Insoportable luz

Un hombre, un solo hombre logró convencer a Dios de que el juicio por el que se le destinaba al infierno era completamente improcedente.

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No sabemos cómo lo logró, ignorábamos que la divinidad pudiese ser cuestionada en cuanto a los juicios que practica.

Tampoco sabemos qué clase de hombre sería aquel que supo ver un flanco débil en Dios, pero sí sabemos que era un impío de cuidado.

¿Cómo pudo colar este gol? ¿Con sofismo? ¿Con habilidad parlante? ¿Por su favorecido aspecto físico? ¿Por enchufe familiar? ¿Con dinero? No sabemos.

Así fue como se coló en el cielo el único impío a gozar las glorias divinas.

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¡Bueno! ¡Eso de glorias habría que verlo!

Pronto fue alistado en el ejército de los cielos para luchar en el frente.

Él se imaginaba sorbiendo batidos de fresa con una pajita mientras flotaba suspendido en una nube.

Aquello era un sin vivir, siempre luchando, trabajando, una existencia insufrible, servil.

Enfermó, y estuvo a punto de fenecer rodeado de las glorias de aquel lugar. Le molestaba la luz, no había quien la apagase, era insoportable.

Cuando el padecimiento se hizo tan extremo le hubieron de llevar corriendo, a toda prisa, al infierno de los impíos. Allí, allí se recuperó, allí estuvo mejor.

Para el que no ama, el cielo es un lugar más terrorífico que el mismo infierno.

Dios libra a los creyentes del infierno y a los impíos del cielo.