El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Basada en un relato de Stephen King, esta película explora los temas de la esperanza, la amistad, y la libertad interior, a pesar de transcurrir en un ambiente asfixiante, sombrío y de aparente desesperanza.
En el libro pude ver a un Stuart abriéndonos su corazón, muy consciente de su edad y llegando con hechos reales, hasta el día de hoy, recordando personas muy importantes bien conocidas por todos y otras sencillas, pero con un valor muy importante para él.
Nunca se hubiera considerado evangélico, pero este anglicano contemplativo, conocido como «el místico inglés por excelencia», influyó enormemente en el génesis del movimiento evangélico en el siglo XVIII.
La película nos enfrenta a nuestras propias limitaciones, a la dificultad de hacer el bien en un mundo plagado de oscuridad y maldad.
Puede llamarme el Señor en cualquier instante a su presencia; estoy preparada, un día le entregué por completo mi vida, y mientras tanto, puedo cantar.
El barro de hoy es una enseñanza para el mañana, dura y difícil de asumir, pero debe servir para algo más, no puede ser en vano.
¿Es posible que las emociones y los pensamientos que albergamos ante las situaciones límite distorsionen nuestra comprensión de Dios y su manera de proceder?
El silencio en medio del sufrimiento no es un juicio de condena, sino una purificación de la fe.
La próxima vez que te encuentres adorando, no olvides ir con un corazón enamorado de Dios, deleitándote en él, satisfaciéndote en él mientras lo haces.
El Dios sufriente, Jesús de Nazaret, nos acompaña profunda y compasivamente conociendo y comprendiendo la profundidad del sufrimiento por experiencia.
Mientras en la película los pobres son un instrumento para la satisfacción de los más acomodados, el mensaje del Evangelio nos recuerda que la verdadera caridad no busca ser vista ni aplaudida.
¡Qué, con la luz de la Palabra y ardiendo en el Espíritu Santo, muchas almas puedan ser llevadas a los pies de Cristo!
Encarar la fragilidad humana no es algo nuevo para el Evangelio. Jesús mismo, el Hijo de Dios, encarnó no sólo nuestra humanidad, sino también nuestra vulnerabilidad más profunda.
De la señora Hortensia aprendí que no siempre sirve más el que más brilla, sino el que tiene el corazón dispuesto.
El Evangelio de Cristo arroja una luz distinta, ofreciendo una comprensión más profunda del dolor, no como un fin en sí mismo, sino como una oportunidad para el crecimiento espiritual y la redención.
Tenemos que arder en el Espíritu Santo y ahí es cuando veremos al Hijo del Hombre en medio de nuestros fuegos y experimentar como las llamas no nos pueden quemar.
En Wonder, la bondad nace del esfuerzo humano, de una decisión colectiva de ser mejores. En el Evangelio, la bondad surge como fruto del Espíritu Santo.
Tal vez nos sintamos desesperanzados y pensamos que no podemos seguir, es entonces cuando nuestro pastor viene a nuestro lado.
Es curioso cómo el cine dialoga con el tiempo. Megalópolis es una película sobre el futuro, sí, pero hunde sus raíces en una obra escrita hace más de dos mil años.
A pesar de la niebla y de la lluvia, veo las estrellas y las intuyo sobre mi mar, y en estos momentos es cuando pienso que mi creador, salvador y redentor, todo lo sabe y cuida de mí.
Hay fe allí donde se renuncia a afianzarla por medio de algo visible. Esta es la fe en el verdadero Dios que no es un fetiche, ni un ídolo sordo, ciego y mudo, ni un dios tapagujeros, sino el Dios de las personas y de la historia.
La adaptación de la novela Too Many Men de Lily Brett nos ofrece un retrato profundo y complejo de la lucha humana frente al peso de la historia.
Pastores y líderes evangélicos canarios reivindican la necesidad de solidaridad entre comunidades autónomas para acoger a personas. “El reparto de responsabilidades debería convertirse en algo obligatorio y sancionable”, dicen.
El amor incondicional de Cristo nos da la ayuda para soportar toda esa serie de situaciones dolorosas.
Hace ochenta años, Billy Wilder estrenaba Perdición, una historia donde el pecado no se esconde tras máscaras ni disfraces.
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