Los humanos de los tiempos bíblicos debieron estar más familiarizados con las tortugas terrestres que con las acuáticas.
Algunos autores opinan que la palabra hebrea tsab, צָב, que únicamente aparece en Levítico 11:29 traducida según las distintas versiones como “rana”, “lagarto” e incluso “cocodrilo”, se referiría en realidad a la “tortuga”.
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Al parecer, llegan a dicha conclusión porque el significado literal de este término sería “movimiento lento”.
Además, el sentido que se le da a tsab en otros textos, como “carros cubiertos”, “carretas” o “literas”, supuestamente indicaría también que tales coberturas se refieren a la tortuga y a su típico caparazón (Nm. 7:3; Is. 66:20).
Sea como fuere, en Tierra Santa se conocen hoy, sin contar las tortugas de Florida introducidas recientemente, siete especies de tortuga: tres terrestres (Testudo werneri, T. kleinmanni y T. graeca); dos de agua dulce (Mauremys caspica y Trionyx triunguis) y dos marinas (Caretta caretta y Chelonia mydas).
Es evidente que los humanos de los tiempos bíblicos debieron estar más familiarizados con las terrestres que con las acuáticas, aunque las marinas debían arribar cada año a las playas del Mediterráneo para depositar sus huevos.
Las dunas de la costa de Cesarea del Mar, formadas por las muchas toneladas de arena que las corrientes marinas transportan desde la desembocadura del Nilo, en Egipto, constituyen un buen hábitat para dicha operación nocturna.
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La destrucción del hábitat desértico natural donde vive la tortuga del Neguev (Testudo werneri) se debe a la circulación de vehículos todo terreno, sobre todo de entrenamiento militar, que remueven la arena. También a la presencia de especies invasoras, al coleccionismo, a la demanda de animales de compañía, etc., que han contribuido a esta situación crítica.
La zona dedicada al “Zoológico Bíblico” que existe en el zoo de Jerusalén lleva años realizando un programa de reintroducción en la naturaleza con el fin de salvar a esta tortuga del Neguev.
Las reproducen en las instalaciones del zoo y estudian su genoma, mientras que las crías así obtenidas las envían a diferentes zoológicos de Israel y de todo el mundo para que la especie no desaparezca y, finalmente, colocan algunas en un recinto protegido, en medio del desierto de arena de las dunas del Neguev, con el fin de aclimatarlas para su reintroducción definitiva en la naturaleza.
La tortuga mora (Testudo graeca) también está presente en Israel ya que posee una distribución mucho más amplia que las dos anteriores. Se la encuentra en los tres continentes (Europa, África y Asia) y de ella se conocen diecisiete subespecies.
Tres de las cuales habitan en Tierra Santa: Testudo graeca floweri, de las llanuras costeras del sur y al norte del Negev; T. g. terrestris, del centro y norte de Israel y T. g. ibera, de los Altos del Golán y el monte Hermón.
El nombre específico graeca se lo puso Carlos Linneo en 1758 y no se refiere a su origen geográfico, ya que no es muy común en Grecia, sino a la disposición de las placas de su caparazón que le recordaban los mosaicos griegos.
De ahí que muchos herpetólogos prefieran el nombre vulgar de tortuga mora, pues en Mauritania (antigua provincia romana del norte de África) sí era y sigue siendo abundante.
La tortuga mora es una especie muy longeva ya que en cautividad se conocen ejemplares centenarios, aunque en estado salvaje no suele superar los 20 años de edad.
Las hembras son algo mayores que los machos y pueden alcanzar los 18 cm de longitud y 900 g de peso, mientras que éstos sólo miden 15 cm y pesan unos 600 gramos. No obstante, en algunos lugares con abundante alimento, se han encontrado ejemplares de hasta 7 kg.
Sus ojos son saltones como los de las ranas y poseen muy buena visión, pueden distinguir formas y colores e incluso identificar a sus cuidadores humanos. Su sentido de la orientación es muy preciso, si se las aleja unos centenares de metros de su territorio, vuelven al mismo en poco tiempo.
No tienen el oído muy desarrollado pero detectan las vibraciones del suelo. En cambio, el olfato es agudo para buscar comida y localizar a los individuos de sexo contrario. Son reptiles ovíparos, la hembra entierra los huevos en huecos que excava con las patas traseras y al cabo de dos o tres meses nacen las crías.
El sexo de éstas depende de la temperatura ambiental. Si la incubación se ha producido a una temperatura inferior a 31,5ºC nacerán muchos más machos, pero si ha sido superior, habrá más hembras.
En cambio, si la temperatura ha sido inferior a 26ºC o superior a 33ºC se producen malformaciones o la muerte de los embriones.
Las tortugas moras hibernan durante los meses fríos del invierno, previamente dejan de alimentarse durante unos 20 días para poder vaciar completamente su intestino. La hibernación es un proceso fisiológico necesario y muy importante en la vida de las tortugas.
Se entierran o refugian en lugares donde las temperaturas no bajen de los 5º C ni superen los 10º C. Si esto no se consigue, pueden sufrir daños cerebrales irreversibles e incluso la muerte. Ésta es precisamente una de las principales causas de muerte de las tortugas criadas en cautividad.
Los reptiles quelonios o tortugas han llamado desde la más remota antigüedad la atención del ser humano. Debido a su lentitud, su duro caparazón córneo protector y al hecho de ser animales tímidos, inofensivos y longevos, se les ha venido capturando y criando en cautividad.
De su caparazón se hicieron numerosos objetos cotidianos así como cajas de resonancia para instrumentos musicales. Incluso fueron empleadas como alimento para el ser humano, bajo el pretexto de que su carne era altamente nutritiva y, según la Iglesia Católica, una de las pocas que se podía consumir en los días de abstinencia.
Desde luego, esto no era así para los hebreos ya que se trataba de un animal impuro, como todos los reptiles, y según las prescripciones del Levítico, no se podía comer.
Según la mitología griega, el dios Hermes mató a una tortuga para obtener su caparazón y con unas cuerdas de tripa de oveja, junto a los dos cuernos de un antílope, inventó la primera lira que fue regalada a Orfeo.
Los griegos de la antigüedad creían que cuando Orfeo tocaba su lira, la música hacía que las fieras se calmaran y las personas se reunieran para oírla, permitiendo así que sus almas descansaran.
Se han encontrado muchos caparazones de tortuga en las tumbas antiguas ya que, al ser animales muy longevos, se les relacionaba con la eternidad.
En algunas obras pictóricas, aparecen representadas las tortugas y, en ciertos casos, resulta posible identificar con certeza que se trataba de la tortuga mora (Testudo graeca).
También la literatura abunda en ejemplos de estos animales, como la famosa fábula de la liebre y la tortuga del escritor de la Antigua Grecia, Esopo (600 a.C.-564 a.C.), en la que se resalta el orgullo y la prepotencia de la liebre que menospreciaba a la lenta pero constante tortuga y se burlaba continuamente de ella.
Hasta que cierto día, la tortuga le propuso a la liebre algo inaudito, hacer una carrera entre ambas. Esto sirvió para que la veloz liebre se burlara todavía más de la tortuga. “¿Cómo pretendes vencerme si eres uno de los animales más lentos?”
Sin embargo, aceptó el reto propuesto por el reptil y, después de haberle adelantado velozmente, al comprobar lo despacio que caminaba la tortuga, se paró antes de llegar a la meta porque creyó que tenía tiempo suficiente para dormir o echar una cabezadita. No obstante, al quedarse profundamente dormida, no se dio cuenta de que la paciente tortuga en su continuo avance la había adelantado, siendo la primera en cruzar la meta.
La aplicación es evidente: no seamos orgullosos, no menospreciemos nunca a los demás, no nos burlemos jamás de las personas. El exceso de confianza y la pereza pueden malograr nuestros objetivos.
También el Señor Jesús años después, refiriéndose a los niños, dijo: “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 18:10).
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