Julia Roberts también se ha sumado a la moda de las series en pequeño formato y en plataformas de streaming, y al revoltoso juego que desde hace unos años interpretan ficción y realidad en el marco de la distopía tecnológica. La que ganase el Óscar a la mejor actriz en el años 2000 por su interpretación de Erin Brockovich es una de las protagonistas y productoras de Homecoming, una breve serie de dos temporadas y capítulos de no más de 30 minutos que se une a la lista de proyectos que tratan de emplazar lo social a una realidad no del todo real (como Mr. Robot o Maniac).

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La serie resulta original en su planteamiento, aunque en la segunda temporada se vuelve prácticamente irreconocible. La primera es más creíble y mezcla elementos detectivescos con una poco convencional historia de amor, mientras que la primera es más distópica y, en su esfuerzo por lo alternativo, pierde identidad propia.

En la primera, la cuestión de la memoria se hace especialmente presente por el cambio del formato de las imágenes utilizadas. Como la semana pasada lo destacábamos de The Virtues, también aquí se plantea esa diversidad de imágenes que tratan de distinguir el presente del recuerdo, aunque parece más aleatorio.

[photo_footer]La trama gira alrededor de un programa de reinserción de veteranos del ejército que regresan del frente gestionado por una empresa privada. / Fotograma de la serie, Prime Video.[/photo_footer]

Aspiración a ser una crítica

Homecoming aspira a ser una crítica de la cultura militar de Estados Unidos, poniendo sobre la mesa todos los elementos de la incongruencia norteamericana: jóvenes que son enviados a morir al desierto, veteranos que regresan y no encajan ya en su sociedad y un mando militar mucho más autoritario de lo que la refleja la que aspira a ser la principal democracia en el mundo.

Sin embargo, todos esos elementos pueden pasar desapercibidos por la fuerza que van tomando en el argumento las situaciones personales de los protagonistas. 

El programa desarrollado por una empresa privada para la reinserción de los veteranos que regresan del frente y que recibe el nombre de la serie, Homecoming, es la ilustración de cualquier bien de necesidad común que en nuestro contexto occidental es utilizado por algunos para explotar un beneficio económico. 

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Es como el debate de la vivienda en nuestra actualidad. Muchos reflexionan y debaten ahora sobre el problema de la vivienda y se siguen sorprendiendo que haya quienes solo piensan en el beneficio ante cuestiones tan básicas. Pero esto refleja lo más esencial de nuestra naturaleza como humanos. El personaje de Colin Belfast, que interpreta Bobby Cannavale, refleja al despiadado directivo de la gran empresa que el que el fin siempre justifica cualquier medio.

Es, en ambos sentidos, la mezquindad con la que Jacob trata de engañar a Esaú, pero la superficialidad con la que éste trata el don sagrado de la primogenitura. Si consideramos la vida humana, el hecho de ser humanos, como una evidencia de la bendición de Dios, la acción primordial a nuestro favor por medio de su intervención creadora, al final, cualquiera que trata de sacar un beneficio explotando a otra persona desprecia el don divino de la vida.

Este enfoque, a menudo excluido de los debates que escuchamos, genera la sensación, en la mayoría de los casos, de que todo se reduce a una ética de límites materiales en la que el peor delito es frenar el florecimiento físico al que tiene derecho cualquier persona por el hecho de serlo, sin que eso trascienda más allá. Debo tener derecho a poder permitirme pagar un alquiler, pero no tengo el derecho de ser amado por mi comunidad de vecinos, ni tampoco el deber de amarla yo.

Quizá por eso, el personaje que interpreta Shea Whigham, en la piel de un burócrata del Departamento de Defensa que sufre una crisis de mediana edad y aspira a hacer de detective en el caso de su vida, desaparece como de un plumazo. Si reclamamos acceso a la vivienda, por ejemplo, no es porque estemos interesados en la profundidad del concepto de justicia, sino que estamos respondiendo a una situación que, al final, se agotará. 

[photo_footer]La segunda temporada transforma la serie de forma considerable con respecto a la primera. / Fotograma de la serie, Prime Video.[/photo_footer]

Nosotros y nuestros intereses

La segunda temporada representa un cambio que descoloca respecto a la primera. Cambio de algunos personajes, cambio de trama y de escenario, a medida que se van desvelando aspectos que conectan con la historia de la primera temporada. De hecho, se da a entender que su transcurso es paralelo en algunos momentos. Aquí todo se vuelve mucho más personal y, como tal, sirve para meditar sobre las profundidades de lo humano.

Lo que resulta trágico de toda la acción es que lo que se suponía que debía de ser una herramienta para que quienes habían salido a servir lejos pudieran regresar y ser bienhallados, acaba siendo una herramienta de especulación y beneficio para todos. Los empresarios la quieren para enriquecerse. El ejército para no devolver a reclutas a sus filas. El veterano para superar su frustración personal. Y la extraña que sustituye a Roberts en el papel de protagonista femenina, para sentirse realizada, amada, a pesar de que carece de convicción.

Por eso, muchos de nuestros esfuerzos por elaborar utopías repletas de derechos y libres de sufrimiento, acaban en nuestras peores distopías hechas realidad. ¿Cuántos, bajo un conjunto de siglas, han puesto en jaque a toda la humanidad? ¡Y qué ingenuo es pensar que lo han hecho solos!

Si hay un Babel, también hay una Jerusalén celestial. Y en ella, dice el texto (Ap. 21:10) nos sabemos bienhallados de verdad, ya no expuestos a los entresijos de nuestra propia condición, por la fe del evangelio.