Las series cortas (una o dos temporadas y capítulos de 20 minutos, por ejemplo) siguen al alza en cuanto a valoración. Y no parece que sea casualidad. Algunas de las mejores que he visto últimamente siguen precisamente este formato, como la francesa El Colapso o la británica Marriage.

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Filmin ha subido hace poco a su plataforma The Architecht (Arkitekten, en el original noruego) la serie que ganó el último Festival de Berlín y que también es, en este sentido, ‘una bala’: una temporada cerrada de cuatro episodios, y cada uno de 20 minutos.

Esta producción de la danesa Nordisk Film Production para la televisión noruega se contextualiza en un futuro distópico pero que apunta a nuestro presente en distintos temas sociales, como la falta de oportunidades para muchos jóvenes graduados, la precariedad del empleo y el aumento del precio de la vivienda, inasumible para buena parte de la población. 

Ópera prima de Kerren Lumer-Klabbers, está protagonizada por la actriz noruega Eili Harboe, al alza ahora tras su aparición en Succession o en la películas de Thelma o Bolgen (La ola, en español; no la alemana de 2008 que cuenta la historia de un profesor que inicia un experimento de movimiento autocrático en una clase de instituto, sino la película noruega de 2015 que trata sobre un devastador tsunami).

[photo_footer]Buena parte de la serie transcurre en un garaje. / Fotograma de la serie, Filmin.[/photo_footer]

La vida en un garaje

Uno de los escenarios que plantea la serie es el de la vida en un garaje enorme, en el que las plazas de aparcamiento equivalen a pequeños habitáculos divididos por cortinas. En un contexto en el que el precio de la vivienda es imposible para cualquiera, y los salarios no alcanzan al mismo nivel que la subida de precios en general, tan pronto se llega a la desesperación como a la creatividad.

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Pero la idea con The Architecht va más allá de lo simplemente anecdótico y llamativo del escenario que dibuja. ¿Cómo sería la vida en un garaje enorme, con las plazas como habitaciones y compartiendo el espacio con cientos de personas? La serie plantea la conclusión de que los dilemas como seres humanos serían los mismos que en cualquier otro lugar, solo que en otras formas o expresiones.

También en el garaje surge la amistad y la confianza, así como el sentido de la frustración que acompaña al fracaso y esa incesante capacidad de adaptación a las circunstancias. También el garaje es escenario de abusos e injusticias, de la fractura que generan las ambiciones ególatras y, como no, de aquello a lo que podemos referirnos como pecado. Tan sutil y aparentemente inofensivo a veces, pero tan patente y desgarrador en sus consecuencias en la vida.

Como parecía que apuntaba C. S. Lewis, nuestro problema no son nuestras circunstancias. No podemos reducirnos a ellas, simplemente, ni utilizarlas para justificarnos. En realidad, lo problemático se encuentra en nosotros mismos: “Mírate a ti mismo, y encontrarás a la larga odio, soledad, desesperanza, ira, ruina y decadencia”, decía. Pero luego añadía: “Mira a Cristo, y lo encontrarás a él, y con él todo lo demás”.

[photo_footer]Eili Harboe protagoniza la serie. / Fotograma de la serie, Filmin.[/photo_footer]

La arquitecta

Esta línea de argumentación se hace especialmente patente en el último capítulo de la serie, titulado también ‘La arquitecta’. Allí es donde parece revelarse el corazón de nuestra frágil protagonista. Hasta el momento hemos empatizado prácticamente en todo con ella, y nos hemos identificado como aquellos que sufren las circunstancias pero que no se limitan a la resignación, sino que buscan revertirlas de la mejor forma posible. 

Es el típico discurso que se repite hoy día hasta la sinrazón. Por todas partes se habla de superación, de “vencer a la vida”, de salir adelante, etc. Estampados en camisetas, tazas, libretas, etc. Es un mantra del que uno acaba fácilmente saturado y hastiado, mientras contempla que, en realidad, las circunstancias no permiten mucho margen para ese optimismo artificial y nostálgico.

La fractura con todo se hace más patente ante el disgusto que nos provoco observar y comprender nuestro propio mal. Eso nos deja descolocados ante esas voces que nos prometen éxito, y los gritos de todo lo que se va quedando atrás en el camino. Y es que, si contásemos la vida como una inversión, es legítimo preguntarnos qué valores nos acaparan. Muchos lo ven así alrededor de distintos pilares, como la progresión en la carrera profesional, la obtención de al menos una propiedad que poder disfrutar y dejar en herencia, la formación de una familia que satisfaga la necesidad de compañía, etc. Pero, al final, es una cuestión que tiene que ver con nuestros deseos y su carácter.

Obviamos el sentido del evangelio cuando nos habla del tesoro de nuestro corazón. (Mateo 6:21) Ese mensaje, dice el propio Jesús, no es algo que se pueda compartir con esas ambiciones corrompidas que camuflamos con mensajes bienintencionados. Más bien es la única perla por la que venderlo verdaderamente todo (Mateo 13:46).