Estoy firmemente convencido de que en la novela de Ki Longfellow se está cumpliendo la profecía del apóstol Pablo: “vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2ª Timoteo 4:3-4).
“El secreto de María Magdalena”, por Ki Longfellow, traducción de Omar El-Kashef y Manuela Mata Álvarez, editorial Factoría de Ideas, Madrid, 413 páginas.
He leído en horas de tres días las 413 páginas de esta novela y me siento defraudado. El reclamo de los editores afirma que en este libro “María Magdalena recupera todo el esplendor que la Historia le negó… La voz femenina más poderosa de su tiempo”. En ninguno de los capítulos leo nada de eso. A Ki Longfellow, autora de la novela, se la presenta como “mitad iraquesa y mitad francesa”. “El secreto de María Magdalena” es su tercer libro. En la actualidad está trabajando en otros, a la vez que escribe para revistas de Inglaterra y Estados Unidos.
Admito que Longfellow ha escrito un libro de gran calidad literaria, con frecuentes referencias a autores clásicos del judaísmo, el helenismo y el cristianismo, y a autores seculares contemporáneos. A la vez, demuestra un profundo conocimiento de la Biblia. Las páginas de su novela están plagadas de historias del Antiguo y del Nuevo Testamento, en algunos casos reproducidas literalmente. En realidad, la autora recoge casi todas las historias protagonizadas por Jesús en los Evangelios hasta su muerte, entierro y un par de páginas sobre la resurrección. En una de ellas Jesús contempla a la Magdalena llorando. María Magdalena dice a Pedro: “Tuve una visión, en la que él me dijo: “Mariamne, ¿por qué lloras? ¿Es que no ves que he ascendido con mi padre?” En la página siguiente la autora, como hace muchas veces a lo largo del libro, enfrenta a la Magdalena con Pedro. Habla la mujer: “Simón Pedro se mantiene allí un momento más. Está desgarrado entre una gran alegría y una gran rabia. Sólo él y yo seguimos allí. No hay nada que pueda templar la furia que le inspira mi sexo, nada que contenga su aversión por Mariamne la Magdalena. Pero ¿qué me importa eso a mí? Estoy hundida de pesar. Estoy perdida y maldita. La rabia de Simón Pedro no puede tocarme. Mi sumisión me enferma. Me acuerdo de lo que me contaron: que tres veces, mientras Jeshu se encontraba ante Pilatos, Simón Pedro lo negó. Con este pensamiento en la cabeza, me yergo como lo que soy, la amada de Jeshu. Me alzo como Mariamne, la mismísima Magdal-eder”.
Esta paráfrasis del Evangelio es una constante en la novela de Ki Longfellow. En este estilo están relatadas todas las historias del Evangelio, las parábolas de Cristo, los milagros, las conversaciones con los doce discípulos, los principales personajes que dan vida a la historia sagrada. De tal manera que podría decirse que la señora Longfellow ha escrito otra versión del Nuevo Testamento.
Desde el primer capítulo de la novela aparece una mujer, en todos los capítulos siguientes: Salomé, a quien la autora presenta como “hija de Zebedeo y viuda de Judas de Galilea”. En algunos lugares de la novela la autora presenta a Salomé como madre de Juan el Bautista, a quien llama Juan del Río. Aludiendo a su ministerio en el río Jordán, Salomé, meneando la cabeza, comenta: “he oído lo que la gente dice que enseña Juan, y no es eso”. Aquí replica Seth: “a pesar de que el Bautista aparece como un salvaje que predica la rabia y la penitencia, le oculta lo que conoce a todos, salvo al Nazareno”. En páginas siguientes se dice de Juan: “Juan es Juan el Bautista, famoso de un confin del Jordán al otro. Nadie puede gritar más alto que él. Abre la boca y lanza un poderoso alarido”.
En una reunión de amigos, el Bautista presenta a Jesús de esta manera: “Simón, Juan, quiero que conozcáis a mi primo favorito, Yeshua”. La autora de la novela distingue al primo favorito de Juan el Bautista porque escribe convencida de que Jesús tuvo más hermanos. En este tema Ki Longfellow deja correr una vez más su imaginación. Se instala en Mateo 13:55 al transcribir los cuatro nombres que allí se citan: Jacobo, José, Simón y Judas. Pero luego, al decir la cita de Mateo “¿no están todas sus hermanas con nosotros?”, por su cuenta pone nombres a dos de éstas hermanas: Miriam y Maacah (página 397).
Queda escrito que he leído esta novela desde el primer párrafo en página 11 hasta el último en página 413. No encuentro la razón del título. No he hallado el secreto de María Magdalena ni he podido saber en qué consiste dicho secreto. O soy lector torpe o concluyo que la autora y los editores optaron por un título llamativo para vender más, aunque no se corresponda con el contenido.
María Magdalena, desde luego, está presente en todo el libro. Es la voz narradora tras la cual está el bolígrafo, la pluma o el ordenador de la autora. En el capítulo que se abre en página 267 la presenta como Mariamne Magdal-eder. Caprichosamente la define como “famosa hechicera”, que recorre los caminos en su caravana. La fantasía de la autora no tiene límites. Después de todo, lo que escribe es novela, pura novelería. El refranero español dice: “Novelas, mejor no verlas. Novelas buenas, las que te hagan mejor de lo que eras; las demás, engendros de Satanás”.
No creo que la novela de Ki Longfellow entre en la primera categoría. Su imaginación la lleva a decir en página 321, que en el interior de la caravana conducida por la Magdalena iba “oculto, en el mayor de los carromatos, Yeshua”, es decir, Jesús. Esto si que es echar la imaginación a volar.
La señora Longfellow no se resiste a la leyenda que atribuye relaciones sentimentales entre Jesús y María Magdalena. En página 325 de la novela, la Magdalena confiesa: “He abandonado las mundanas moradas que poseo en Tiberius y en Jerusalén. He abandonado todas las cosas que tenía para poder estar yo también cerca de su persona… Él me ha perdonado. Así, pues, ¿qué no haría yo por el Mesías? ¿Qué hay en él que yo no pueda hacer?...Yeshu es realmente mi amante, como yo soy la suya”.
En una reunión con todos los discípulos, María Magdalena “pega su hermosa barbilla al hermoso cuello de Jesús”. Una mirada de Simón Pedro le impide seguir a más. “La misma mirada que ve Yeshu, y aunque la ha visto muchas otras veces, muchas, muchas veces” cuando Pedro se dignaba mirarla, esta vez Jesús no está dispuesto a tolerarla y recrimina duramente a Pedro.
No podía faltar la descendencia de Jesús y María, en la que se regodean todos los autores baratos, inventores de mentiras que tocan estos temas. Siguiendo la estela, a la señora Longfellow se le ocurre escribir que María Magdalena llevaba un niño en su vientre, hijo de Jesús, claro. ¿No dicen otros autores que era una niña?
En conclusión. Estoy firmemente convencido de que en la novela de Ki Longfellow, como en todos los demás libros que explotan el tema de las supuestas relaciones sentimentales entre Jesús y María Magdalena, se está cumpliendo la profecía del apóstol Pablo, veinte siglos antes de que éstos autores del enredo y el embuste nacieran: “vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2ª Timoteo 4:3-4).
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