Todavía te recuerdo siendo mi alumno, no es que te lleve tantos años, simplemente era muy jovencita cuando comencé a dar clases de escuela dominical. Eras bueno, dulce, escuchabas con atención, te portabas bien y, a medida que fueron pasando los años, te convertiste en un buen joven y luego en un buen padre de familia.
Nos llevábamos bien, incluso llegaste a trabajar para el Señor en lugares a los que quizá nunca llegarías si no fuera por mí.
Qué fue lo que te pasó mi hermano?... Qué fue lo que te pasó mi amigo?... Por qué me rechazas?... Por qué me evitas?... Por qué me persigues en cualquier trabajo que hago para el Señor, buscando encontrar defectos?... Por qué me he convertido en tu blanco favorito de conversación... Por qué me has calumniado hasta donde has podido?...
Recuerdo un día muy doloroso para mi, en el que te dije: “Yo te sigo queriendo mucho”, tu respuesta tajante fue: “no me importa, yo a ti no te quiero”.
Donde quedaron los años de buen trabajo juntos?, “mojando el pan en el mismo plato”?
Será, supongo, porque en cosas absolutamente secundarías, jamás primordiales, acerca de la Palabra de Dios, pensamos de distinta manera; pero, sigo sin entenderlo. No puedo comprender cómo un hermano se puede ensañar con otro como tú lo haces, por cosas que -permíteme decirte- al Señor no le preocupan demasiado.
Cosas importantes son: la justificación por la fe, la salvación por gracia, la veracidad de la Biblia, la inmutabilidad de Dios o la segunda venida de Jesús, entre muchas otras, pero no las simplezas a las que tú aludes siempre, tanto delante como detrás de mí; porque, sabes mi hermano? Toda esa gente que te escucha, luego habla y siempre llega a mis oídos.
Hace muchos años que decidí no estar a mal con nadie, en lo que de mí dependiera, pero es que tú no me dejas, es como si yo fuera una auténtica obsesión para ti, por supuesto para mal.
Te consideras el atalaya, el que tiene que gritar en alto su verdad, pero, sabes?...te equivocas, te equivocas muchas veces y haces daño, no sólo a mí, que ya tengo las espaldas hechas de hierro, sino a mucha gente sencilla a la que confundes con tus “buenas acciones”.
En ocasiones me recuerdas a los fariseos, cuelas -con mucho cuidado- el mosquito y te tragas -sin enterarte- el camello.
Podría decirte que estoy enfadada, que no te soporto, que -a su tiempo- recibirás la disciplina del Señor y muchas otras cosas más; pero no lo voy a hacer, porque yo, aunque no te lo creas, todavía te quiero.
Todo esto me da mucha pena y no comprendo cómo pueden ocurrir estas cosas dentro de la casa de Dios, pero sé bien que el diablo se cuela entre los bancos de la capilla intentando destruir a la iglesia, al resto...ya lo tiene dominado.
No te quiero cansar más, ni es mi deseo ofenderte, solamente me gustaría hacerte reflexionar, quizás no querrás saber nunca más de mi y seguirás en tu misma línea, ojalá me esté equivocando!! pero te ruego que pienses no sólo en el daño que me haces a mí, sino a tantas personas, quizás sin que te des cuenta de ello y...recuerda.... te sigo queriendo.
“Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos.” (San Pablo)
Si quieres comentar o