La sangre de Jesucristo, de infinito valor, ha dotado a nuestra humanidad también de valor infinito.
¿Qué falta hacía de un “ejército de los cielos y de la Tierra” para la ideal y perfecta Creación, relatado en Génesis 2:1? Todo hace sospechar que antes de crear nada Yahvé, había algo previo que ignoramos por completo.
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Es más, ¿qué necesidad había de problematizar la impecable e ideal Creación poniendo a nuestros primeros padres en el aprieto de tener que escoger ante un fruto prohibido?
Los profesionales de la salud o de asuntos sociales, en sus investigaciones incorporan el concepto de la “problematización” para sacar a la superficie cuestiones ocultas.
Pero Yahvé descansó el séptimo día declarando que todo lo creado era bueno en gran manera. No escondía ninguna tara, nada imperfecto.
¿No os parece impropia esa prueba? ¿Querría “perfeccionar” lo que ya era bueno?
Pero fue nada más descansar que salió en escena un personaje díscolo.
Un ángel destacadísimo de ese ejército, supuestamente dedicado a proteger lo creado, la Tierra y nuestros padres, pues hizo todo lo contrario.
Conspiró, se rebeló contra Dios queriendo suplantarle en el trono.
Yahvé, en una operación de urgencia, quizá con precipitación y viendo que la Tierra iba a ser objeto de la agresión de satanás, advirtió a Adán y Eva del único modo que podía hacer en ese momento: ¡OBEDECEDME!
Ese era todo el sentido de “no toméis de ese fruto”. Les estaba pidiendo que se sujetasen a él. Es lo mismo que exigimos a nuestros hijos pequeños cuando les adiestramos, porque son inexpertos, inmaduros, y no saben muchas cosas de su naturaleza.
Adán y Eva eran ajenos a muchas cosas por desconocer el bien y el mal, toda bipolaridad que hoy conocemos heredera de la caída, de libertad-esclavitud, luz-sombras, justicia-injusticia, santidad-pecado, salud-enfermedad, verdad-mentira, bello-feo, piedad-impiedad, etc.
Sin embargo, satanás conocía lo que debía proteger y también cómo traicionarlo. Estaba en una posición de ventaja.
Por eso Yahvé, enseguida, ya presenta su plan de recuperación, de redención, de salvación, sin salir del capítulo 3 de Génesis.
Salvación para el hombre y enfrentamiento último contra ese ángel ya en Apocalipsis. Destruir a ese ángel no hubiera sido difícil para Yahvé en un instante, pero quería hacerlo sin perder la niña de sus ojos, la Creación, Adán y Eva con su descendencia.
Y ahí estamos nosotros. Estábamos bien en nuestro Edén, paseando al aire del día con Yahvé, sin aparente jerarquía, como pisando el mismo suelo, como compartiendo el mismo lenguaje. Eso había que recuperarlo.
Sin duda que nuestros padres accedieron al pecado, pero hay que reconocer que lo que predomina en satanás como ángel no es precisamente la sabiduría, pero sí la fuerza y la astucia.
Es verdad que en el hombre y la mujer había una posibilidad de negación que acabó materializándose, pero fueron las circunstancias las que dieron lugar a ese dilema, no que Yahvé quisiera complicarnos la vida. O que quisiera probar para expulsar de sí algo de lo creado.
En sentido estricto, la caída en Edén no consistió en una iniciativa de “querer ser como Dios”, o “querer abrir los ojos”. Eso eran ideas transferidas por satanás más que con astucia, con potestad. Pienso que las palabras de la serpiente vendrían acompañadas de una fuerte opresión sobre Eva. Esa misma opresión de la que aún hoy en nuestra experiencia no somos ajenos por acción satánica.
En sentido real, la caída se produjo por la desobediencia. Yahvé les pidió obediencia y la serpiente también, porque a quien obedeces te sometes.
Con todo, Dios es Soberano, por supuesto, y conocedor de todo.
Ese conflicto cósmico ha traído mucho padecimiento a la descendencia humana, es cierto. Pero el hombre regenerado recobra un infinito valor que no tenía el recién creado.
La sangre de Jesucristo, de infinito valor, ha dotado a nuestra humanidad también de valor infinito. Por eso se dice que seremos eternos en el futuro, porque eterno es Jesucristo nuestro Redentor. Ese es el modo de entenderlo.
¿Qué tenemos que aprender nosotros? No tenemos que descuidar ese imperativo divino “¡obedecedme!”. Nos irá bien si lo hacemos, porque seguimos ignorando muchas cosas.
Incluso Jesucristo, como Hombre perfecto, “aprendió la obediencia”. Cumplió la ley y esa primera orden dada a los hombres.
Él no tenía nada que obedecer en plena igualdad con Dios Padre y Espíritu Santo. Pero en tanto que hombre, tenía que pasar por ahí. Por ese acatamiento impropio.
¿Y qué pasa con los ángeles caídos? Creo sospechar que los ángeles tienen más que ver con la mente de Dios y los humanos más con su corazón, en eso consiste nuestra semejanza con Él. Pero había que pulir.
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