Desde el origen de la humanidad, los hombres han interpretado los acontecimientos caprichosamente, según sus gustos y su pensamiento. Esto ha dado lugar a la función de los mitos.
“Sainte Marie-Madeleine”, por Henri Lacordaire, Librairie Poussielgue-Rusand, París, Francia, 1860, 250 páginas. (El material empleado en la redacción de este artículo ha sido traducido del francés por el autor del mismo).
Presento al autor: Henri Lacordaire nació en Francia el 12 de mayo de 1802 y murió en el mismo país el 22 de noviembre de 1861.
Una crisis espiritual de juventud, de la que no dio muchas explicaciones, le llevó a París. En la capital dejó sus estudios de Derecho e ingresó en un seminario católico. Fue ordenado sacerdote en 1827. Llegó a conseguir una fama tan grande que el Arzobispo de París le ofreció el púlpito. Así nacieron las “Conferencias de Notre Dame”, que honran la elocuencia de su autor hasta el día de hoy. En 1838 se trasladó a Roma, donde tomó el hábito de la Orden de los Dominicos. De regreso a Francia muchas ciudades del país oyeron su palabra elocuente, conmovedora y entusiasta. Fue poeta exquisito y elegante y autor de varios libros, entre ellos la vida de María Magdalena.
Como biblicista, Lacordaire me ha defraudado. Me cuesta creer que, tal como hacen autores modernos, este sabio hombre, versado en la Biblia, llegara a escribir que la mujer anónima que aparece en el capítulo siete de Lucas en el curso de una fiesta ofrecida por un tal Simón fariseo, donde ungió los pies de Jesús con perfume, y María de Magdala, a la que el Señor sanó de una enfermedad demoníaca, fueran una sola persona. También lo dice de María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro. ¿Cómo puede desfigurar la historia con tal impunidad? Para el escritor y poeta francés la Magdalena era María de Betania y la mujer de Lucas 7.
Añade: a los turistas que visitan Betania se les dice: “Allí estaba la casa de Lázaro, de Marta y de María Magdalena” (página 59).
Lacordaire da rienda suelta a su imaginación en la interpretación de los Evangelios. Amparándose en Juan 19:25 dice que en la vida de Jesús había tres Marías. Su propia madre, la mujer de Cleofás y “María de Betania, o sea, María Magdalena” (página 96).
Se le calienta la cabeza al autor francés. Un refrán español dice que no corre el que más camina, sino el que más imagina. En ese sentido, la imaginación de Lacordaire es imparable. Su poder imaginativo lo aparta de la realidad bíblica. Con su reconocida elocuencia convencía en sus tiempos, y más convencía al que no estudiaba, al que no comprobaba.
Haciendo de la imaginación la madre de su capricho literario, Lacordaire escribe este largo y medio falso párrafo: “María, llamada Magdalena, de Magdala, en la Galilea, era una de las mujeres que siguieron a Jesús y le servían. Algunos intérpretes (¿cuáles?) piensan que su conversión tuvo lugar en Magdala… María Magdalena, arrepentida de sus errores y durante el intervalo que no seguía a Jesús, regresó a Betania, cerca de su hermano y de su hermana; la tradición afirma que vivía en una casa separada de la que habitaban Lázaro y Marta” (página 98).
¡Ya ha escrito el señor Lacordaire otro Evangelio! ¿En qué capítulo, en qué versículos de los cuatro Evangelios canónicos que tenemos en el Nuevo Testamento se hallan tales disparates? Se suponía que el escritor y poeta francés estaba componiendo una biografía de María Magdalena, no una invención novelera estilo “El Código Da Vinci”.
Siguen las disparatadas interpretaciones del sacerdote católico: Dice San Juan en su Evangelio: “seis días antes de la Pascua vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, el que había estado muerto, y a quien había resucitado de los muertos. Y le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él. Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume” (Juan 12:1-3).
Por su elevada categoría intelectual Lacordaire sabría que interpretar no es un capricho de la mente. Interpretar es ajustarse a la verdad de los hechos, sin distorsionarlos ni debatirse en la trinchera del embrollo. Desde el origen de la humanidad, los hombres han interpretado los acontecimientos caprichosamente, según sus gustos y su pensamiento. Esto ha dado lugar a la función de los mitos.
Teniendo el Evangelio de Juan abierto, el mismo que ahora tengo yo, Lacordaire escribe: “La cena tuvo lugar el sábado por la noche. No se celebró en la casa de Lázaro ni en ninguna habitada por las dos hermanas, sino en cada de Simón el leproso…. Magdalena toma un vaso de alabastro, como la primera vez, y entra en el comedor… Rompe el alabastro que tenía en sus manos y derrama su contenido a los pies de Jesús, porque entendía que todo estaba consumado. Luego enjugó los pies de Jesús con sus cabellos” (páginas 105-106).
Tres objeciones a este discurso del escritor francés.
Una: Esta cena no tuvo lugar en casa de Simón el leproso, sino en la que ocupaban los tres hermanos. El apóstol Juan sitúa los hechos cronológicamente y afirma el lugar: Betania, casa de Marta, María y Lázaro.
Dos: María de Betania no era, en absoluto, María de Magdala. Dos mujeres distintas y muy diferentes.
Tres: La mujer que rompe el frasco de alabastro no era la misma que lo hizo en otra ocasión, la que el evangelista Lucas, en su capítulo 7, sitúa en casa de un tal Simón fariseo.
En otras páginas del libro, 70, 78, 85, 86, 90, 93, Lacordaire insiste, equivocadamente, en identificar a María de Betania con la mujer anónima a la que el médico y evangelista Lucas presenta en el capítulo 7 de su Evangelio.
Después de tantas reflexiones descabelladas, Lacordaire escribe, eso sí, con un prosa rica, dos bellos capítulos sobre la presencia de María Magdalena ante la cruz y en el huerto donde ve a Jesús resucitado.
Tras la persecución desatada contra los cristianos por judíos y romanos después de la muerte de Cristo, muchos seguidores del Maestro abandonan Israel y emigran a otras tierras. Como lo hacen otros autores que escriben en torno a María Magdalena, también Lacordaire la sitúa en la Provenza francesa, donde dice que llega en una barca junto a sus hermanos Lázaro, Marta y dos discípulos del Maestro, Tróphime y Maximin (página 146). Todos ellos se dedican a proclamar el Evangelio por aquellas tierras: Tróphime en Avignon, Maximin en Aix, antigua capital de la Provenza. Lázaro en Marsella, famoso puerto del Mediterráneo, donde arribó la barca. En cuanto a María, la más pequeña de los tres hermanos, identificada falsamente por Lacordaire como María Magdalena, terminó sus días instalada en una cueva de la Santa Baume, en plena montaña, a unos 20 kilómetros de Marsella. Dice Lacordaire que Maximin estuvo presente en su muerte y sepultura. “Dios –añade el autor francés- pensó en María Magdalena y en aquella montaña le preparó un asilo exprés” (página 165).
Me resulta difícil entender cómo un hombre inteligente, teólogo, conferenciante de fama, estudioso de la Biblia, tal fue Lacordaire, puede decir que María de Betania, María Magdalena y la mujer que aparece en Lucas 7, eran, en realidad, la misma persona. El jesuita Baldino Kipper, quien fuera profesor de Teología y en Lenguas Bíblicas en Brasil, dice en el cuarto tomo de Enciclopedia de la Biblia que es imposible identificar a María Magdalena con la mujer en Lucas 7. En cuanto a María de Betania, Kipper añade que cuando Lucas menciona a las dos “no indica absolutamente ni insinúa lo más mínimo que sea idénticas” (páginas 135-136).
Queda todo dicho.
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