Llorar de alegría, reír de pena

Saben aquell es la mejor película de David Trueba. Un autor que, ya sea como cineasta o escritor, tiene siempre puesto el foco sobre las pequeñas cosas.

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Esas pequeñas cosas “que el viento arrastra allá o aquí, que te sonríen tristes y nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve”, canta Serrat. Esas pequeñas cosas, también las intangibles, las que logran que vayamos alcanzando metas, las que permiten que podamos sentir cierta estabilidad, las que cuando dejan de estar, algo se nos rompe. Esas pequeñas cosas que se convierten en recuerdos que activan nuestras emociones.  

La decisión de Trueba a la hora de afrontar el proyecto no ha podido ser más acertada. Huir del biopic al uso para mayor gloria de uno de los iconos de la transición y centrarse únicamente en la relación de Eugenio con Conchita Alcaide, o mejor aún, la relación de Conchita con Eugenio. Lo hace además sin dar tanta importancia a lo que hacen o a lo que se dedican, lo verdaderamente importante es él cómo. Cómo se motivan, cómo se apoyan y cómo se animan mutuamente. 

El resultado es una película cálida y cercana. Emotiva y llena de vida. La composición que hace David Verdaguer de un personaje tan reconocible es asombrosa. Carolina Yuste no puede aportar más luz como Conchita. Su amplitud de registro y magnetismo recuerda al de las grandes del cine clásico. La recreación y ambientación de ese momento de España es modélica. La música creada por la trompetista de Jazz Andrea Motis no puede ser más apropiada. Se nota el aporte de Albert Espinosa en el guión, especialista en sacar algo positivo de las situaciones más dolosas. Todo es bonito en Saben aquell, muy bonito, pero triste, también muy triste. 

La narración nos va contando cómo verdaderamente hay tiempo de todo en la vida, da la razón al texto de Eclesiastés. Pero en todo momento sobrevuela un tejido de amargura y resignación. Incluso en los momentos de aplauso y risas parece que el negro característico de Eugenio lo ensombrece todo. 

Hay un momento significativo que quizás pueda explicarlo. Eugenio está en el taller en el que trabaja tallando una cruz de madera, se hace una herida y sangra. Se limpia posando el dedo en la madera. La cámara se acerca hasta alcanzar un primer plano de la cruz ensangrentada. Sin lugar a dudas un plano completamente intencionado.

La Iglesia Católica está presente como lo estaba en la cultura española de la época. Una iglesia que se niega a ser partícipe del “Solo Cristo” bíblico que recuperó la reforma.

El plano mencionado confirma que el sacrificio de Cristo no es suficiente. Que es necesario tener que aportar nuestro esfuerzo y energía para sentirnos libres y a salvo. Tras manchar la cruz, Eugenio toma una decisión trascendental que cambia el rumbo de su vida. Una vida que envidiaría cualquier otro mortal. Amor correspondido. Éxito laboral. Popularidad. Pero el tejido sigue ahí impidiendo que sea una vida plena, con gozo y agradecimiento. 

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Vemos cómo fue capaz de sacar un chiste ágil y eficaz de cualquier situación y protegerse de la vida con ellos. Pero la sabiduría de Proverbios permanece ausente y la correspondiente falta de propósito.

El repertorio de chistes que se escuchan durante la película está muy bien escogido. Cuenta el del hombre que se está cayendo por un precipicio y que agarrado a una rama pide ayuda. Entonces aparece la voz de Dios que le dice que se suelte, que él le salvará antes de que llegue al suelo. A lo que el hombre responde: ¿No hay nadie más por ahí? Me pregunto cuántos cristianos responderían de la misma manera en esas circunstancias.