A muy pocos kilómetros de distancia, varias iglesias locales viven su fe en situaciones muy diferentes. Diferentes las situaciones, una fe común. Una fe, un Señor, un bautismo: una sola Iglesia (Católica, Universal) que vive en sus diversas congregaciones. Enemigos múltiples, pero señalados especialmente los de dentro de las propias iglesias.
Vivir en Pérgamo es hacerlo en una ciudad importantísima. Con grandes medios culturales y religiosos. Como en otros lugares en esta época, mostrando en todo su aceptación del orden imperial, fundamento de los demás bienes sociales. Su gran biblioteca (“pergaminos”), sus organizaciones comerciales, sus santuarios a diversas divinidades: nada puede sostenerse sin el señorío superior, universal, del Imperio. Le han levantado, pues, un imponente templo.
César es prioritario. Como hay una sola Iglesia Católica, se muestra igualmente un solo Imperio Católico, universal: Roma. Y las distintas “ciudades” o “estados” particulares solo pueden subsistir con bienestar si están sometidas bajo el imperio de su ley y de su poder. Todo irá bien si tiene “su” bendición. Es evidente que el choque ético entre los servidores de esos dos Señores es inevitable. No puede haber compromiso, acuerdo, solo sumisión: uno tiene que vencer, ante uno se tiene que doblar la rodilla. Ya tenemos la Historia del cristianismo, con sus fidelidades, sus compromisos, sus traiciones, sus persecuciones. En unos pocos siglos ya tenemos la gran “Transubstanciación”: el Imperio de Roma, ahora como pretendida expresión histórica del reino del Resucitado, delante de quien se doblará toda rodilla. También ahora las “iglesias” locales y los “estados” solo tendrán bienestar y futuro si se amparan bajo el imperio de su ley (canónica) y de su fuerza (todos los reyes deben prestar su espada como siervos). Todo irá bien si se tiene su bendición. También ahora el choque ético entre los dos Señores está servido. Entre los siervos de Cristo y los de quien usurpe su lugar. Sigue la Historia del cristianismo, con sus fidelidades, sus compromisos, sus traiciones, sus persecuciones. En ella estamos.
Todo puede existir, todo tiene “libertad”, aún posiciones opuestas entre sí, con tal de que se amparen bajo el paraguas jurisdiccional de la ley, del orden, del Estado. La cultura, la economía, el comercio, la sanidad [En Pérgamo se encuentra el gran centro de sanidad bajo su dios Esculapio (Asclepio)], todo puede funcionar para el bien común, siempre que se lo deje bajo la tutela del Bien Superior: el Estado (en este caso el Imperio, pero se pueden poner los nombres que el lector quiera y la Historia permita).
La existencia la da la “Naturaleza”, en ella se vive y a ella se vuelve; no hay más. Pero esa temporalidad de la existencia debe tener la guía protectora del Padre, o Madre, que vincule la contradicción del presente con el orden superior que permita asegurar el futuro. (Ponga aquí el lector los ejemplos que se encuentre en Egipto con sus dioses faraones, las divinidades aztecas, los dioses griegos, o donde le parezca: todo pertenece a la ciudad, la cultura, que formó Caín, fuera de la presencia de Dios.) Ese “Padre” o “Madre” se configura en la Historia como el concepto de Estado, sea bajo la figura del Líder, del Caudillo, del Partido, etc. Hoy han cambiado algunos nombres, pero nada más. Esa Madre “acepta” a sus hijos como son, en las expresiones más opuestas de su ser. Es la gran “Directora espiritual”, la que conoce y cura. Puede darse en sus hijos la modalidad más racional, educada y legal de Apolo, o lo más desordenado y grosero de Dionisos, pero, al final, solo son expresiones del ser humano, son expresiones distintas de “un mismo individuo”, las dos son “necesarias” para la vida, con tal de que la Madre (Estado, Iglesia, o lo que el lector quiera poner) las controle y les de su espacio adecuado.
En Pérgamo el Imperio había concedido “libertad religiosa”, tutelada, para que las expresiones diversas se realizasen. Incluso la intoxicación y desvarío de la bacanal tiene cabida. Los cristianos también la disfrutarán si, como los demás, consideran que lo suyo no es más que una expresión del “ser humano”, puede que avanzada (quizás lo más apolíneo), pero no diferente de la que tienen los otros adoradores y siervos de las diversas divinidades.
Ese modelo, que podemos llamar “político” en un sentido muy general, queda definido por Cristo como satánico. En Pérgamo mora Satanás. También mora la iglesia. El término indica que se trata de algo afirmado, cimentado. “Morar” es estar cimentado en un sitio. Dos cimientos que buscan “estar”.
Y en Pérgamo se daban dos situaciones. Una, la de la fidelidad a la Roca como cimiento firme. Eso llevó incluso a la muerte al fiel Antipas.
Otra, la del compromiso, la de los que cambiaban la palabra de Dios por sus propias interpretaciones. A estos la iglesia no los había expulsado, sino que los “retenía”. Los habían dejado como parte de la iglesia, “moraban” como iglesia. Los nicolaítas y los seguidores de la enseñanza de Balaam. Los que “arreglaban” las situaciones teológicamente para que se pudiera estar en un mismo espacio con dos señores opuestos, los que vivían la fornicación espiritual de una ética de compromiso como si fuese modelo de fidelidad. Los que habían arreglado el evangelio de la cruz para que no se recibiese con la “ofensa” de la cruz. Los que siguen hoy.
Cristo le dice a su iglesia en Pérgamo que si no se arrepiente, vendrá pronto y peleará contra “ellos”, los seguidores de Balaam y los nicolaítas. Esto significa que vendrá contra la iglesia si no los saca de su espacio, de modo que el golpe con “la espada de su boca” no lo recibirán solo ellos, sino toda la iglesia. Esto es algo que debemos tener en cuenta también hoy. No vale todo.
Viene con la espada de su boca: su autoridad sobre tronos, reinos y poderes. Y derriba y edifica. Al que venciere le dará del maná escondido, y una piedrecita blanca con un nombre nuevo. Símbolos explicados de formas variadas, pero que indican su señorío, su poder, su jurisdicción sobre todas las cosas. Son un mensaje a los cristianos de todas las épocas para que sepamos dónde está, y de dónde proviene la bendición. La victoria no la producen los “arreglos” teológicos, ni las componendas sociales. ¡Que él nos conserve en su trono!
La próxima semana, d. v., llegamos a Tiatira.
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