El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Desde el origen de la humanidad, los hombres han interpretado los acontecimientos caprichosamente, según sus gustos y su pensamiento. Esto ha dado lugar a la función de los mitos.
El libro del erudito francés se centra mayormente en las leyendas surgidas en torno a la muerte de Magdalena y los lugares que reclaman su cuerpo.
Lope concibe a la Magdalena como una prostituta de tipo cortesano, su honra puesta en boca del vulgo, la lujuria siempre presente entre sus pecados. Ninguna de estas miserias tienen apoyo en la Biblia, pero Lope ignora el Libro sagrado y prestigia la imaginación.
Todo el morbo de la leyenda que ahora circula en torno a María Magdalena parte del desconocimiento de los Evangelios. Esta maraña de teorías y de leyendas en torno a la santa de Magdala, la primera persona que vio a Jesús resucitado, tiene su origen en falsas interpretaciones de los libros sagrados.
Para Bruckberger, Magdalena era María de Betania, y también esta María era la misma de la que habla Lucas.
María Luisa Luca de Tena y Brunet dedica un largo artículo biográfico a la primera persona que vio a Jesús resucitado: María de Magdala.
“Mary Magdalene” se divide en tres actos. Los personajes principales son el tribuno romano Lucius Verus, el filósofo Annceus Silanus, Appius y Coelius.
La Magdalena del autor danés Lars Muhl nada tiene que ver con la tierna figura femenina que aparece en los cuatro Evangelios inspirados.
Régis Burnet traspasa la frontera de lo ético y llega a la blasfemia. Juega con dos términos que pocas veces coinciden, proximidad y sexualidad. Si todas las personas que mantienen una relación de proximidad con otras derivaran en prácticas sexuales, la sociedad sería un caos.
La Magdalena, muerta hace unos dos mil años, ¿dónde está? ¿En el cielo? En todo caso, en espíritu. Un espíritu, ¿puede alargar la mano a un ser mortal y entregarle “unos rollos pergaminos”?
Las invenciones e imaginaciones hasta resplandor tienen, sin ser soles ni estrellas. La imaginación de un escritor tiene el don de persuadir al lector de que lo que lee es ciencia pura, sin atender a los gritos contrarios de la razón.
Estoy firmemente convencido de que en la novela de Ki Longfellow se está cumpliendo la profecía del apóstol Pablo: “vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2ª Timoteo 4:3-4).
“Desterremos de nosotros toda sospecha”, gritaba Séneca. La sospecha envanece, escribía años después el apóstol Pablo. ¿Se puede atribuir a la sospecha naturaleza de verdad? La autora del libro admite que su hipótesis es pura sospecha, pero lectores ávidos de sensaciones nuevas digieren estos cuentos sin más.
Entre Dan Brown con su “Código Da Vinci” y Juan Arias con su “María Magdalena” transcurren dos años, pero el cura apóstata da la razón al novelista inventor de fábulas.
Así es la novela. Todo lo aguanta. Con todo carga, por muy disparatado que sea. Ninguna pretensión de originalidad. La suma de artificio vano, falso, inconsistente.
El tener que ganarse la vida con la literatura perturba la serenidad y a la mentira no se le da importancia. Se la considera parte del oficio. La pluma –decía Byron- ese poderoso instrumento de los hombres insignificantes.
A un investigador como lo presenta el libro se le exige rigurosidad, documentación, como menos. Nada de esto aporta el autor. Y el lector, por lo general, no está en disposición de averiguar sus insinuaciones.
Cuando surge un tema que capta al público, los editores se vuelcan en la producción de obras que especulen sobre el mismo entramado. Es su negocio. Y hay un empecinamiento literario en casar a Jesús con María Magdalena.
Venturosa la novela, en general, que admite todas las fantasías capaces de ser inventadas en la mente del humano.
Aquella luz celestial que Cristo predicaba, presentándose a Sí mismo como luz del mundo, iluminó para siempre el corazón de la Magdalena, para siempre, hasta después de muerto.
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