F. de Enzinas: la muerte de Juan Díaz

Decide entonces redactar un pequeño libro narrando su vida y trágica muerte. Juan Díaz tiene una existencia y un final francamente impactante. La narración de los hechos nos la brinda el libro escrito por Francisco y el amigo de Juan Díaz, Claude de Senarclens, en la ciudad de Basilea en el año 1546.

El relato empieza de forma epistolar, su destinatario es el conde palatino Otón Enrique, al que Bucero insta a capturar y castigar a los autores de tan horrible crimen.

Juan Díaz era conquense de nacimiento, después de pasar por varias universidades españolas, estudia en París, especializándose en letras y teología. Al parecer su conocimiento de hebreo era muy grande. La conversión del conquense se va a producir por la predicación de otro personaje que ya conocemos, Diego de Enzinas. Después de su conversión parte para Ginebra. De allí irá con los hermanos Senarclens a Estrasburgo. Por mediación de Bucero se hace portavoz de la ciudad en la discusión de Ratisbona. En dos cartas que se han conservado, Juan narra todo lo acontecido en su viaje. Allí vio a Pedro Malvenda, un viejo conocido de la ciudad del Sena. Su compatriota se extrañó de sus posiciones evangélicas y tuvo varias conversaciones con él sobre este tema.

A su regreso, Malvenda narró en una carta su encuentro con Díaz a De Soto, el Confesor del Emperador. Casualmente, junto al confesor imperial, se encontraba un amigo del hermano de Díaz, que se enteró de todo el asunto. Poco después el hermano de Juan, Alfonso, sería puesto sobre aviso acerca de la “apostasía” de su hermano. Alfonso era abogado en Roma, buscando desesperadamente mejorar su posición económica y social. Para él era inconcebible que su hermano hubiera dado ese paso. Al fin y al cabo, la decisión de Juan podía hacer peligrar su carrera. Por ello deja Roma y busca a su hermano con la intención de disuadirle de sus ideas. Primero intentó averiguar su paradero a través de Senarclens. Éste en un principio fue reacio a facilitar su paradero, pero más tarde aconsejado por Bucero le da su dirección.

Alfonso encontró a Juan en la ciudad de Neuburg y desde el primer momento, de diferentes formas, intentó que “entrara en razón”. Pero la fe de Juan no menguó, lo que terminó por exasperarlo. Como no lograba por las buenas convencerle, fingió aceptar las ideas evangélicas para poder sacarle de aquel ambiente y llevarlo a Roma. Allí- según quería hacerle creer Alfonso- era más necesario que en Alemania.

Todos los amigos de Juan Díaz desaconsejaron el viaje. Después de varios días intentando convencerle, Alfonso desiste y se marcha, pero no va muy lejos, ya que en su mente ha maquinado un plan siniestro: el asesinato de su hermano.

Dos días después de su partida, regresa con un asesino para completar su plan. En ese momento, junto a Juan sólo estaba su amigo Senarclens.

El 27 de Marzo, muy de mañana, alguien llamó a la puerta de la casa donde se alojaban los dos amigos. Salió a recibirle el joven hermano del pastor, dueño de la casa donde habían estado hospedándose. El asesino preguntó por Juan Díaz con la excusa de darle una carta importante. Una vez a solas con su víctima la emprendió a hachazos con él, en el suelo queda tendido el infeliz cuerpo sin vida. Su asesino huye para reunirse con el fratricida.

El asesinato nunca fue vengado. En un principio se persigue a los asesinos pero estos escapan, más uno de los perseguidores insiste en buscar a los culpables y consiguió apresar a Alfonso en la ciudad de Innsbruck. Aunque el asesino es encarcelado, Pedro De Soto convence al Emperador para que entorpezca el proceso, con el fin de soltar a Alfonso. También pide su traslado a Trento, donde con un juicio amañado pretende liberarlo. Una vez más Carlos V cede a todas las demandas de su Confesor. El prisionero tras su traslado a la ciudad conciliar es puesto en libertad. Un buen número de los asistentes al concilio alaban su “hazaña”. El fratricida regresa a Roma y es recibido por el Papa, que elogia su crimen y le felicita. Al poco tiempo marcha a Valladolid y de allí vuelve a Trento.

Poco después Alfonso, seguramente torturado por la culpa, se suicida. De esta triste manera termina la vida de los dos hermanos. Su testimonio pone de manifiesto el grado de fanatismo al que a veces se llegó. En muchos casos la vida humana dejó de tener importancia, sirviendo a fines netamente egoístas como el prestigio personal, el reconocimiento, el miedo a salir de la norma o la rigidez de la ortodoxia, que pasa por la aniquilación del contrario. Este fanatismo desembocó en guerras interminables de religión, que demostraron lo poco que habían aprendido ambos bandos, católicos y protestantes, de los postulados evangélicos.

De la triste manera que hemos comentado terminó la vida de este conquense ilustre. Francisco narra estos hechos en su libro por amor a la verdad y a la justicia, ya que un acto tan vil, no podía quedar silenciado por el pasar del tiempo.

Tras varios viajes, en Mayo de 1547 regresa Francisco de Enzinas a Estrasburgo. En Enero de 1548 manifiesta Melanchton su deseo de ir a Inglaterra, por lo que este escribe una carta de recomendación para Crammer, arzobispo inglés, también escribe a Bucero, que ha tenido que abandonar su ciudad y refugiarse en la isla.

Como el ministro inglés no contesta, Francisco llega acariciar la idea de viajar a Turquía para ayudar a la colonia de evangélicos que hay en la zona, pero Bullinger le disuade.

Al parecer también influyó en su decisión el enamoramiento hacia una vecina de Estrasburgo. El mismo Enzinas habla así de este tema en una carta de Marzo de 1548: “No habrían podido tus amenazas hacerme desistir del viaje a Constantinopla, si un lazo más fuerte no me retuviera en esta parte de Europa sin yo esperarlo. Pues para comunicarte a ti, mi principal amigo y al resto de los hermanos que contigo están lo que inesperadamente ha sucedido, has de saber que he tomado como compañera de mi vida, a doña Margarita Elter, doncella noble y muy bien conocida por la esposa del señor Hooper, cuyas buenas cualidades yo te ensalzaría si mi testimonio no pareciera en cierto muy sospechoso”.

El arzobispo Crammer contesta con una carta ofreciendo su hospitalidad al burgalés y una plaza de profesor de griego en Cambridge.

Un Francisco recién casado, con nuevas responsabilidades y expectativas en la vida parte para Inglaterra. ¿Qué le espera allí?