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Entre la Biblia y el Big Bang

La cosmología actual le abre también de par en par las puertas al teólogo y le facilita la comprensión y la defensa de la doctrina bíblica de la creación a partir de la nada.

ZOé AUTOR 87/Antonio_Cruz 31 DE MAYO DE 2024 16:48 h
Imagen de [link]NASA Hubble Space Telescope[/link], Unsplash.

La Biblia ha sido objeto de numerosas críticas negativas a lo largo de la historia, sobre todo a partir del siglo XVII y hasta el presente. Generalmente, desde planteamientos escépticos y contrarios a los milagros se ha negado la autenticidad de buena parte del registro bíblico. Los métodos de la llamada “crítica histórica”, que con frecuencia han sido útiles para fechar documentos y tradiciones, así como para reconstruir e interpretar los textos, han contribuido también a generar cierta desconfianza hacia la Escritura. En ocasiones, estas aproximaciones a la Biblia se han realizado desde la sospecha de que muchos de sus relatos serían sólo ficciones creadas por el ser humano, en tanto en cuanto no se demostrara lo contrario.



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En este sentido, uno de los primeros en aplicar un enfoque crítico y racionalista al estudio de la Biblia fue el francés Richard Simon (1638-1712), sacerdote católico especialista en griego, hebreo y siríaco, quien escribió varios libros en los que realizaba una historia crítica tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.[1]En ellos afirmaba cosas como que la autoría de todo el Pentateuco no se podía atribuir a Moisés, tal como tradicionalmente se había venido aceptando, ya que en estos cinco primeros libros de la Biblia habría divergencias importantes, diversos estilos de escritura, distintos nombres para referirse a Dios, el relato de la creación del mundo así como el de la muerte del propio Moisés, nombres de lugares posteriores, etc. Y que todo esto hacía imposible que Moisés los hubiera escrito. Más adelante abundaremos en este asunto y veremos como ésta no es la única conclusión posible, según han argumentado otros teólogos posteriores.




De la misma época y opinión fue Baruc Spinoza (1632-1677), filósofo neerlandés de origen judío sefardí, que también negaba la autoría mosaica del Pentateuco, así como que el profeta Daniel hubiera escrito todo el libro que lleva su nombre. Además, afirmaba que los milagros eran científica y racionalmente imposibles.[2] Años más tarde, otros autores se sumaron a este marco histórico-crítico de Simon y Spinoza, tales como el teólogo protestante alemán de la época de la Ilustración, Johann Gottfried Eichhorn (1752-1827), a quién se le considera el fundador de la crítica moderna del Antiguo Testamento. Sus estudios bíblicos le llevaron a la conclusión de que todos los acontecimientos sobrenaturales relatados en la Biblia podían explicarse apelando solamente a causas naturales. Según su opinión, la consideración de milagros era algo propio de las creencias supersticiosas típicas de las culturas antiguas y, por tanto, no habría que tomarlos en serio. También negó la autenticidad de muchos libros del Antiguo Testamento, así como de las epístolas de Pedro y Judas en el Nuevo.[3]



Estas ideas influyeron en muchos otros estudiosos de la Escritura de los siglos XIX y XX, llegando hasta nuestros días. La creencia general de esta forma de entender la Biblia es que la historia de la salvación no tiene por qué ser literalmente verdadera sino que puede contener mitos o leyendas inventadas. Tales ideas arraigaron en teólogos famosos como David Strauss (1808-1874), Albert Schweitzer (1875-1965), Rudolf Bultmann (1884-1976), Karl Barth (1886-1968) y otros muchos del siglo XX. En este sentido y en relación a las supuestas creencias de la comunidad cristiana primitiva, Bultmann escribió: “la comunidad primitiva (…) no tuvo al Jesús terreno por hijo de Dios, a diferencia de lo que pensó más tarde la comunidad helenística. La leyenda del nacimiento de Jesús de una virgen es desconocida aún para la comunidad al igual que para Pablo”.[4] Partiendo de ideas preconcebidas se llega así a conclusiones indemostrables.  



En el fondo, todos estos teólogos fueron afectados por las creencias científicas de la época, que asumían la imposibilidad de los milagros. Si la física afirmaba que la energía ni se crea ni se destruye, ¿cómo podría Dios haber creado el mundo a partir de la nada? Esta afirmación bíblica se consideraba como una superstición religiosa y de ninguna manera podía ser respaldada por la ciencia. Por tanto, según las creencias científicas del momento, el universo tenía que ser eterno, sin principio ni fin, y la creación del mundo, un mito religioso. Tales ideas persistieron hasta bien entrado el siglo XX.



Sin embargo, sobrevino una paradoja histórica. Años después, fue la propia ciencia la que socavó los cimientos de este antisobrenaturalismo materialista con la aceptación de la teoría del Big Bang. Ésta permitió pensar a muchos investigadores que el mundo no era eterno -como hasta entonces habían creído- sino que tuvo un principio. Hoy son muchos los físicos que creen que el cosmos comenzó, así como el espacio y el tiempo, ya que numerosos hechos comprobados de la teoría apuntan en esa dirección. Tal como escribió el físico cristiano John C. Polkinghorne, quien fue profesor de física matemática en la Universidad de Cambridge: “El universo tal como lo conocemos se originó en la ardiente singularidad de la Gran Explosión, hace unos quince mil millones de años. Comenzó siendo extremadamente simple, ni más ni menos que una bola de energía expandiéndose de modo casi uniforme”.[5]



Incluso algunos científicos agnósticos han hablado de fuerzas misteriosas que parecen finamente manipuladas y ajustadas para la creación del mundo. Lo cual elimina los fundamentos filosóficos de toda crítica escéptica y destructiva de la doctrina de la creación y de la posibilidad de los milagros relatados en la Escritura. Desde esta perspectiva, si el universo tuvo un principio inexplicable desde la razón (milagroso), tal como podría desprenderse de la teoría de la Gran Explosión, entonces debió tener una causa ya que la nada por sí misma nada puede crear y esta causa original podía ser perfectamente el Dios que se revela en la Escritura.



Quizás una mejor formulación de la primera ley de la termodinámica, basada en la observación del mundo actual, sería que “la cantidad real de energía en el universo permanece constante”. En la actualidad, nada material crea o elimina energía -ni siquiera los famosos agujeros negros- pero es evidente que al principio, según afirma el Big Bang, sí se creó toda la energía y materia cósmica. Aferrarse a hipótesis como la malograda del estado estacionario, a aquellas que siguen postulando la eternidad del mundo o las que proponen que el universo comenzó espontáneamente sin causa inicial es violar el principio científico fundamental de causalidad. Es pedirle al método de la ciencia más de lo que es capaz de dar. A saber, que apele a acontecimientos que ocurren sin causa. Y esto, desde los días del filósofo David Hume, se sabe que es algo completamente absurdo. Mas bien parece que, tal como escribe el matemático judío David Berlinski: “Si el Big Bang expresa una nueva idea en física, sugiere una vieja idea del pensamiento: En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.[6]



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No obstante, en física y cosmología se detecta actualmente un intenso interés por descubrir un modelo de creación del mundo a partir de la nada. Es como si algunos estuvieran buscando cómo entender la creación pero sin el Creador. El problema es que las actuales leyes conocidas de la física no pueden aplicarse a tal principio absoluto y por lo tanto no lo pueden entender físicamente. Resulta imposible para la física describir la creación ya que dicha ciencia sólo puede entender la transformación de unos estados físicos en otros, pero no la aparición absoluta del ser o de lo material. La ciencia es incapaz de explicar la creatio ex nihilo. Es como si estuviéramos dándonos de bruces contra el milagro divino por excelencia y careciéramos de herramientas para comprenderlo. 



Sin embargo, ciertos físicos abrigan todavía la esperanza de que algún día se podrá entender, ya que opinan que antes del Big Bang pudo haber algo físico que lo generara, a pesar de que actualmente no exista evidencia real de que hubiera algo o que el universo sea eterno. En cosmología, se habla de esa hipotética “época de Planck” en los inicios del universo, entre cero y 10-43 segundos, antes de que se formaran las partículas subatómicas y los átomos. Se dice que el tiempo debe empezar a contarse después de ese primer instante de Planck y que el volumen del universo se debe contar también a partir de ese primer diámetro o longitud de Planck, en vez de cero. Por lo que supuestamente nunca habría habido una singularidad de densidad infinita.



No obstante, hoy por hoy, no existe ninguna teoría científica generalmente aceptada que unifique la mecánica cuántica con la gravedad relativista. De ahí que proliferen tantos intentos especulativos de carácter metafísico (indemostrables en la práctica) que proponen universos cíclicos y eternos. En este mismo sentido, la cosmología actual le abre también de par en par las puertas al teólogo y le facilita la comprensión y la defensa de la doctrina bíblica de la creación a partir de la nada, aunque desde luego no pueda llegar a demostrarla científicamente. Pero, ¿acaso puede la ciencia humana demostrar el milagro divino?



 


Notas


[1] Simon, R., Histoire critique du Vieux Testament, París 1678; Histoire critique du texte du Nouveau Testament, Róterdam, 1689.


[2] Ver la explicación que ofrece Norman L. Geisler, 2022, El gran libro de apologética cristiana, Monsgo, Florence, Carolina del Sur, p. 91.


[3] Eichhorn, J. G., 1780-1783, Einleitung En das Alte Testamento (5 vols., Leipzig); Einleitung En dado apokryphischen Bücher des Alten Testamentos (Gött., 1795); Einleitung En das Neue Testamento (1804–1812).


[4] Bultmann, R., 1987, Teología del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca, p. 95.


[5] Polkinghorne, J., “Física y metafísica desde una perspectiva trinitaria” en Soler Gil, F. J., 2014, Dios y las cosmologías modernas, BAC, Madrid, p. 209.


[6] Berlinski, D., 2009, The Devil’s Delusion, Basic Books, p. 70.


 



 



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