Si los legados personales se construyen “pieza a pieza”, como escribe David Lowery en su película más fantasmagórica, entonces somos los seres “más desdichados”, como decía Pablo.
Es de agradecer cuando en el cine se conecta bien un elemento de conocimiento popular con una historia de sentido profundo. Y en 2017, David Lowery rescató la tradicional figura del fantasma de la sábana blanca y la cadena con la bola de hierro (en su caso sin este complemento), para hablar de memoria. De nuestra memoria. O, más bien, de la individual, en lugar de la colectiva.
Fue una compañera del trabajo en el que me encontraba entonces la que me habló de su A ghost story, una cinta que comienza con los elementos clásicos de un romance dramático pero pronto muta a un formato que roza la fantasía, con matices de drama histórico y sin apartarse del todo de la historia de amor del principio como componente central.
El director, que se declara como ateo, es el hijo mayor de Mark Lowery, un profesor de teología católica que ha trabajado durante 27 años en la Universidad de Dallas. Además de dirigir la película, también escribe el guión. Él es el autor de la idea principal alrededor de la cual gira el argumento y que recoge con más fuerza su pensamiento: “Construimos nuestro legado pieza a pieza y quizá todo el mundo te recuerde, o solo un par de personas, pero haces lo que puedes para asegurarte que sigues alrededor cuando te has ido”.
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La pregunta que afronta Lowery en su película es la de si alguna vez nos vamos del todo. Es llamativo que el director vincule esta cuestión con el hecho de la muerte, cuando en otros filmes se relaciona más bien con la distancia, el fin de una relación o la nostalgia de una etapa que ya acabó.
[photo_footer]Rooney Mara y Casey Affleck son los grandes nombres del reparto en la película de Lowery. / Fotograma de la película, Netflix.[/photo_footer]
De esta manera hace evidente que busca plantear algo más trascendente a la vida. Y la figura de un fantasma merodeador, que vaga alrededor de su amada, y que otras veces parece viajar en el tiempo para conocer a los otros inquilinos que habitaron la misma casa, le da una apariencia casi espiritual. Pero, en realidad, Lowery está centrado en su preocupación por el legado que se deja. Sino nos vamos del todo, ¿qué es lo que queda? ¿Se puede influir en eso que dejamos?
[destacate]En una parte de mis recuerdos he plasmado lo que me hubiera gustado que hubiese sido, más que lo que fue, y de esta manera he dado forma a lo que realmente nunca fue.[/destacate]Para el cineasta la memoria de uno se traduce en unas palabras, una nota en el dintel de una puerta, los objetos que uno deja y la forma en la que se relacionan con ellos quienes nos sobreviven. Pero uno no puede evitar preguntarse si es eso realmente memoria: una canción que se reproduce para recordar algo, un jersey que se huele, una foto en la mesilla.
No puedo evitar pensar que en una parte de mis recuerdos he plasmado lo que me hubiera gustado que hubiese sido, más que lo que fue, y de esta manera he dado forma a lo que realmente nunca fue. Es esa memoria que merodea en nuestras vidas, unas veces por la necesidad de consuelo, otras veces porque ya nos hemos acostumbrado a ella, pero que no nos traslada completamente al sentido de la vida de la persona o la circunstancia que se recuerda, sino que da una visión un tanto caprichosa.
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¿Qué es recordar algo, a alguien? ¿Para qué nos sirve la memoria de las cosas? ¿No proyectamos constantemente en ella también esa vanidad de querer ser y haber sido? A veces, es simplemente inevitable descubrirse a uno mismo pensando en cómo se pensará sobre él mismo cuando ya no se pueda expresar, describir o detallar.
[photo_footer]Lowery, el director de la película, es el hijo mayor de un retirado profesor de teología católica en la Universidad de Dallas. / Fotograma de la película, Netflix.[/photo_footer]
La Biblia también habla de nuestra memoria de las cosas, pero no titubea como el planteamiento de Lowery en su película con el fantasma que deambula. El texto bíblico indica que también hay un propósito concreto para recordar y desarrollar una memoria de las cosas. Por ejemplo, cuando habla de cómo relacionarse en cierto sentido con la palabra de Dios.
Tampoco se olvida de la dimensión individual de la memoria: “La memoria del justo será bendita” (Proverbios 10:7). Esta promesa se contrapone a ese legado que se construye "pieza a pieza" del que hablaba Lowery. Invita a vivir no con la angustia del esfuerzo que supone diseñar una serie de recuerdos que garanticen la retribución de la memoria que uno quiere que le apliquen cuando ya no esté, sino a confiar en la memoria que se le atribuye. Y esto también es algo maravilloso en lo que meditar, en que hay gracia incluso en nuestro memoria, y que podemos ser recordados por gracia.
La memoria que Dios nos aplica no tiene que ver con una vida vivida en el pasado, basada en esfuerzos que confieran una imagen que no se acaba de corresponder del todo con lo que en realidad fue. Su memoria acerca de nosotros tiene que ver con un conocimiento eterno (Salmo 139:16) que solo Él honra.
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