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La escatología de ‘The Leftovers’

El futuro, y en concreto el fin, es para muchos cuestión de especulación e imaginación, hasta el punto que uno se pregunta qué lugar queda para el amor y la gracia en esos escenarios tan extremos.

CAMEO AUTOR 814/Jonatan_Soriano 12 DE OCTUBRE DE 2023 10:00 h
The Leftovers' sorprendió positivamente a muchos, que la consideran como una reconciliación con los creadores de 'Lost'. / Fotograma de la serie, HBO.

Aunque alejada del realismo y la crítica social que llama tanto la atención últimamente en los grandes festivales y que acapara las principales recomendaciones en materia audiovisual, hay que reconocer que The Leftovers es una ficción que merece atención. Una buena ficción, de hecho.



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La serie (2014-2017) se basa en una novela homónima de Tom Perrotta y hace referencia con su título a los que son dejados atrás, después de reproducir una hipotética partida de una pequeña parte de la población del mundo que emula el arrebatamiento. El propio Perrotta, junto con Damon Lindelof (guionista de Lost y de Watchmen, no la película de 2009, sino la serie que en 2019 produjo HBO), son los creadores de la adaptación de HBO, que cuenta con nombres como Justin Theroux, Liv Tyler o Margaret Qualley.



Se trata de una ficción poco convencional, sobre todo por el uso que hace de ciertos elementos religiosos y de fenómenos sociales, como el propio rapto, en el que se basa el desarrollo principal de la serie, pero también la muerte, la resurrección o la proliferación de extraños grupos sectarios. Todo ello mezclado con un componente psicológico, introducido por uno de los personajes, que se mezcla en una amalgama de apariencia sincrética y oscura. Al final, cuesta hallar la paz en el transcurso de la serie.



[photo_footer]Justin Theroux es uno de los protagonistas de la serie, como el agente Kevin Garvey. / Fotograma de la serie, HBO.[/photo_footer]



Extraños en el fin de los tiempos



Esa tensión permanente que envuelve el desarrollo de la historia viene marcada por un carácter escatológico general en el que nadie parece encontrar sentido a su vida. En el fin de los tiempos que representa The Leftovers, las convicciones no son algo que se puedan sostener ya “para siempre”. Por ejemplo, la psicóloga que, desesperada, se entrega con toda devoción a la secta del remanente culpable, es capaz de combatirla después con terapia de rehabilitación para ex-miembros y de fundar una nueva secta o ser compañera de negocios con un estafador visionario que cree que puede descifrar los secretos de los muertos imprimiendo la palma de la mano de la gente en pintura.



O también, el pastor reformado que se dedica a combatir el engaño del supuesto “rapto”, persiguiendo las historias de aquellos que han sido “arrebatados” y denunciando que no eran personas que llevasen vidas ejemplares como para ir al cielo, acaba perdiendo el norte en un entorno de obsesión paranoica con la proliferación de “milagros” y fenómenos paranormales.



De ahí que el nombre de la serie esté cargado de significado. Al final, quienes han sido dejados, lo han sido en el sentido completo de la expresión. Parecen abandonados respecto a toda providencia divina, en un mundo todavía más básico e instintivo, y en el que la confusión opera como sentido común. Esto lo ejemplifica la declaración frustrada de Nora Durst, uno de los personajes protagonistas, que dice que “en este mundo ocurren cosas terribles y el único consuelo que recibimos es que no las causamos nosotros”.



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Es interesante que la serie recurra habitualmente al pasado por medio de flashback, como si quisiera trazar una línea divisorio entre la vida antes y después del “rapto”. Al final, una de las conclusiones parece ser que el estilo de vida seguro y acomodado en el que se basaba gran parte de las expectativas previas, no vale ya nada en un presenta donde todo el mundo parece reconocer que hay cosas que sobrepasan su dominio, que exceden a su alcance. De ahí también que la búsqueda de consuelo, de amor e incluso de salvación en sectas y grupos tan variopintos sea una constante en la serie (que, por cierto, también es un fiel reflejo de Estados Unidos).



Al final, resulta que el futuro, y en concreto el fin, es para muchos cuestión de especulación e imaginación, hasta el punto que uno se pregunta qué lugar queda para el amor y la gracia en esos escenarios tan extremos. Pero, ¿está esto tan lejos de nuestros días, en realidad? ¿No somos, también nosotros, ese mismo rostro de la desafección, que especula con nuestras propias necesidades y que sigue sin poder ocultar sus anhelos más esenciales? Como ha indicado Richard Middleton en su fantástico trabajo sobre el vínculo entre la escatología y la ética, “centrar nuestra expectativa en una salvación de otro mundo tiene el potencial de disipar nuestra resistencia a la maldad social y la dedicación necesaria para obrar para la transformación redentora de este mundo”.



[photo_footer]El remanente culpable es un extraño grupo sectario y principal antagonista de la serie. / Fotograma de la serie, HBO.[/photo_footer]



Muchos vendrán en mi nombre”



Merece la pena observar las sectas y las diferentes expresiones que aparecen en la serie, porque en el fondo reflejan el caos de esa realidad futura en la que todos parecen buscar algo pero no saben qué esperar. 



En primer lugar, aparece el llamado remanente culpable, que es en realidad el principal antagonista de la trama. Visten de blanco, guardan silencio permanentemente (se comunican escribiendo pequeñas notas) y fuman, todo ello para “recordar” los eventos de la partida o el “rapto”. En realidad, más que una secta religiosa, pretende emular un grupo civil dedicado a un tipo de activismo que va escalando en su intensidad delictiva. Evitan el culto a alguna personalidad, aunque tienen una organización bien definida, con rangos, y métodos para captar a nuevos miembros. Es difícil definir su propósito, que parece ser ante todo desestabilizar emocional y existencialmente al conjunto de la sociedad. Pero lo cierto es que no ofrecen alternativa. Son una especie de voz nihilista que se mueve entre la negación de la vida comunitaria y la reclamación de una memoria colectiva ante un evento pasado, lo cual no deja de ser una contradicción. Es curioso que la actriz Ann Dowd dé vida a la líder local del movimiento (Patti Levin), puesto que también interpreta a la Tía Lydia en la adaptación que Hulu ha hecho de The Handmaid’s Tale (El cuento de la criada).



El otro grupo sectario más visible en la serie es el que protagoniza, sobre todo en la primera temporada, la comuna de Wayne. Se trata de un tipo que asegura que puede quitar el dolor con abrazos y conceder deseos, al mismo tiempo que leer la mente y otra clase de poderes sobrenaturales típicos. Holy Wayne (Santo Wayne), como se le menciona en realidad, se dedica a pedir cantidades de dinero por su actividad y vive rodeado de jóvenes asiáticas, su fetiche, de las que tiene que nacer el elegido, una especie de reclamación mesiánica. Su grupo es perseguido por el FBI y por la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de fuego y Explosivos, encargada de investigar a los grupos sectarios. 



Este personaje resulta más místico e inquietante que los del remanente culpable, pero su lugar en la trama de la serie parece más residual y secundario. De hecho, uno se pregunta el motivo de su inclusión en la historia, más allá del hecho de reflejar una sociedad “post-arrebatamiento” en la que surgen toda clase de grupos y sectas.



Aparte de ellos merece la pena mencionar de pasada a Matt Jamison, el pastor reformado obcecado en la primera temporada por demostrar que no se ha producido un “arrebatamiento”, cuyo carácter impetuoso le lleva a una obsesión paranoica por lo milagroso y a un cristianismo esotérico en el que los elementos de fe y las experiencias personales fluctúan sin ningún tipo de limitación ni discernimiento. En la última temporada, donde ejerce como pastor de una iglesia bautista de mayoría negra, es cuando se ve con más evidencia este carácter tan confuso.



Y es que el cristianismo que queda en el mundo que dibuja The Leftovers es un cristianismo vaciado de todo contenido, una religión histórica que ya todos ven como incapaz de resolver sus propias aspiraciones escatológicas, después del precipitado “rapto” que ha sacudido la tierra. Es un cristianismo sin Cristo, al que mantienen vivo personajes tan extraños como el de Matt Jamison, que uno ya no sabe si sigue poniéndose el collar clerical de forma consciente o como una especie de amuleto que reclama algún tipo de comprensión ya pasada. 



“Vendrán muchos en mi nombre”, decía Jesús (Mateo 24:5), “y a muchos engañarán”. El evangelio no da lugar a dudas en cuanto a la esperanza que podemos profesor por la fe en Cristo. Una esperanza que no está sometida al transcurso de los acontecimientos, sino que permanecerá firme independientemente de las circunstancias y que es ta una realidad en el Reino de Dios, mientras que aquí se trata de nuestra estable y consolidada convicción. Y todo ello por la obra de Cristo, porque “el Cordero que [ya] fue inmolado es [el único] digno de tomar el poder” (Apocalipsis 5:6).


 

 


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