Era mi cumpleaños, Mayo... Primavera... Todavía disfruto cada vez que cumplo un nuevo año y, no sé si por recuerdos de niñez y adolescencia, o porque simplemente me gusta, me encanta el mes de Mayo, las temperaturas cálidas, el sol, las flores, y el darle un repaso al armario sacando faldas y vestidos que quedaron olvidados durante el invierno.
Pues sí, era mi cumpleaños y mi marido me regaló algo que , decididamente, me encantó. Era una gargantilla de plata con unos pendientes de plata y azulinas a juego con una pulsera; el conjunto era de lo más favorecedor y lucía hermoso con la piel morena y con un conjunto ibicenco que todavía resaltaba más su belleza.
Al cabo de algún tiempo, una tarde, yo iba luciendo mi conjunto de plata y azulinas, mi piel morena y mi traje ibicenco por el paseo más céntrico de la ciudad cuando... Plaff!!..., en un abrir y cerrar de ojos, mi maravillosa pulsera se cayó en pedazos al duro suelo. Me quedé horrorizada, mi preciosa pulsera en diferentes trozos... La recogí con cuidado sin saber cómo había sido y al cabo de unos días nos fuimos al comercio donde fue comprado, aquello no era normal. Sin el menor problema nos la cambiaron por una nueva, pero al verlas por el revés nos dimos cuenta del porqué de todo aquello, en lugar de ir engarzada, cada pieza iba sujeta a la siguiente por medio de un sistema de gomas que, por supuesto, con el roce del metal se iban gastando hasta que terminaba rompiendo.
Me encanta pensar en las cosas que me ocurren e intentar sacar alguna lección positiva de todo lo que veo a mi alrededor, y esto era algo con mucho significado.
Aquella pulsera era muy fácil de poner y quitar, simplemente se ensanchaba y volvía a quedar al tamaño de la muñeca; pero claro, cada pieza era -en cierto modo- independiente de su compañera.
Estaban juntas todo el tiempo, lucían fantásticamente bien, pero al menor percance, toda aquella unión se rompía y la pulsera quedaba en trocitos.
Todo esto me hizo pensar mucho en mi relación con el Señor y con mis hermanos cuando esta es fuerte, realmente indisoluble. El aspecto puede parecer el mismo, pero hay un pequeño detalle; la pulsera no se podría poner y quitar con facilidad, para que la unión fuera realmente fuerte, necesitaría un cierre, sería más incómodo, pero realmente eficaz.
Cuando algo se engarza o se suelda duele, hay que pasarlo por el fuego, quema; pero queda definitivamente unido, soldado, fijo...
El Señor Jesús tomó la figura de la vid y los pámpanos y habló de la unión que los propios pámpanos tienen que tener con la gran vid. Si esto desaparece, no hay unión, no hay sabia, no hay fluido, los pámpanos se quiebran, se secan y como evidente consecuencia , no hay fruto.
Y qué en cuanto a la unión con nuestros hermanos??... Es fácil escuchar el testimonio de una persona que pase de los cuarenta y oírle decir como le impactó la primera vez que visitó una iglesia evangélica. Le cautivó el amor con que fue recibido y el amor y la unión que había entre los hermanos.
Hace, tan solo unos días entrevistaba, en un programa de radio a una mujer y hablando, precisamente de esto, me contaba que cuando descubrió la iglesia evangélica, le pareció que había descubierto el paraíso y que no se cansaba de llevar más y más gente nueva cada domingo.
Me pregunto, sólo me pregunto, sigue existiendo esto hoy??... o nos hemos acostumbrado a ser islas que , prácticamente, van a “la misa de once” y luego se unen, más o menos por clanes y cualquiera que no forma parte del “club”...................... Bueno, los pastores, dos o tres personas comprometidas y... para de contar.
Y qué de las preocupaciones o problemas o dolores de cada miembro?... Realmente nos duelen?... Realmente lloramos con el que llora?... Realmente oramos o le damos una llamadita al que anda un poquito apartado?.... Realmente nos volcamos con una amplia sonrisa con el que entra por la puerta?...................
Y es que
ya lo decía el propio Señor Jesús en la misma parábola de la vid y los sarmientos: “Separados de mi, nada podéis hacer”, y mucho me temo que hay demasiado creyente bastante separado del Señor y, por consecuencia, bastante separado de los demás. La solución??... La acabo de decir, unidos, pegados, soldados, engarzados al propio Señor, a la vid de la cual todos somos sarmientos, el resto vendrá por si solo.
Madre mía!!... Y todo esto vino por mi preciosa pulsera de plata y azulinas, muy bonita, muy lucida y hasta muy buena, pero mal unida entre sí. Por cierto, la nueva que me dieron también se ha vuelto a romper, tengo que ir por el comercio y cambiarla; aunque, desde luego, por otra cosa distinta... Bueno, quizás eso de para un nuevo artículo, entre tanto, unámonos fuerte al Señor, es la mejor manera de afrontar la vida.
Un abrazo y feliz otoño.
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