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Juan Antonio Monroy
 

“La mejor enamorada, la Magdalena” de Lope de Vega

Lope concibe a la Magdalena como una prostituta de tipo cortesano, su honra puesta en boca del vulgo, la lujuria siempre presente entre sus pecados. Ninguna de estas miserias tienen apoyo en la Biblia, pero Lope ignora el Libro sagrado y prestigia la imaginación.

EL PUNTO EN LA PALABRA AUTOR Juan Antonio Monroy 28 DE JULIO DE 2017 13:00 h

Alicia Gallego es una joven intelectual de altura. Licenciada en Filología Hispánica, posee un Master en Literatura Española por la Universidad Complutense de Madrid. La misma Universidad le concedió un Diploma de Profundización en Filología Inglesa. Está especializada en literatura de la Edad Media y el Siglo de Oro. Es autora de varias publicaciones sobre Quevedo, Pedro Padilla, Cervantes y Lope de Vega.



Félix Lope de Vega y Carpio está considerado como uno de los más célebres poetas y autores dramáticos de España. Nació en Madrid el 25 de noviembre de 1562 y murió en la misma capital el 27 de agosto de 1635. Por entonces Miguel de Cervantes dominaba el mundo literario español. Estudiante en Alcalá de Henares, se dice que no terminó sus estudios por andar tras mujeres. En 1616 escribió: “Yo estoy perdido por cuerpo de mujer. No sé cuanto ha de durar esto, ni vivir sin gozarlo”. El ensayista y novelista catalán Sebastián Juan Arbó dice que las mujeres siempre tiraron de él. Al morir su hijo Carlos Félix en 1612 Lope sufrió una crisis espiritual y se ordenó sacerdote. Pero ni siquiera el sacerdocio le hizo frenar sus correrías amorosas y sexuales. En 1616, con 54 años, conoció a Marta de Nevares, de 26, y con ella pasó los últimos años de su vida. Después de muerto sus amigos le dedicaron un homenaje donde fue reconocido como “monstruo de la naturaleza”.



Menéndez y Pelayo, maestro máximo de historiadores e investigadores de la literatura española, hizo una clasificación de las obras de Lope. Entre la producción religiosa del genio destacan las basadas en el Antiguo Testamento y en el Nuevo. Aquí se encuadra “La mejor enamorada, la Magdalena”, motivo de la tesis firmada por Alicia Gallego. La obra fue escrita por Lope hacia 1609. Para la autora de la tesis, “el interés de Lope de Vega por la figura de María Magdalena pudo haber comenzado en una época temprana de su vida literaria".



El problema que plantea la Magdalena de Lope de Vega es que este autor del siglo XVI y primera mitad del XVII, anticipándose a los modernos tratadistas, mezcla a tres mujeres de los Evangelios en una sola: La mujer que ungía los pies de Jesús con perfume en el hogar de Simón el fariseo, según el capítulo 7 de Lucas; María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro, y la propia María Magdalena; lo hace de tal manera que no resulta fácil deducir cuando se refiere a una y cuando a otra, si bien tiene preeminencia la hermana de Marta, a la que también llama Magdalena, aunque en el Nuevo Testamento se la nombra simplemente María (Lucas 10:38-42; Juan 11:1-44 y 12:1-8).

En los primeros compases de la comedia Lope perfila una imagen de Magdalena como mujer despiadada y cruel:

            “Algún hombre

            que se mate me holgaré.

            Que una dama, cuando es bella

            y pretende cobrar fama,    

            se han de matar por la dama

            dos o tres hombres por ella”.





Lope concibe a la Magdalena como una prostituta de tipo cortesano, su honra puesta en boca del vulgo, la lujuria siempre presente entre sus pecados. Ninguna de estas miserias tienen apoyo en la Biblia, pero Lope ignora el Libro sagrado y prestigia la imaginación. Así escribe de la Magdalena:

            “Mirad que con el amor

            que a todos mostráis,

            que por vuestra parte echáis

            a perder todo el honor.

            Mirad que de sangre real,

            Magdalena, descendéis….

            Mirad que ya en vos se piensa

            y que el mundo mala os llama,

            y por las calles la fama

            es ardor a la vergüenza”.



Cuando Lope de Vega escribe esta comedia en torno al año 1600 ya existían versiones de la Biblia en castellano: La Biblia de Alba, de 1430; la Biblia de Ferrara, de 1533; el Nuevo Testamento de Encinas, de 1543; la Biblia del Oso, traducción de Casiodoro de Reina y publicada en 1569. De todos estos escritos sagrados bebió Cervantes, como se demuestra en las más de 200 citas, referencias y alusiones de la Biblia en sus obras, especialmente en Don Quijote.



Es de suponer que Lope de Vega, de cultura extraordinaria, conocía estas versiones del Libro divino, pero las ignora cuando escribe sus versos en torno a María de Magdala.



Siempre identificando erróneamente a María Magdalena con María de Betania, Marta habla a su hermana de Jesús. Dice Alicia Gallego que “el retrato elaborado por Marta sigue el orden de la más clásica descripción petrarquista; y se detiene en los mismos atributos, descritos de igual manera”.



Los versos son muchos, pero merece la pena enterarnos de cómo Lope de Vega imaginaba el cuerpo físico de Cristo:

            “Alto de cuerpo, alegre y soberano,

            mas no tan alto como bien medido;

            cabello del color del avellano,

            cuando el fruto nos da más escogido,

            baja por las orejas crespo y llano,

            y de allí, por los hombros esparcido,

            rayos parece que le traen sol bello,

            porque contiene un sol cada cabello.

            Frente espaciosa, larga, en compostura;

            los ojos son dos cándidas estrellas,

            cuyas divinas aras y hermosura

            tienen también compuesta la estatura;

            cejas que tiene el sol envidia dellas,

            tanto, que se le quitan mil enojos

            a todo aquel a quien miran sus ojos.

            La gracia que la cara le autoriza

            muestra los bienes que por él se aumentan,

            yendos ya con ella nos avisa

            que los que más le ofenden, más le afrentan.

            Afilada nariz, boca sin risa;

            porque, según los que le tratan cuentan,

            nunca creyó reír. Llorar, sí, y tanto

            que cualquier compasión le mueve a llanto”.



El célebre poeta madrileño da por admitida la conversión de María Magdalena. En su encuentro con Cristo vuelve absolutamente transformada. Clara señal de esa transformación es que Magdalena quiere quemar su cuerpo atendiendo a los clamores del alma:



        “¡Que fuego que me abrasa!

            ¡Agua, santo Señor, que el alma es fragua!

            ¡Agua que ponga tasa

            a tanto fuego! ¡Que me abraso! ¡Agua!”

            

El agua de vida que Jesús ofreció a la mujer samaritana junto al pozo de Jacob, la hermana agua, utilísima, preciosa, casta y humilde, el agua divina, agua de vida, desbordó el corazón de Magdalena desde el mismo instante en que Jesús la curó de una enfermedad demoniaca, tal como está escrito en la Biblia. El agua caída del cielo calmó su sed de arrepentimiento e hizo brotar en su alma dulces cadencias.



A diferencia de algunos autores modernos, Lope de Vega nada, absolutamente nada insinúa sobre unas supuestas relaciones sentimentales entre Jesús y María Magdalena.



Sí cree y lo escribe (¿fue el primero?) lo que tantos autores de nuestros días afirman como un hecho que no admite dudas ni discusiones: el viaje de María Magdalena de Jerusalén a Francia. Interpretando a Lope de Vega dice Alicia Gallego que cuando el Conde de Marsella está organizando una cacería en esas tierras francesas “llegan a la costa unos náufragos, no otros que Magdalena y su séquito apostólico, y se presentan como predicadores dispuestos a extender la fe cristiana y enseñar a rechazar los ídolos… Finalmente, Magdalena se queda a vivir en una cueva, en la que experimenta visiones de la divinidad”. Los condes, supervivientes de otro naufragio, son testigos de la muerte y de la inventada ascensión de María Magdalena. Antes, la Magdalena, extasiada en su nueva vida plena de espiritualidad, dice según la pluma de Lope de Vega y Carpio:

            “Con contento me conquisto

            a mí misma en tanta gloria,

    cuando vuelva a la memoria

    mi Dios, mi Jesús, mi Cristo.

    Yo misma no sé qué he visto

    ¡ah, Señor! que más me agrada;

    mas, pues en esta jornada

    ya tal bien vine a gozar,    

            con razón me he de llamar

            la mejor enamorada”.



Una mala novela del americano Dan Brown y una pésima película de Ron Howard resucitaron en el imaginario colectivo la figura de María Magdalena. Desde entonces las novelas de invención y fantasía se han instalado en librerías de todo occidente con el fin de abastecer el creciente mercado de gente que, como los atenienses en tiempos del apóstol Pablo, en ninguna otra cosa se interesan sino en decir o en oír algo nuevo. Escritores y editores, especialmente éstos, han sabido dar pienso a la bestia valiéndose del Hijo de Dios y de la figura limpia y pura de María Magdalena desde el instante de su conversión.



Nada de esto sorprende en los tiempos que vivimos, cuando se hunden los ideales y se camina de rodillas tras el dios dinero y el subdios placer.



Lo que sí sorprende es que un escritor nacido en el siglo XVI, considerado grande de España, convertido al sacerdocio tras una vida de crápula, anticipe las mentiras sobre María Magdalena, reeditadas casi cinco siglos después. Si Lope de Vega desconocía la Biblia fue un ignorante; si la conocía –lo más probable- y no se sujetó a ella en sus escritos, fue un engañador. Con permiso de Alicia Gallego Zarzosa.


 

 


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