El carné del arrepentido

Érase una vez una comunidad de arrepentidos, que lo tenía todo lamentado.

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Todos retenían en la memoria aquel día en que se arrepintieron de todos sus pecados.

Una acción por la que la divinidad quedó endeudada sin más alternativa que concederles el perdón.

La gran baza era que contaban con la Gracia y la Misericordia de Dios.

El proceso de entrada en la comunidad consistía en rellenar un formulario en el que se contestaba a la pregunta “¿alguna vez usted ha sentido algún leve resquemor por algo?”

A continuación, y sin más requisitos se le expedía al candidato un carné con foto, “el carné del arrepentido con derecho a perdón”.

La garantía de esta especie de seguro venía respaldada por un sinnúmero de promesas bíblicas donde la divinidad se compromete unilateralmente a perdonarlo todo.

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El tema es que los socios de esta comunidad, a pesar de contar con el carné que lo garantizaba, pues no acababan de sentir paz, condición que en principio también prometía la póliza del perdonado arrepentido.

Continuaron así de insatisfechos hasta que un día les visitó un orador infiltrado.

— Os habéis dejado engañar por ciegos guías de ciegos. Estar apuntados como socios en vuestra comunidad no asegura nada de lo que os prometen. Nada obliga a Dios a perdonaros, por mucho que esté vuestra foto al lado del texto “Dios es amor”.

— Pero, entonces… ¿qué?

— Estar convencidos de que sois pecadores no es garantía de nada a efectos divinos, ha de ser el Espíritu Santo quien os convenza de pecado. Es entonces cuando veréis que en realidad os resistís a reconocerlo y empezáis a sentir un pesar incómodo y profundo. Corred a Dios y dejad que Él haga. Quizá Jesús pase hoy por vuestra calle.

P.S.: No es lo mismo “haberse arrepentido” que vivir arrepentidos.