Migración y misión cristiana (III)Hoy en día tenemos un mar de información respecto a la migración desde la península ibérica hacia las Américas entre los siglos dieciséis y dieciocho. Bien sea en tono épico o en clave autocrítica se ha investigado hasta la saciedad ese proceso migratorio que acompañó la expansión imperial ibérica. Hasta cierto punto puede decirse que la empresa ibérica constituye el ápice de la identificación entre imperio y misión que luego prosigue –con diferencias de grado debido a la progresiva secularización de Europa- cuando las otras naciones europeas deciden emprender procesos colonizadores en las Américas, Asia y África.
Aún quedan rezagos de esta forma de misión “desde arriba”, desde una posición de poder y conquista, que contrasta con la misión “desde abajo” que vemos descrita en el material histórico del Nuevo Testamento y de los siglos que preceden a la experiencia constantiniana de la Iglesia.
En su cuidadoso análisis del proceso de secularización el sociólogo y teólogo reformado Roger Mehl nos recuerda que hoy en día las iglesias cristianas “se ven llamadas a volver a una situación más cercana a la de la Iglesia primitiva que a la de la Iglesia de la Edad Media: el
corpus Christi deja de confundirse con el
corpus christianum, la Iglesia se diferencia socialmente del resto del cuerpo social.Dispone de la facilidad para recuperar su especificidad.”(1)
Mirando hacia el resto del siglo veintiuno, me parece que la misión cristiana volverá a sus características pre-constantinianas. Por ello propongo que encontremos algunos referentes históricos más cercanos y apropiados para nuestra reflexión, como ciertas experiencias de los siglos diecinueve y veinte.
CATOLICISMO Y MIGRACIÓN EUROPEA
Consideremos como caso ilustrativo, por ejemplo, la experiencia católica dentro del proceso migratorio europeo de ese período. Su marco más amplio es la emigración europea.
Entre 1846 y 1932 marcharon a ultramar 54 millones de europeos, de los cuales 34,200,000 fueron a Estados Unidos, 7,000,000 a la Argentina, 5,200,000 al Canadá, 4,400,000 al Brasil.(2) Dentro de este desplazamiento masivo se puede ubicar el notable crecimiento del Catolicismo en los Estados Unidos.
El historiador estadounidense Franklin Littel nos ofrece las siguientes cifras. En el momento de la independencia de ese país había 20,000 católicos dentro de una población de tres millones y medio. Para 1815 ya había 90,000, en 1860 habían llegado a ser 3 millones, en 1920 eran 20 millones y en 1960, eran 40 millones. Comentando estos hechos, y la visión de muchos cristianos europeos de comienzos del siglo diecinueve, Littell afirma que ¨la nueva nación era una nación pagana – uno de los campos misioneros más necesitados del mundo. Durante la mayor parte del siglo diecinueve, sociedades misioneras católicas y protestantes de Europa enviaban misioneros, literatura y dinero para salvar al Nuevo Mundo de caer en la total irreligión.”(3)
Esta migración masiva de católicos a los Estados Unidos, un país sin iglesia establecida, marcó al catolicismo de ese país haciéndolo muy distinto al catolicismo de otras partes del mundo, especialmente de aquellos países en los cuales había sido Iglesia oficial o establecida. Se plantearon varios desafíos de carácter misionero.
Primero fue el desafío de las necesidades sociales de personas vulnerables, desorientadas y desarraigadas, porque como en tantos otros casos era la miseria la que los había empujado a emigrar. Dice una historiadora católica, “La mayoría de los inmigrantes católicos eran irlandeses. Aunque los irlandeses había estado viniendo a los Estados Unidos desde la época colonial, la verdadera avalancha vino con aquellos que escapaban de las llamadas hambrunas de la patata. En el quinquenio entre 1846 y 1851 más de un millón de irlandeses dejaron su patria, la mayor parte de ellos jóvenes, solteros y pobres.”(4)
El segundo contingente después de los irlandeses fueron los alemanes y luego italianos, españoles, portugueses, austriacos, polacos y nacionales de otros países de Europa Central, y esto nos lleva al segundo problema.
El intento de asimilar a los inmigrantes tropezó con la realidad de las diferencias nacionales y culturales entre ellos y McGlone señala que las rivalidades de tipo nacionalista hacían correr el riesgo de que la Iglesia estallara en fragmentos. Una discordia notoria fue la que se dio entre los alemanes y los irlandeses. Aunque éstos eran más pobres, para establecerse en la nueva situación contaban con su dominio de la lengua inglesa.(5) Un motivo de resentimiento de los alemanes, por ejemplo, era que la mayoría del clero católico eran de origen irlandés. No se pudo evitar que en diferentes regiones distintas nacionalidades vieran a su iglesia local o regional como el ámbito en el cual se guardaban los valores y símbolos de su cultura e identidad nacional.
El tercer problema se debía a la diferencia entre el talante católico y el protestante ya que aunque no había iglesia establecida los protestantes que eran mayoría no vieron con buenos ojos la llegada masiva de católicos. Dice McGlone, “En un país que valorizaba la libertad y que estaba luchando para forjar una identidad nacional, el uso que hacían los católicos del Latín para su culto, su obediencia a Roma y su adaptación, aunque a regañadientes, a una multitud de nacionalidades en sus filas, parecía una peligrosa negación de lo Americano (un-American). Los protestantes compartían un ideal religioso de ‘voluntarismo’, una creencia de que la comunidad de fe nunca debiera ser intimidada por ninguna fuerza externa en cuestiones de creencia. Este principio parecía contradecir casi cada aspecto de la disciplina católica.”(6)
Como resultado de este proceso, en primer lugar los católicos estadounidenses adquirieron una experiencia y conocimiento de las realidades de la migración no igualado por ninguna de las iglesias protestantes. Esto los hizo uno de los grupos religiosos más influyentes en cuestiones migratorias, de manera que hasta hoy los documentos de los obispos católicos estadounidenses y su capacidad de acción coordinada tienen mucho más posibilidades de influir sobre la legislación. En segundo lugar, McGlone señala que la experiencia de responder a las realidades misioneras planteadas por la migración masiva hizo que los católicos estadounidenses descubrieran su verdadera “catolicidad” y tomaran plena conciencia de ella. En tercer lugar, por su talante forjado en las mencionadas circunstancias, los católicos estadounidenses han jugado un papel importante en algunos de los cambios notables que se dieron en el Concilio Vaticano II, como el relativo al reconocimiento, por lo menos en teoría, del derecho de los seres humanos a la libertad religiosa, y el respeto a las minorías.
Pese a todo lo dicho hasta aquí, la Iglesia Católica ha tenido dificultades para enfrentar la llegada masiva de latinoamericanos a los Estados Unidos en años recientes. Pese a su realidad numérica y su prestigio pareciera que los recursos humanos y misionales de los católicos han resultado desbordados por esta nueva ola inmigratoria.
De esta manera puede interpretarse las voces de alerta de algunos estudiosos católicos como el sociólogo Andrew Greeley frente a la deserción significativa de latinoamericanos que al llegar a Estados Unidos migran hacia otras iglesias, y en especial a las iglesias evangélicas de carácter popular.
En artículos que tuvieron resonancia, Greeley llamaba a un ejercicio de autocrítica y corrección.(7) Frente a estos hechos,
algunos obispos y pastoralistas cargan la nota de acusación de proselitismo a las iglesias evangélicas. Otros en cambio reconocen que la deserción de los católicos puede deberse a fallas pastorales serias y falta de sentido de misión en las parroquias católicas que son a veces unidades homogéneas de irlandeses, polacos o italianos cerradas por el etnocentrismo. Otra razón es la falta de clero y la incapacidad de movilizar a los laicos, en contraste con las iglesias evangélicas donde el laicado tiene una participación activa en el liderazgo de la iglesia.(8)
1) Roger Mehl, Sociología del Protestantismo (Madrid, Studium, 1974); p.81.
2) Datos tomados de Juan B. Vilar y María José Vilar, La emigración española a Europa en el siglo XX (Madrid, Arco Libros, 1999); pp 7-8.
3) Franklin Hamlin Littell, From State Church to Pluralism: a Protestant Interpretation of Religion in American History (Garden City; Doubleday, 1962); pp. 29 and 148-149.
4) Mary M. McGlone, CSJ, Sharing Faith Across the Hemisphere (Maryknoll, Orbis Books, 1997); p.40.
5) Id. ; p. 42.
6) Id.
7) Andrew Greeley, “Defection among Hispanics” (America July 20, 1988); pp. 61-62, ; y “Defection among Hispanics (Updated)” (America, September 27, 1997); pp. 13.
8) Me ocupo más detenidamente del tema en “Migration: Avenue and Challenge to Mission”, (Missiology, Vol. XXXI, No. 1, Jan. 2003); pp. 18-28.
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