En este nuevo panorama ecologista, de conferencias globales e infinidad de organizaciones, la carga política parece haber ocupado el lugar de la reflexión y el pensamiento. Solo se ven enemigos por doquier.
Una de las últimas sensaciones en la cartelera digital del audiovisual en España es How to Blow Up a Pipeline (Cómo volar por los aires un oleoducto, que tan mal se ha traducido en español como Sabotaje). Filmin, la plataforma en la que se distribuye en nuestro país, la presenta como un ecothriller, aunque también tiene elementos de wéstern moderno e intenta el drama con algunos flashbacks de las historias de sus personajes.
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Dirigida por Daniel Goldhaber (de hecho, es su segunda película), cuenta con un reparto algo desconocido, lo que le añade un cierto aire de independencia respecto a la gran pantalla que fortalece su atractivo. Lukas Cage, reconocido por sus papeles en The White Lotus y Euphoria, es uno de los pocos rostros reconocibles entre el reparto.
Como indica el título literal de la película en inglés, la trama gira alrededor de un grupo de eco-activistas que proyectan explotar un oleoducto de una gran compañía petrolífera en Texas. El plan, para ellos, combina la violencia con una expectativa de que su reivindicación del ataque como acto de autodefensa generará una reacción en cadena a lo largo del mundo y otros grupos se alzarán para derrocar al poder, ya no solo del capital, sino además contaminante.
[photo_footer]Una de las protagonistas justifica el ataque a un oleoducto de una compañía petrolífera de Texas como un acto de autodefensa por la contaminación climática. / Fotograma de la película, Filmin.[/photo_footer]
Lo cierto es que hablar hoy de movimiento ecológico es prácticamente como hablar del concepto “cristiano”. Parece que hay una serie de principios fundamentales y generales que deben estar presentes en la identidad ecológica del individuo, pero a partir de ahí, las expresiones son de lo más variadas y distintas posibles.
En este sentido, es extraño inquirir en las intenciones de Goldhaber, que también escribe el guion junto a Ariela Barer. Es verdad que en su elenco incluye una variedad de personajes que van desde la migrante mexicana pobre y huérfana de madre a causa de una ola de calor, hasta la pareja lésbica, pasando por el joven nativo americano marginado, el padre de familia cristiano de Texas que ha perdido su propiedad por la contaminación del oleoducto, o varios antisistemas cuyos motivos no quedan del todo claros. No obstante, los personajes son retratados como individuos que provienen de contextos frustrados y de trasfondos en los que están muy presentes elementos como la muerte, la adicción o el deseo de venganza personal.
Esto, de hecho, parece más bien una caricatura de cualquier movimiento ecologista, en el que uno ya no sabe distinguir la motivación personal de la convicción del cuidado y la preservación del planeta como bien común.
Las contradicciones en los personajes que dibuja Goldhaber se reiteran hasta la insatisfacción, y sus vidas solo parece ya girar alrededor de si son capaces o no de cumplir su objetivo y llevar a cabo con éxito su plan. Esto le hace a uno preguntarse si acaso no recuerda a tantos que han encontrado hoy en día un filón del que tirar en el movimiento verde y se han sumado al carro para proyectar sus figuras. En esta “campaña verde” se van sumando también distintos elementos al ecologismo que hasta ahora no estaban tan claramente vinculados.
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Y es que, en este nuevo panorama ecologista, de conferencias globales e infinidad de organizaciones, la carga política parece haber ocupado el lugar de la reflexión y el pensamiento. Solo se ven enemigos por doquier. Los libros, los discursos, las bombas (como interpreta Goldhaber) son los recursos de intercambio para ver no ya quién aporta soluciones prácticas, sino quién se yergue mejor sobre los demás como paladín de este movimiento verde.
En este nuevo escenario, el concepto de mártir cobra un nuevo significado, bañado también por el color verde. No es ya el bienestar de la tierra por aquello por lo que uno se sacrifica, sino por defender su propia concepción de cómo deben hacerse las cosas al respecto. Así, cuando el personaje de Xochitl (la misma Ariela Barer que escribe el guion junto a Goldhaber) justifica lo que están haciendo como un acto de autodefensa, está trasladando el foco de la acción desde la preservación de lo que es un bien común para todos, lo cual exigiría consenso, al plano individual, en el que cada cual ejecuta sus decisiones a partir de lo que ha pensado, sin considerar otras comprensiones al respecto.
[photo_footer]En ocasiones, no se piensa en la iglesia como ese agente que dispone de una capacidad única para cuidar de la creación a partir de la cosmovisión bíblica, sino como otra voz más en medio del discurso ideológico ecologista. / Fotograma de la película, Filmin.[/photo_footer]
La teología tampoco está exenta de esta “batalla verde” por ver quién plantea un mejor discurso ecologista, o quién representa una percepción más exacta de los problemas y las soluciones. Muchos se han sumado a este tren para publicar toda clase de libros sobre lo que se debe hacer y qué no como cristianos ante la problemática climática. Algunos, realmente, son reflexiones pertinentes y adecuadas, enfocadas en el servicio a la iglesia ante una cuestión con la que se debe relacionar. Y es que, lo último que quiere plantear esta crítica de película es que la iglesia deba buscar el Reino de Dios como una esfera espiritual ajena a todo aquello que Dios declaró bueno en el principio.
No obstante, la sensación es, de nuevo, que algunos de esos libros y parte de la reflexión teológica que se ha plantado últimamente sobre el tema, acaban diluyéndose en las tendencias generales de la “ola verde”. Hasta el punto de encontrar en todo ello una cierta intentona de “sabotaje” (como la película de Goldhaber) reflexivo y cultural.
En ocasiones, no se piensa en la iglesia como ese agente que dispone de una capacidad única para cuidar de la creación a partir de la cosmovisión bíblica, sino como otra voz más en medio del discurso ideológico ecologista, que debe luchar por ganarse su espacio anunciando proclamas llamativas y prometiendo acciones que incluso pueden llegar a quedar fuera de su alcance (en una creación sometida a la frustración del pecado, Romanos 8:21).
Cuando Jesús declara que su Reino no es de este mundo (Juan 18:36) no está despreciando el orden creado (de hecho, el Verbo participa en la misma creación, Juan 1:3). Más bien, la idea parece ser la de que el Reino no se edifica ni se protege con planes como el de los personajes de la película de Goldhaber, ni anunciando el regreso a la Pachamama (como decía Leonardo Boff), sino con una absoluta dependencia de Dios en aquello que solo Él puede mantener y preservar de forma providencial.
Es evidente que el cristiano tiene una ética dada por Dios y que sirve precisamente en esa línea de desarrollar su Reino. Pero esto también implica que ni volar por los aires un oleoducto, ni la enésima conferencia de las partes celebrada en cualquier emporio petrolífero de Oriente Medio, son elementos de los cuales dependa el avance de ese Reino que no solo es espiritual, sino también físico, puesto que su Rey, el Señor, también ha resucitado en cuerpo y gloria (1 Corintios 15:57).
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