El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Jesús se identificó con nosotros. Vino a hacer la voluntad del Padre y así transformó el mundo.
George Martin fue no sólo el productor del grupo sino también la persona que los comprendía, y los mantuvo unidos en muchos momentos complicados.
Hizo una auténtica revolución en una sociedad y cultura en la que la mujer era despreciada.
Nuestra victoria no es que lo malo desparezca, sino que absolutamente todo (incluso lo malo), Dios lo permite para nuestro bien.
El cristianismo es distinto a otras religiones porque Jesús trajo el reinado de la gracia, para disfrutar de una fiesta eterna.
Más vale vivir sin envidia y trabajar sin vanidad para no caer en el reino de los mediocres.
El trato de Jesús fue de cercanía, una expresión de compasión hacia aquellos que eran despreciados.
Dios se preocupa por los que tienen sus alas rotas y les enseña a volar.
Parece que el hecho de tener razón es lo más importante en la vida.
Jesús venció la tentación de Satanás. Pero, ¿y nosotros como iglesia?
Sabemos quiénes somos cuando nos vemos a nosotros mismos como Dios nos ve.
Jesús transforma el agua en vino: así comienza una fiesta sin igual, la de una vida llena de alegría.
Merece la pena que nuestra vida sea mejor, merece la pena arriesgarse y no seguir la corriente.
Juan el Bautista estaba pegado a la verdad y apasionado por ella. Hoy Dios busca personas como él.
Una de las fuentes de ansiedad en nuestra vida son nuestros propios deseos. Deseos de querer tener más.
Jesús pasó muchos años dedicado a su trabajo como carpintero. ¿Hay algo que podamos aprender de ello?
La genealogía de Jesús no oculta nombres que seguramente nosotros hubiéramos querido borrar. Aprendemos así lo que significa la gracia de Dios.
Una cosa son las creencias o las cosas que decimos en algún momento de nuestra vida, y otra muy diferente es encontrarse cara a cara con la muerte. Eso lo cambia todo.
Nadie hubiera inventado una historia así: no sólo que Dios se hace hombre, sino que se hace un bebé.
Conocemos tanto de Jesús que da la impresión de que nada nos asombra. El esfuerzo más importante es leer los evangelios como si fuera la primera vez.
Ser santo es ser inmensamente feliz, porque así es Dios. ¡Lo opuesto a la santidad es la amargura!
En la vida cristiana todos estamos en la aventura de la competición para luchar y ganar.
Dios se ha especializado en usar a personas fracasadas, a los que han caído, a los que piensan que su vida no tiene valor.
Deberíamos tener una papelera de reciclaje en nuestro corazón para borrar todo lo que nos ha hecho daño: amargura, envidia, orgullo, palabras que otros nos han dicho, situaciones que nos hicieron daño, odio, malos pensamientos…
No nos engañemos, todos necesitamos afianzar nuestra lealtad. Todos necesitamos aprender a ser más fieles cada momento de nuestra vida.
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