Es esa voluntad de mantenernos, de conservarnos tal cual somos y estamos, lo que nos genera la angustia de no querer perder la vida. Ahí, dice el evangelio, la diferencia entre salvar y perder es inexistente.
Cuando uno se para a pensar en que hace ya más de cuatro años del inicio de la pandemia de la Covid-19, el confinamiento y todo lo que siguió, es fácil sentirse desorientado. Ni todo el deseo de dejar atrás un episodio que prácticamente ninguno imaginábamos vivir, ni toda la actualidad superficial con la que revestimos nuestra existencia de lo “urgente” pueden difuminar una mota del recuerdo de lo que pasó y de lo que cada uno vivimos. Estoy convencido.
De ahí que sea tan fácil experimentar esos recuerdos que aparecen como flashes en nuestro imaginario cuando vemos una simple mascarilla, o cuando nuestro organizador digital de fotografías no “recuerda” lo que hacíamos hace cuatro años con una imagen de aquel momento.
A Rachel Clarke, sanitaria británica especializada en cuidados paliativos, lo vivido en primera línea la llevó a escribir un libro, Breathtaking (puede traducirse al español como impresionante o sobrecogedor, algo que deja sin aliento), que ha sido adaptado por ITV en un miniserie de tres episodios para la televisión en Reino Unido.
Filmin trae ahora a España este “drama médico” (como lo llaman) que se basa en la experiencia de Clarke, a quien interpreta Joanne Froggatt en la serie con el nombre de Abbey Henderson, y con el guion de Jed Mercurio (Line of Duty) y Prasanna Puwanarajah, además de la participación de la propia Clarke.
[photo_footer]La historia transcurre a lo largo de los tres confinamientos nacionales en Reino Unido y trata de denunciar la gestión política. / Fotograma de la serie, Filmin.[/photo_footer]
Como periodista, a nivel informativo, este ha sido quizá el episodio en el que me he sentido más desbordado, juntamente con mis compañeros de equipo. Qué escribir y cómo hacerlo adquirió un matiz de relevancia particular, a medida que uno comprendía que las vidas juntamente con la verdad estaban en juego, y a medida que se iban propagando todo tipo de rumores y desinformaciones sobre el virus y la situación con la pandemia.
La serie de Breathtaking recoge el proceso desde la óptica de los sanitarios con el propósito de traer luz a la oscuridad que se ha generado acerca de lo que ocurría en las entrañas de los hospitales durante aquellas semanas más fatídicas. Los tres episodios siguen el proceso desde un inicio marcado, por ejemplo, por la falta de Equipos de Protección Individual (EPI) y de camas de UCI, hasta el problema de la desinformación en las redes sociales y la transformación del propio personal sanitario en chivos expiatorios de la indignación popular ante lo que estaba ocurriendo.
La interpretación que Froggatt hace de Clarke recoge de forma magistral todo ese bucle de inseguridad, impotencia, ansiedad e ira desde una óptica más personal y emocional. Sin embargo, la miniserie también plantea la pregunta de cómo pudo ocurrir todo aquello. En este sentido se centra en la gestión política y del NHS (el Sistema Nacional de Salud del Reino Unido), con recortes de vídeos en los que aparecen Boris Johnson (entonces Primer Ministro) y miembros de su gabinete informando de la situación y de las medidas adoptadas.
Y es que todavía hay una sombra de culpabilidad que caracteriza el recuerdo de la pandemia. Quizá para los más conspiranoicos tenga que ver con quién y cómo se origina y se propaga un virus en esta magnitud. Para otros puede ser el político de turno, o la autoridad médica con la que se estaba en contacto y con la toma de decisiones. Otros hemos experimentado la culpa por según qué desplazamientos hicimos, en qué burbujas familiares estuvimos, etc.
Culpa. De eso se hace mucho eco Breathtaking. Y es que, si todavía puede existir algo como un duelo común por lo vivido durante aquellos años, se hace inevitable hablar de responsabilidades ante ciertas decisiones, pero también de abordar algo como la muerte y el perdón. Y ante la magnitud de tales reflexiones, querer seguir nadando las superficiales aguas de lo “urgente” y del algoritmo de las redes sociales es algo realmente tóxico.
[photo_footer]El evangelio habla del hecho de conservar la vida tal y como es en su vanidad y perderla. Ahí, dice la diferencia es inexistente. / Fotograma de la serie, Filmin.[/photo_footer]
Si la reflexión tiene que ver con la vida, y en la miniserie británica esta es la cuestión que define el conjunto de la actividad, así como las decisiones, debemos reconocer que necesitamos escarbar más. Reducirlo todo a una existencia que se ha visto amenazada hasta el momento de la muerte, tal y como lo han experimentado millones de personas, pero que si ha sobrevivido es para continuar con esa inercia de frustración y vanidad que se viste de gala en momentos especiales, parece sencillamente una locura.
Porque es esa voluntad de mantenernos, de conservarnos tal cual somos y estamos, lo que nos genera la angustia de no querer perder la vida, tal y como la vivimos, tal y como la entendemos. Ahí, dice el evangelio, la diferencia entre salvar y perder es inexistente. Es en estos términos, dice Jesús, que el que quiera salvar su vida la perderá. Porque no hay nada fuera de Aquel que es la vida en sí mismo que pueda revestirnos de una existencia cuya magnitud sobrepasa lo que simplemente hacemos y vemos.
Solo hay una causa que lleva a “ganar” una vida capaz de sobreponerse de algo como una pandemia, nuestras numerosas crisis y, por supuesto, la muerte. La vida que se halla solo en Cristo (Mateo 16:24-25). Esto, dice Jesús, lleva a priorizar pensamientos, decisiones, inversiones. Porque, ¿cómo priorizar antes lo vano que lo eterno? Y sin embargo, solo hay un camino que produce este entendimiento. Y el camino es Cristo.
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