Tenía yo 24 años cuando entré en contacto con la literatura de Voltaire. Por entonces ejercía como pastor en la Iglesia Bíblica de Tánger. Algunos domingos veía sentado, casi siempre en bancos de última fila, a un hombre vestido descuidadamente, pelo largo, gafas de aumento, pantalones oscuros, camisa a cuadros. En los años sesenta lo habrían confundido con uno de los hippies seguidores de Herbert Marcuse o Timoteo Leary, los dos hombres que más contribuyeron a que jóvenes norteamericanos recorrieran caminos de la tierra con collares de flores adornando las gargantas y el pelo, creyendo en la utópica idea de cambiar el mundo.
Me hice amigo de aquél hombre. Resultó llamarse Paul-Ives Río. Periodista francés miembro de la Academia Musulmana Internacional y de la Academia del Mediterráneo de Roma.Muy inteligente. De ideas comunistas. En ocasiones paseábamos o nos sentábamos en un cafetín moruno para tomar té y hablar, hablar siempre, hablar mucho. Una de esas tardes me trajo el libro EDIPO, la primera tragedia que escribió Voltaire en 1718. Devoré el libro. Desde entonces he regalado a mi espíritu todo lo que he hallado escrito por Voltaire. Los tres tomos de su DICCIONARIO FILOSÓFICO, publicados por Ediciones Daimón, de Barcelona, en 1976, están cubiertos de subrayados y anotaciones mías en casi todas sus páginas.
Fue la Iglesia católica de su época la que adjudicó a Voltaire el calificativo de ateo. Y por ateo se le tiene hasta hoy. ¡Mentira! Voltaire fue anticlerical, pero no ateo. Escritores españoles como Juan Ramón Jiménez, Pío Baroja, Antonio Machado, Miguel de Unamuno y tantos otros que no comulgaban con las doctrinas del Vaticano, también fueron incluidos en el ateísmo, cuando en realidad eran creyentes anticlericales.
Cuantas veces he escrito sobre Voltaire, he expresado lo que creo: No fue un pensador ateo; fue un anticlerical militante y valiente. Nacido en París en noviembre de 1694, durante seis años, entre 1704 y 1710 fue alumno en el colegio jesuita “Louis le Grand”. Tras publicar un número considerable de libros, Voltaire colaboró con Diderot y D´Alembert en la por tantos conceptos famosa Enciclopedia francesa, cuyo primer volumen se publicó en julio de 1951. Me considero muy afortunado al tener en un lugar especial de mi Biblioteca los seis tomos de texto y 12 tomos de grabados, edición facsímil del original francés de la Enciclopedia.
En TRATADO SOBRE LA INTOLERANCIA Voltaire se pronuncia contra todas las formas de intolerancia.Es duro con la ejercida desde las alturas por la Iglesia católica. Crítico con palabras razonadas por la intolerancia de los jesuitas en Japón, que dio origen a una guerra civil.
Para Voltaire, “es una impiedad quitar, en materia de religión, la libertad a los hombres, impedir que elijan una divinidad”.
Para fundamentar sus opiniones recurre a algunos de los llamados padres de la Iglesia, prominentes figuras cristianas de los primeros cinco siglos: “La religión forzada no es ya religión: hay que persuadir, no coaccionar” (Luctancio). “Es una herejía execrable querer ganarse por la fuerza, por los golpes, por los encarcelamientos, a quienes no se ha podido convencer mediante la razón”. (Atanasio).
Sigue Voltaire afirmando que no se necesita un gran arte, ni una elocuencia rebuscada, para demostrar que los cristianos deben tolerarse los unos a los otros. Argumenta: “¿No somos todos hijos del mismo Padre y criaturas del mismo Dios?”.
Metido en el Nuevo Testamento, el filósofo ve “muy pocos pasajes en los Evangelios de los que el espíritu de persecución haya podido inferir que son legítimas la intolerancia y la coacción”.Jesucristo –dice- predica la dulzura, la paciencia, la indulgencia”. Las diferencias de criterios entre Pedro y Pablo Voltaire las interpreta como un ejemplo de tolerancia. Hubo entre ellos un tema de disputa violenta, porque se trataba de saber si los nuevos cristianos procedentes del mundo gentil debían someterse a la circuncisión o no. En otros casos tales diferencias habrían provocado un cisma. Pero –razona Voltaire- “la caridad no resultó herida, la paz se mantuvo. ¡Qué mayor lección para que nos toleremos en nuestras disputas y nos humillemos en todo aquello que no entendemos!”.
Llegado a este punto dejo a un lado todas las notas que preparé de antemano para la redacción de este artículo. El espacio que resta en esta escritura quiero que lo ocupe la plegaria que Voltaire eleva a Dios en uno de los capítulos finales del libro.Jamás he leído nada parecido de un autor católico o protestante. Así se expresa el tan denostado filósofo francés:
“Ya no es, pues, a los hombres a los que me dirijo; es a ti, Dios de todos los seres, de todos los mundos y de todos los tiempos: si está permitido a débiles criaturas perdidas en la inmensidad, imperceptibles para el resto del universo, osar pedirte algo, a ti que has dado todo, a ti cuyos decretos son tan inmutables como eternos, dígnate mirar en tu piedad los errores unidos a nuestra naturaleza; que esos errores no provoquen nuestras calamidades.
Tú no nos has dado un corazón para odiarnos, ni unas manos para degollarnos; haz que nos ayudemos mutuamente a soportar el fardo de una vida penosa y pasajera; que las pequeñas diferencias entre las ropas que cubren nuestros débiles cuerpos, entre todos nuestros insuficientes lenguajes, entre todas nuestras ridículas costumbres, entre todas nuestras imperfectas leyes, entre todas nuestras insensatas opiniones, entre todas nuestras situaciones tan desproporcionadas a nuestros ojos, y tan iguales ante ti; que todos estos pequeños matices que distinguen los átomos llamados hombres no sean signos de odio y de persecución; que los que encienden cirios en pleno mediodía para celebrarte soporten a los que se contentan con la luz de tu sol; que los que cubren su ropa con una tela blanca para decir que hay que amarte no detesten a los que dicen lo mismo bajo una capa de lana negra; que sea lo mismo adorarte en una jerga formada por una antigua lengua, o en una jerga más nueva; que aquellos cuya vestidura está teñida de rojo o de violeta, que dominan sobre una pequeña parcela de un montoncito de barro de este mundo, y que poseen algunos fragmentos redondeados de cierto metal, gocen sin orgullo de lo que ellos llaman grandeza y riqueza, y que los otros los miren sin envidia: porque tú sabes que en esas vanidades no hay nada que envidiar ni de que enorgullecerse.
¡Ojalá todos los hombres recuerden que son hermanos! ¡Que sientan horror por la tiranía ejercida sobre las almas, como detestan el bandolerismo que roba por la fuerza el fruto del trabajo y de la industria pacífica! Si los azotes de la guerra son inevitables, no nos odiemos, no nos desgarremos los unos a los otros en el seno de la paz, y empleemos el instante de nuestra existencia en bendecir por igual, en mil lenguas diversas, desde Siam hasta California, tu bondad que nos has dado este instante”.
Si después de leer ese texto alguien sigue pensando que Voltaire fue filósofo ateo, mal anda la salud de su alma.
Si quieres comentar o