. Cuando está pasando por la más profunda prueba, allí, en medio del hoyo más oscuro, sólo se aferra a su Dios y continúa adorando; aunque, de un modo muy distinto. Cuando, al fin, se ve libre de sus ataduras, ahora es diferente, ahora ha pasado por un fuerte y doloroso proceso que le ha hecho conocer a Dios en profundidad y vuelve a adorar; pero esta vez de un modo muy diferente, mucho más lleno de conocimiento de causa.
Me encanta lo que os he contado antes sobre la obtención de la resina del incienso. Primero hay que hacer una incisión en el tronco del árbol, es necesaria la incisión y el posterior dolor para que pueda fluir la resina. Después se seca al contacto con el aire formando granos redondeados, amarillos, pálidos, opacos y quebradizos. Acaso no es así cómo nos quedamos cuando se abalanza sobre nosotros una prueba profunda?..... Tú y yo sabemos muy bien que sí.
Pero también hay algo que me encanta, cuando estos granos entran en contacto con el fuego, se derriten exhalando un aroma exquisito.
Recuerdas a la mujer que rompió el precioso vaso de alabastro con perfume de nardo a los pies de Jesús?... El aroma era exquisito y dice la Escritura que el olor llenó toda la casa.
El incienso ha sido utilizado a través de miles de años con fines espirituales.
El incienso es, en realidad, un tipo de perfume, un perfume que se difunde a través del humo y precisamente porque es humo, penetra a muchos lugares donde muchos otros perfumes no pueden llegar.
Esto es algo que habla muy hondo a mi corazón, fuego... humo... Recordáis a Daniel y sus amigos en el horno de fuego?...Si!!, fuego!!.... En aquella ocasión no hubo humo ni olor; pero, cada vez que somos pasados por el fuego hay humo, hay olor...
A qué hueles?... A qué quieres oler?... Siempre me encuentro con dos opciones bien distintas ante una prueba dura: la primera, renegar del Señor y apartarse de El y la que quiero hacer mía una vez tras otra, acercarme más a mi Señor, conocerle más durante el proceso y poder exclamar como Job: “De oídas te había oído, más ahora mis ojos te ven”.
Me encanta usar perfume, el mío?, Anaís, Anaís de Cacharel (cumplo en mayoooooo!!!!!). Pero mucho más que mi perfume quiero oler a ese bendito incienso, quiero que mi vida esté llena de olor a adoración, quiero que “la casa se llene del olor del perfume” y que el humo del incienso se filtre por todos los rincones. Donde ninguna otra cosa es capaz de penetrar ni llegar a la presencia del Señor, si lo puede hacer la adoración.
Pido a Dios que mi vida sea un olor grato a Él, un incomparable perfume de adoración y, como dice la preciosa canción de Eishila, “Terremoto”.
“PORQUE NO HAY CADENAS CUANDO HAY ADORACIÓN”
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