El dios escindido

En aquella comunidad cristiana se predicaba del incondicional amor de Dios.

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Paralelamente, y a partes iguales, se hablaba de la inapelable justicia divina.

De tal modo que Dios aparecía como un ser en conflicto interno.

Por un lado, le tensionaba la ley y por otro la Gracia. Una personalidad escindida. Mientras te condenaba te salvaba, o mientras te salvaba te condenaba, quedabas en un bucle mórbido.

El saldo conclusivo de toda predicación en esa comunidad era que el oyente debía ser condenado por tan justa ley y endeudado por tan desprendido favor divino.

Aquel dios dividido, como no podía ser de otro modo, producía hijitos perturbados en los que se acercaban a él.

Y Lionel era un muchacho candidato a sufrir las consecuencias de aquel pozo ciego, a asumir un conflicto añadido en su vida si continuaba asistiendo a aquellas reuniones.

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La verdadera Gracia de Dios quiso que saliese a tiempo de aquel laberinto enfermizo. Una voz le clarificó todo.

“En Dios no hay contradicción. De los muchos adjetivos que la Biblia menciona de Él, el de ser justo es uno más. Pero este adjetivo, como todos los demás, está sujeto al único sustantivo que define a Dios: el amor.

Dios se “limita” en humildad a una única definición que antepone a todo. Luego podrás asumir su carácter justo, pero cuando estés bajo el manto de su Gracia”.

A tiempo, a tiempo salió Lionel de aquella zona de peligro, no volvió a pisar aquella iglesia tóxica por muy cristiana que se tuviese. Supo lo suficiente de Dios como para que no le engañasen sus profetas.

Y es que todos hemos de velar por nuestro destino eterno, pero también por nuestro equilibrio interno. Quienes lo amenacen no merecen ser escuchados, aquellos que “ni entran ni dejan entrar a los que están entrando”.