Pide el Espíritu Santo

Érase una vez un padre que no era bondadoso ni malvado, ni fuerte ni débil, ni valiente ni cobarde, ni piadoso ni impío, ni generoso ni tacaño, ni apasionado ni apático, era de todo y no era de nada.

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Su hijo se sabía querido por él, como ocurre con todos los niños que reciben de sus padres pan, pescado o huevo en lugar de piedra, serpiente o escorpión.

La madre dejaba crecer al hijo en ese saber.

Hasta aquel día en que le vio extender su mano a la de un extraño para ser llevado, en lugar de buscar la del padre. Decidió intervenir.

— Tu hijo es un mal escolar que está sacando pésimos resultados. Necesita una severa corrección.

El padre que podía haber sido compasivo o castigador, esta vez escogió lo segundo y le dio una soberana paliza.

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Mientras, la madre encogía su corazón. Pero es raro que una madre no sepa lo que hace.

Desde entonces el hijo conoció a su padre y se puso también sobre aviso de extraños. Aceptó que su padre fuese o dejase de ser lo que quisiera, pero no podía ser que amase y no amase a un tiempo.

En lo sucesivo le respetó y temió a partes iguales, era su padre, y siguió creciendo sano con el pan servido, el pescado y el huevo.

“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” Lucas 11:13