El sicómoro tiene una antigüedad de dos milenios y se le relaciona con el árbol al que se subió Zaqueo para observar mejor a Jesús.
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Y sucedió que un varón llamado Zaqueo,
que era jefe de los publicanos, y rico,
procuraba ver quién era Jesús;
pero no podía a causa de la multitud,
pues era pequeño de estatura.
Y corriendo delante,
subió a un árbol sicómoro para verle;
porque había de pasar por allí. (Lc. 19:2-4)
Las palabras hebrea shiqemah, שִׁקְמָה, y su plural shiqemim, שִׁקְמִים, aparecen varias veces en la Escritura (1 R. 10:27; 1 Cr. 27:28; 2 Cr. 1:15; 9:27; Sal. 78:47; Is. 9:10; Am. 7:14) para indicar siempre un árbol de la familia de las Moráceas, el sicómoro (Ficus sycomorus).
En algunas versiones en español fue traducido erróneamente por “cabrahígos”, “higueras”, “higueras silvestres” o incluso “flores del campo”. Sin embargo, todos estos textos se refieren al sicómoro que antiguamente era uno de los árboles más abundantes de Palestina.
Así es como lo tradujo la versión de los LXX, y en el Nuevo Testamento aparece en griego también como sykomoraía, συκομωραία o sicómoro (Lc. 17:6; 19:4).
Se trata de un árbol que es pariente de las higueras cuyas hojas poseen forma acorazonada y sus frutos rosados parecen higos. Los mayores ejemplares pueden alcanzar los 20 metros de altura y su copa es amplia, extendiéndose en un diámetro de entre 18 y 24 metros.
Uno de los sicómoros más famosos que existen hoy está ubicado casi en el centro de Jericó (en la plaza Al-Jummezeh) y constituye una de las atracciones turísticas que ofrece esta pequeña ciudad, gobernada por la Autoridad Palestina de Cisjordania.
Se dice que tiene una antigüedad de dos milenios y se le relaciona con el árbol al que se subió Zaqueo para observar mejor a Jesús. Desde luego, si no fue este ejemplar, el auténtico debió ser un congénere muy similar.
Antiguamente solían plantarse sicómoros junto a los caminos con la finalidad de que dieran sombra contra los ardientes rayos del sol. Sus robustas ramas eran muy adecuadas para hacer lo que hizo Zaqueo, subirse a ellas.
Eran árboles muy abundantes en Egipto (Sal. 78:43-47) así como en la llanura de Judea (1 R. 10:27; 1 Cr. 27:28; 2 Cr. 1:15; 9:27) y a lo largo del valle del Jordán (Lc. 19:4). Incluso se encontraban en la costa mediterránea ya que a la moderna ciudad de Haifa se la conocía como “Sicaminopolis” o ciudad de los sicómoros.
El propio profeta Amós era “cultivador de sicómoros” (Am. 7:14, LBLA) y se dedicaba a recolectar sus frutos, a los que se pinchaba dos o tres días antes de la recolección con el fin de hacerlos más blandos y comestibles.
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Al tratarlos así, se volvían más jugosos, dulces, aromáticos y de sabor agradable. Estos frutos llegaron a ser tan importantes para los hebreos que David formó un cuerpo de guardias, a las órdenes de Baal-hanán gederita, con la única misión de vigilar los olivares y sicómoros en la Sefela (1 Cr. 27:28).
El auténtico sicómoro de Tierra Santa (Ficus sycomorus) no debe confundirse con otros árboles también llamados vulgarmente así, pero pertenecientes a otros géneros diferentes que nada tienen que ver con él, como el sicómoro europeo (Acer pseudoplatanus), el sicómoro americano (Platanus occidentalis), el sicómoro de California (Platanus racemosa) o el sicómoro de Arizona (Platanus wrightii).
El verdadero sicómoro es un árbol originario del África central, donde se le encuentra en estado natural desde el Senegal hasta Namibia y el nordeste de Sudáfrica. Aparece espontáneamente al sur de Arabia, en Madagascar, Egipto, Chipre, Líbano e Israel.
Las hojas del Ficus sycomorus tienen forma de corazón (cordiformes) y son ásperas al tacto, de color verde oscuro, midiendo unos 14 cm de largo por 10 de ancho, y disponiéndose en espiral alrededor de la rama. En el envés verde claro se aprecian bien las prominentes nervaduras foliares.
Los frutos del sicómoro son pequeños higos comestibles (de 2 a 3 cm de diámetro) cuya coloración cambia del verde al amarillo rosado. Nacen durante todo el año, dispuestos en racimos que crecen directamente sobre el tronco.
La flor resulta invisible puesto que está dentro del higo, apareciendo las masculinas y las femeninas en higos diferentes. Por lo que se requiere de la intervención de una pequeña avispa (Ceratosolen arabicus), capaz de penetrar en cada higo, para realizar la necesaria polinización.
[photo_footer]Las hojas tienen forma de corazón (cordiformes) y son ásperas al tacto, de color verde oscuro, midiendo unos 14 cm de largo por 10 de ancho, y disponiéndose en espiral alrededor de la rama. Son aptas para el consumo del ganado. / Antonio Cruz.[/photo_footer]
Aunque este pequeño insecto hace tiempo que desapareció de Egipto, no hay duda de que en tiempos bíblicos había sicómoros en dicha región ya que se han encontrado numerosos ataúdes egipcios hechos con su madera.
De todas formas, es un árbol fácil de reproducir mediante esquejes, o ramitas de un dedo de grosor por unos 15 cm de longitud, que se plantan en macetas adecuadas y, después de regarlas convenientemente, brotan en unas pocas semanas.
Tanto los frutos como las hojas se han usado como alimento para el ganado vacuno y caprino ya que suelen mejorar la calidad de su leche. Con las fibras de la corteza se fabricaban cuerdas muy resistentes y el látex se usaba para combatir la tos, eliminar verrugas y desinflamar los ganglios del cuello.
Los egipcios relacionaban los sicómoros con la diosa Isis y la representaban con forma de árbol pero amamantando al faraón Tutmosis III. Debido a su madera resistente, lo relacionaron con la muerte y la supervivencia en el más allá, plantando sicómoros junto a las tumbas y confeccionado féretros con su madera blanda y ligera, pues se creía que así el difunto era acogido por los dioses.
La historia de Zaqueo el publicano, a que se refiere la lectura inicial del evangelio de Lucas, ocurrió en la ciudad de Jericó, a orillas del Jordán. Era un importante enclave geopolítico y aduanero de la antigüedad, además de una de las regiones más fértiles por su abundancia de agua.
Contaba asimismo con un palacio herodiano y Zaqueo era el jefe de los publicanos en aquella ciudad. No obstante, el hecho de ser muy rico -como consecuencia del abuso en los impuestos que cobraba para Roma- le hacían también muy despreciable entre la población judía.
A pesar de todo, Jesús confirma que el Evangelio puede ablandar el corazón más duro y cambiar radicalmente a las personas. La curiosidad de Zaqueo por ver bien al Maestro, le llevó -como hubiera hecho cualquier niño o adolescente- a subirse sobre un árbol sicómoro.
Él era bajito. Algunos calculan que, teniendo en cuenta la media de altura de la población hebrea del momento, debía medir más o menos un metro y medio. Trepar a una higuera es fácil y también a un sicómoro que son de la misma familia.
[photo_footer]Los frutos del sicómoro son pequeños higos comestibles (de 2 a 3 cm de diámetro) cuya coloración cambia del verde al amarillo rosado. Nacen durante todo el año, dispuestos en racimos que crecen directamente sobre el tronco. / Antonio Cruz.[/photo_footer]
Lo que Zaqueo no se esperaba, es lo que precisamente ocurrió: al pasar por debajo, Jesús levantó los ojos a la rama del sicómoro y le dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa” (Lc. 19:5).
El pequeño hombre quedó impresionado, su duro corazón se llenó de alegría y empezó a cambiar. Jesús lo llamó por su nombre y sólo un profeta podía hacer algo así. Tenía interés por conocer a aquel publicano y redimirlo porque, en realidad, es siempre Dios quien busca al hombre y no al revés.
Además, el rabino galileo se invitó a sí mismo a la casa de un publicando pecador, algo que rompía con las normas morales de la época y la cultura. Ningún hebreo osaba convidarse él mismo al hogar de un desconocido y menos aún si éste era un pecador manifiesto.
Frente a tanta irregularidad protocolaria, el curioso Zaqueo reaccionó recibiendo a Jesús en su casa con mucho gozo.
Pronto empezaron las murmuraciones contra el Maestro por haberse sentado a la mesa del publicano, saltándose todas las normas judías. Sin embargo, aquel encuentro le cambió la vida para siempre al recaudador de tributos. Zaqueo reconoció a Jesús como Señor (como Adonai, término exclusivo de Dios).
Donó la mitad de sus bienes a los pobres y si en algo había defraudado o robado a alguno, con la otra mitad que le quedaba de su patrimonio, le devolvería cuatro veces más. Reconoció públicamente que había sido un ladrón.
Esta es la primera señal de su arrepentimiento sincero. Se empobreció económicamente pero se enriqueció espiritualmente porque empezó a formar parte del Reino de Dios. Aquella buena obra no le salvó sino todo lo contrario, la pudo hacer porque ya había sido salvado.
Su vida cambió radicalmente al encontrarse con Jesús, demostrando que, después de todo, sí es posible para el Señor hacer que un camello pase por el ojo de una aguja.
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