Profundo en su reflexión, agudo en su análisis, atento a los temas ideológicos, no le falta, sin embargo, concreción ni visión. Tomando en consideración el hecho de que la primera encíclica de un Papa generalmente resume el programa de todo su pontificado,
Deus caritas est (Dios es amor) se adapta perfectamente a su papel de documento programático.
Es un tema teológico razonado con mucha erudición. Refleja las convicciones de una persona que alimenta un proyecto ambiciosos para la Iglesia a la que representa. Es una encíclica que habla a los católicos romanos, pero también a todos los hombres preocupados por el bien común y el bienestar de la sociedad. Hay comentarios sobre versículos de la Biblia, citas de los Padres de la Iglesia y documentos del Magisterio, así como también referencias a las vidas de santos (desde Martín de Tours hasta la Madre Teresa de Calcula).
El Papa también se ocupa de varios asuntos generales, tales como el papel de la política y el Estado y de temas como la globalización, la pobreza y la responsabilidad de las organizaciones de beneficencia. El amor no es visto de forma meramente romántica o individual sino más bien concebido como el núcleo central de la experiencia humana.
La primera parte de la encíclica trata de la relación entre el amor y el eros. Subraya la manera en que el amor cristiano abarca los aspectos positivos del eros pagano, corrigiendo sus distorsiones hedonísticas, y permaneciendo abierto al servicio de la vida de la iglesia y de la sociedad. La segunda parte examina las consecuencias sociales del amor a la luz de la misión de la iglesia en un mundo complejo.
¿ESTÁ EL AMOR DE DIOS CONTRA SU JUSTICIA?
Muchas de las materias planteadas por el Papa son interesantes, en el sentido de que se hacen eco del concepto bíblico del amor de Dios y del amor cristiano. Otras se apartan del tratamiento que las Escrituras conceden al amor.
En la encíclica, el atributo del amor de Dios se presenta en términos absolutos, casi como si esta cualidad fuera la suma total del carácter de Dios, con independencia de Sus demás atributos. Parece que el amor de Dios sea una entidad independiente y auto-definida, no habiendo lugar para nada más como, por ejemplo, la justicia de Dios.
Las palabras como “juicio”, “ira” o “castigo”, con referencia al carácter de Dios no se mencionan en la encíclica. El amor de Dios es concebible en sí mismo.
Parece como si el Papa se hubiese deslizado hacia la tentación marcionita, la cual enfrenta el Dios del Antiguo Testamento (un vengador severo) contra el del Nuevo Testamento (un padre amante). No obstante, según la Biblia, el amor de Dios es siempre calificado por Sus otros atributos y no independientemente de ellos. Es verdad que en gran parte de la teología contemporánea existe una cierta reticencia (por no decir una inquietud real) a hablar de la justicia, el juicio y la ira de Dios. Que el Papa, calificado frecuentemente como “el campeón de la ortodoxia”, tropezara en este mismo terreno es una señal de la forma en que el viejo marcionismo está vivo y prosperando, incluso en el catolicismo romano oficial.
Aparte de este desliz, la única vez que el Papa relaciona el amor con la justicia de Dios saca a la luz lo distante que está de la visión bíblica y demuestra lo dependiente que es de un conjunto de ideas humanistas. Hablando del profeta Oseas, Benedicto XVI escribe: “El amor apasionado de Dios por su pueblo -por la humanidad- es, al mismo tiempo, un amor clemente. Es tan grande que vuelve a Dios en contra de sí mismo, su amor en contra de su justicia” (10). ¡Uy, esto es bíblicamente erróneo! Es la noción humanista de que el amor de Dios está en oposición a su justicia, por lo que el amor sería incompatible con la justicia.
LA CRUZ: AMOR Y JUSTICIA DE DIOS
Las Escrituras dicen que el amor y la justicia de Dios no están en conflicto sino que son co-atributos del mismo Dios. Además, el amor y la justicia son manifiestos y cumplidos en el sacrificio del Hijo de Dios en la cruz. Allí, el amor de Dios no rechaza la justicia sino que la realiza. Jesucristo toma el lugar de aquellos que deberían haber sido castigados por la justicia y les ofrece la salvación ganada por El mismo, el sacrificio propiciatorio por los pecados (Romanos 3:25; 1 Juan 2:1-2; 1 Juan 4:10).
En la cruz la justicia de Dios no se opone al amor sino que más bien lo manifiesta en el hecho de que Dios, en Su misericordia, dispensa la justicia al asumir sobre sí mismo (o sea, sobre Jesucristo) su ominosa consecuencia. ¡Dios no es esquizofrénico! Su reino no está dividido en dos partes beligerantes (Mateo 12:25). Dios, uno y trino, es amante y justo al mismo tiempo.
Entonces ¿cuál es el problema teológico de la encíclica? Que carece de cualquier idea de sustitución penal cuando trata del amor de Dios. Esta es una doctrina fundamental del Evangelio que proclama que el Hijo de Dios muestra su amor soportando el juicio de Dios contra el pecado y toma el lugar de los elegidos. En la cruz el amor y la justicia se reúnen, no lucharon entre sí como dice el Papa. En la cruz, “la misericordia y la verdad se han encontrado, la justicia y la paz se han besado” (Salmo 85:10). Cuando falta esta doctrina es imposible conciliar el amor y la justicia de Dios, ni tampoco la frase “Dios es amor” (1 Juan 4:8), tan frecuentemente repetida por el Papa, puede entenderse de una forma bíblica. Uno de los problemas fundamentales del catolicismo romano es que no deja espacio para la sustitución penal de Jesucristo. Sin sustitución penal, ¿cómo puede existir el evangelio bíblico?
LA DEVOCIÓN MARIANA
Un comentario para terminar. Muchos observadores se han dado cuenta que este Papa presenta un énfasis menos mariano que Juan Pablo II. Esto es debido, en parte, al cambio de tono que se ha dado dentro del mismo marco teológico.
En realidad hay variaciones en la espiritualidad católico romana, porque pueden encontrarse varios tipos de espiritualidad dentro del catolicismo romano.
Se puede ser más o menos mariano en los discursos y los gestos, pero los dogmas marianos permanecen vinculados a la estructura dogmática de la Iglesia Católica. En cualquier caso, es significativo que, al igual que su predecesor, la encíclica de Benedicto XVI también concluye con la clásica invocación a María (41-42) a quien se encomienda la iglesia y su misión.
Si Dios es amor, ¿por qué persiste en invocar a Maria y confiar a ella el ministerio de caridad de la iglesia?
Traducción: Rosa Gubianas
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