Llave única

El hombre se hizo del polvo de la tierra, y le llevó trabajo al Creador, no fue fácil. Bueno, quizá costó más hacer el insecto palo, aunque… no entremos en detalles.

Se componía de una mecánica visible, de órganos reparables, modificables, podía ser mejorable y a nadie molestaba que se interviniese si hacía falta.

Pero se le añadió un órgano de elaboración complejísima, invisible, se trabajó en su interior virtuosamente, un órgano delicado, sensible, valioso, rico, cálido, deseado…

El Hacedor le fabricó una puerta, por la que Él mismo salió al terminarlo. Cerró aquella puerta con llave.

Llave que quedó un tiempo en su mano temblorosa y sudorosa.

Retenido ante la puerta, vino sobre sí todas las consecuencias que acarrearía lo que decidiese.

Esa llave iba a ser la causa de toda la felicidad del hombre o de toda su desgracia, de su ventura o de su tragedia.

Depende de dónde estuviese, si en posesión del Hacedor, o en posesión del hombre.

Si quedaba en mano del Creador, en cualquier momento podía entrar y retocar lo que se hubiera estropeado, pero ya digo, aquel órgano era especial.

Destrozado, hizo lo que había determinado:

― Prefiero que conozcan el amor.

Y lanzó la llave por una rendija al interior de ese órgano, llave única de la que no había copia.

Ya solo se podía abrir desde dentro por su dueño, ningún otro hombre ni Dios mismo tendría acceso a él.

Dios acababa de fabricar el corazón del hombre, al que un día llamaría a su puerta.