Hacía pocos días que me había atropellado un coche y me había quedado, además de magullada por todos los sitios, con una -casi- fractura de coxis, o sea, más bien chunga, chunga, chunguilla...; pero estaba anotada para disfrutar de un encuentro evangélico muy esperado a nivel nacional. Por supuesto, al principio descarté completamente el irme en coche hasta Barcelona; pero casi en el último momento, hubo algo que me decía que tenía que ir y sin pensármelo dos veces y con el permiso de mi traumatóloga, metí cuatro cosas en una maleta y.... allá que me fui!!
Por descontado, iba cargada de medicación, me dolía todo, casi diría que iba “a trocitos”y tremendamente hinchada a causa de todo lo que me estaba tomando..
Llegué... rota!, pero enseguida se me olvidó cuando empecé a encontrarme con un montón de hermanos muy queridos para mi.
Cuando el primer día, el Pastor Piragini, de Brasil comenzó a hablar del tema que iba a tocar: “Renovación y avivamiento”, comprendí el porqué el Señor me había hecho ir hasta allí en aquellas condiciones físicas.
La verdad es que todo me encantó. Me gustó mucho cuando, hablando sobre el tema de la intimidad con el Señor, el Pastor lo comparó con una antigua lámpara de gas, dijo literalmente: “...Así es nuestra vida... somos como Moisés, tenemos un ideal, un trabajo que hacer... trabajamos mucho, pero no estamos sumergidos en el aceite del Espíritu Santo, nos quemamos, no hay luz, sólo mal olor. Hemos de estar sumergidos en el aceite del Espíritu Santo, como la zarza...”.
Todo este tema me encantó, es algo que creo firmemente, y observo, con mucha tristeza, como hombres y mujeres que se consideran a sí mismos siervos de Dios, resbalan tremendamente en este terreno. Pero lo que, realmente, el Señor tenía para mi vino más tarde, en un tema que llevaba por título: “La revelación de las sandalias”.
El predicador estuvo como una hora hablando y -a medida que lo hacía- yo me iba sintiendo más y más tocada por la mano del Señor. Habló de muchas cosas y contó su propia experiencia en este sentido. Insistió en algo,
España necesita un avivamiento que irradie, pero hemos de quitarnos las sandalias, Dios necesita gente llena de poder, dar pasos de fe, aprender a caminar en la Gracia del Todopoderoso.
En aquella predicación fue recordada la oración de John Wesley: “Dame cien hombres comprometidos y llenos del Espíritu Santo y con ellos revolucionaré este mundo”. El hecho de recordar esta oración, tocó profundamente mi alma, es algo que, a escala pequeñita, suplico al Señor cada día.
Al final se hizo un llamamiento, un llamamiento a salir al frente para que se pudiera orar e imponer las manos sobre cualquier persona que estuviera dispuesta a “quitar las sandalias”, las sandalias del orgullo, las sandalias de la autosuficiencia, las sandalias que a algunos les impiden dedicar todo su tiempo al Señor, las sandalias que hay que quitar cuando se pisa lugar santo...
Pertenezco a las Asambleas de Hermanos y, tengo que reconocer que este tipo de cosas, ni son muy comunes ni gustan demasiado a muchos; pero el Espíritu Santo me tocó de tal manera, que impulsada como por un resorte salí al frente, fui la primera persona que lo hizo y pasaron como cinco minutos hasta que comenzó a salir más gente.
Sé perfectamente que mucha gente no entendió absolutamente nada de lo que yo estaba haciendo. Todos sabían que llevo, prácticamente toda mi vida, sirviendo al Señor y desde hace veintidós años, haciéndolo a todo tiempo al lado de mi esposo. Estoy absolutamente convencida que fui la “comidilla” para muchos y tuve que escuchar algo que realmente me dolió: “lo menos que pensarán sobre ti es que estás chiflada”... Bueno, me da igual lo que puedan pensar los demás, ya estoy demasiado acostumbrada a este tipo de cosas; yo ansiaba, anhelaba, deseaba y necesitaba con toda mi alma oración e incluso imposición de manos sobre mi.
Si, allí estaba, firme como una roca, quería con todas las fuerzas de mi ser “quitar las sandalias” cuando piso lugar santo y sacudir de ellas todo aquello que me impide seguir más de cerca a mi Señor y -en aquellos momentos-renové mi pacto con Dios, el pacto de dedicarle mi vida entera, todas mis fuerzas, todos mis dones, todo mi tiempo, todo lo que tengo hasta el último suspiro de mi vida, El y sólo El es mi gran amor.
Al final de la reunión, en el tiempo de las oraciones, le prometí al Señor en público todo lo que hacía un rato le había prometido en privado.
Estoy más que harta de vivir rodeada de gente que cree que sólo lo absolutamente y puramente racional es lo correcto. Estoy “hasta el último pelo” de escuchar que las emociones no vienen de Dios y estoy hastiada de escuchar continuamente que las personas que somos sensibles a la voz de Dios y nos emocionamos cuando -literalmente- le sentimos, somos una especie de cristianos fluctuantesque tenemos un poco menos de raciocinio que ellos y cosas que me abstengo de tratar aquí.
Si señores!!, estoy más que harta!!, pienso, tengo raciocinio, pondero las cosas; pero, por favor!, qué jamás deje de emocionarme ante la voz de Dios!,qué jamás tema a expresar mis sentimientos! Y qué jamás deje de ser sensible al Espíritu Santo!.
Hay muchos corazones endurecidos, si, tremendamente llenos del conocimiento de La Palabra, pero corazones muy poco llenos del Espíritu Santo y carentes de todo poder, todo eso necesita ser quebrantado por el Señor.
Sí, yo iba físicamente rota, casi deformada por el tratamiento, pero recibí, recibí mucho y en su momento tuve el valor de levantarme y hacer lo que sé perfectamente que muchos no comprendieron. Ni me inmuto!... Sigo diciendo que quiero “quitar mis sandalias” y vivir íntima, profunda y absolutamente cerca de mi Señor y llena de Su Santo Espíritu. Pido a Dios, con toda mi alma, que esto sea una realidad en mi vida, a cada instante, hasta que llegue ese maravilloso momento en que, por fin, pueda verle cara a cara.
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