Fuera de la cancha

Dwight Howard ha sido medalla de oro con la selección de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008 y es actualmente uno de los pívots más determinantes de la NBA. Suele hablar públicamente de lo importante que es Dios en su vida: «El baloncesto no lo es todo, se trata de cómo Dios cambia las vidas no solo en la cancha, sino sobre todo fuera de ella», decía en una de sus últimas entrevistas.

Lo que realmente merece la pena sucede fuera de la cancha. Dios trabaja en nuestra vida en todos los aspectos. Él quiere llegar hasta lo profundo de nuestro ser. Dios es el único capaz de transformar nuestra vida. El único que tiene derecho a hacerlo; el único que nos ama de una manera infinita. 

Cuando vemos a Jesús, Dios nos muestra el poder del amor. Es el único que puede vencer al miedo, la preocupación, el odio, la amargura, la envidia, el orgullo, incluso la soledad: el amor puede vencer en cualquier situación. El poder del amor es ilimitado e infinito. Porque Dios es amor. 

Si nos acercamos a la cruz de Cristo, no podemos dejar de asombrarnos una y otra vez. Jesús es el Amor con mayúsculas, el Amor crucificado por nosotros. Clavado allí, en nuestro lugar, pronuncia siete frases diferentes que expresan su amor. 

«Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34). Un Amor que perdona. Esa fue la primera reacción de su corazón. Lo primero en lo que se demuestra el amor de Dios es en el perdón. Un perdón que nosotros jamás merecimos, ni jamás podemos llegar a merecer. Un perdón incondicional, infinito. Tan sublime y tan precioso porque procede de Alguien que es así. Un perdón que cambia nuestra vida, la transforma, la lleva a un día nuevo que jamás va a terminar. Un perdón que limpia por completo. Un perdón que hace brillar nuestro corazón. 

Cuando Dios nos perdona, aprendemos a no mirar más hacia atrás y a confiar en quien nos ha perdonado. Nos sentimos indignos porque sabemos que jamás deberíamos haber recibido algo así, pero al mismo tiempo sonreímos porque con el perdón de Dios nuestra vida se llena de paz. 

El rencor, el odio, la venganza, la amargura, la tristeza, la vergüenza… ¡ya no pueden destruir nuestra vida! El poder del amor se manifiesta en primer lugar en el perdón. No solo nos sentimos perdonados, ¡sino que sabemos que es así! Nosotros, que éramos enemigos de Dios, tenemos ahora el derecho a sentarnos a su mesa. Él nos invita a una fiesta eterna. Su Amor nos regala el privilegio de ser sus hijos, y su perdón nos enseña a vivir de una manera justa y limpia. 

El perdón de Dios transforma la vida. ¡Tanto que nosotros también queremos perdonar a los demás! El odio ya no nos gobierna. No queremos ser vengados, sino abrazados. La gracia que Dios nos regaló la ofrecemos a todos. 

Vivimos una conquista de amor, una aventura verdaderamente revolucionaria. Perdonamos con razón y sin razón. Tal como Dios nos perdonó a nosotros.