No deja de ser sorprendente la innumerable cantidad de ‘imitaciones’ con las que se vive esta vida, con las que se pretende olvidar ese concepto bíblico tan relevante como es el de “vivir”.
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Una de las últimas grandes puestas en escena del cine británico es la película de Philip Barantini Hierve (en inglés, Boilling point). Son muchos los elementos que llaman la atención en este film. El cartel prescinde de rostros conocidos y echa mano de algunas de las revelaciones que han ido apareciendo en los últimos años en Reino Unido, como Stephen Graham, sublime en su interpretación de Al Pacino en Broadwalk Empire.
Además, la cinta de Barantini, que trabajó como actor en Band of brothers y que ya había dirigido otras películas, como Villano (2020), es peculiar a nivel visual, habiendo sido rodada en un solo plano secuencia, tal y como presume en su publicidad Filmin, la plataforma que tiene sus derechos en España. Esto, junto con la notoria ansiedad que sufre el protagonista, el chef de un restaurante con estrella Michelin, dota a la película de un ritmo intenso. Nada que ver con la gran mayoría de películas que ocurren en el escenario de una cocina, muchas de ellas comedias románticas con un par de rostros conocidos y una historia superflua.
De hecho, en Hierve la cocina no es un escenario recreado para dar paso a una historia que podría tener lugar en cualquier piso de Manhattan, sino que se convierte en un elemento descriptivo de un estilo de vida concreto pero muy generalizado en nuestro contexto. No me refiero al estrés y a la ansiedad, sino a ese torbellino de decepciones, emociones y encontronazos, que parece arrastrar a los individuos a su antojo y al que muchos catalogan como ‘la vida’.
[photo_footer]Stephen Graham, uno de los actores británicos que ha generado más expectativa en los últimos años, interpreta al abatido protagonista de la película de Barantini. / Fotograma de la película, Filmin.[/photo_footer]
En la película, la cocina es mucho más que un escenario. Es un elemento de atracción que imbuye al espectador en un estado tensión y descontento permanente. Sin embargo, el filón es el personaje al que da vida Graham: un reputado chef de restaurante con estrella Michelin, reconocido en el mundo de la alta cocina londinense y, al mismo tiempo, cargado de problemas familiares que el guion no detalla porque tampoco acaba resultando necesario hacerlo. El mensaje de que nos encontramos ante esa clase de ‘ser abatido’ se capta desde el inicio del plano en el que, presumiblemente, está rodada toda la película.
Es fácil asumir la sensación de que el personaje se encuentra fuera de lugar en todo momento. No parece sentir gusto por nada de lo que hace, ni hay palabras de consuelo a su alrededor. Sus ataques de irritación no responden a situaciones que acaban de ocurrir, sino que tienen una expresión más compleja, y él mismo acaba encarnando la pena, la angustia y la ira en aquellos que lo observan.
La reflexión que plantea la película de Barantini va más allá de los mensajes positivos acerca del estrés laboral o del hecho de vivir para trabajar, aunque imagino que habrá quién extraiga utilidad de la película en este sentido. Cuando pienso en su trasfondo, observo en la película un crudo retrato del sentido con el que muchas personas transitan esta vida, sin encontrar nunca su lugar. Pero tampoco los creyentes somos siempre ajenos a esta clase de sentimiento. Me pregunto si algo parecido estaba en la mente del salmista cuando se veía a sí mismo afrontando su existencia como un “forastero” (RVR 1960), como un “extraño” (NVI) ante Dios (Salmo 39:12).
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La gran cuestión que remarca Hierve tiene que ver con el concepto de vida y qué se entiende por ello. Precisamente por eso es que la película tiene un sabor amargo desde bien temprano. Porque, a la pregunta de qué es vivir, presenta una respuesta devastadora y realista. Su historia, tan peculiar como general, no es otra que la de aquellos que viven como si no vivieran. La de quienes han vivido como si fuera la vida un torbellino vacío de sentido y repleto de dolor, que arrastra de forma aleatoria pero que destruye sin opción.
[photo_footer]Aunque el chef al que da vida Graham es el protagonista, todo los personajes que intervienen en la historia tienen serios problemas vitales. / Fotograma de la película, Filmin.[/photo_footer]
Y es que, no deja de ser sorprendente la innumerable cantidad de ‘imitaciones’ con las que se vive esta vida, con las que se pretende olvidar ese concepto bíblico tan relevante como es el de “vivir”. Trabajos, amores y un largo etcétera, que a la larga no sirven para engañarse y evadir esa falta de ubicación, ese sentido de encontrarse fuera de lugar.
En la Biblia, leemos a Jesús haciendo una clara distinción entre la muerte y la vida. Cuando habla con los líderes judíos les refiere su ‘muerte en vida’ por estar alejados de él (Juan 5:40). Ante la muerte de su amigo Lázaro afirma que el hecho de vivir depende, en realidad, de creer en él. Porque él es la fuente de la única vida plena. Él encarna esa vida completa que no puede ser arrastrada por el torbellino de esta ‘vida’ y que encuentra su lugar preciso en la eterna presencia del Padre. Es únicamente en él que podemos definir, como Pablo, que “el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21).
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