La púrpura no es tan pura

Todo hombre que tenía azul, púrpura, carmesí,

lino fino, pelo de cabras, pieles de carneros teñidas de rojo,

o pieles de tejones, lo traía. (Ex. 35:23)

La palabra hebrea argamán, אַרְגָּמָן (en arameo, argewán, אַרְגְּוָן), que se refiere a la “púrpura”, aparece en varios lugares de la Biblia (2 Cr. 2:7; Dn. 5:7, 16, 29; etc.)

Fue traducida al griego de la Septuaginta como porphyra, πορφύρα, que se refería a ciertos moluscos del mar Mediterráneo de la familia Muricidae, y posteriormente al colorante que se extraía de ellos.

Finalmente, pasó a designar las ropas que se teñían con dicha tintura de origen animal (Mc. 15:17, 20; Lc. 16:19; Ap. 18:12).

La púrpura aparece en más de 50 versículos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y se refiere siempre al tinte de color rojo purpúreo a morado, que era muy apreciado y costoso en los tiempos bíblicos.

Su precio era tan elevado que únicamente los reyes y la clase alta podían vestirse con semejante color (Est. 8:15; Pr. 31:22; Dn. 5:7; Lc. 16:19; Ap. 17:4).

Los fenicios fueron los principales productores de púrpura ya que eran buenos conocedores del mar y de las propiedades de sus especies animales. Se cree que la púrpura ya se extraía en Creta hacia el año 1600 a. C. Los judíos se limitaron a comprarles este lujoso producto y a concederle mucho valor simbólico.

Como era un típico atuendo real, el propio Jesús fue escarnecido por la soldadesca romana, colocándole un manto de púrpura -quizás de algún oficial romano- para burlarse de la pretensión de que él fuese realmente un rey (Mc. 15:17; Jn. 19:2).

En el Nuevo Testamento, se indica también que Lidia, de la ciudad de Tiatira, era vendedora de púrpura ya que en dicha ciudad de Asia Menor había una industria gremial de tintoreros.

En ella se han encontrado numerosos testimonios de su industria textil ligada a la tintorería. Al parecer, eran las mujeres quienes extraían los colorantes de las diversas especies de moluscos marinos y también de ciertas raíces de origen vegetal.

En general, se trataba de un trabajo minucioso y duro que en Roma se consideraba propio de esclavos. La materia prima extraída de las pequeñas caracolas marinas, o de las raíces de ciertas plantas como la rubia roja (Rubia tinctorum), era triturada, salada y posteriormente cocida.

A este material, según explica Plinio el Viejo, se le añadían posteriormente otras sustancias, llamadas medicamenta, como la propia orina humana, que servían para fijar el color en la fibra y hacerlo permanente.

Después de que toda esta mezcla fermentara convenientemente, se introducía en ella la lana de las ovejas con la finalidad de teñirla. Transcurrido el tiempo suficiente, se extraía y se secaba al sol para que la fibra adquiriera brillo y consistencia.

Lógicamente, en función de los materiales orgánicos que se utilizaban, todo el proceso desprendía un desagradable olor que solía caracterizar a tales industrias. De ahí que las tintorerías se construyeran fuera de las ciudades y a los obreros que trabajaban en ellas (generalmente esclavos de Roma) se les consideraba sucios y apestosos.

Los tintes de púrpura obtenidos de una secreción de las branquias de las caracolas marinas se consideraban de mayor calidad que aquellos de origen vegetal y esto influía en los distintos precios.

Se requería un kilogramo de estas glándulas para obtener unos 60 gramos de tinte y se precisaban 200 gramos de este tinte para teñir un kilogramos de lana.

El problema ecológico era que para conseguir un kilogramo de branquias hacían falta unas 50.000 caracolas. De ahí que un solo gramos de tinte costara lo mismo que 20 gramos de oro.[1]

En el sitio arqueológico que antiguamente fue el puerto de la antigua Ugarit (hoy Minet el-Beida) se han descubiertos enormes montones de caracolas de estas especies.

Otra especie de molusco gasterópodo empleada en la antigüedad como fuente de púrpura es la caracola Stramonita haemastoma, llamada también Thais haemastoma. Pertenece asimismo a la familia Muricidae y puede encontrarse por todo el Mediterráneo y en el Atlántico, cerca del litoral y hasta los 30 metros de profundidad.

Suele ocultarse en las praderas de posidonias donde ataca a sus presas o se alimenta de carroña. Actualmente es una especie protegida y, si se la pesca accidentalmente, hay que devolverla al mar o mantenerla en un acuario hasta que su liberación sea posible.

Otra fuente de púrpura, aunque de menor calidad, era la raíz de la rubia roja (Rubia tinctorum), una especie vegetal perteneciente a las plantas fanerógamas (que producen semillas).

Se trata de una trepadora presente hasta hoy en Israel y en casi toda la cuenca mediterránea que crece hasta un metro de altura. Su raíz es rojiza como consecuencia de la presencia de un pigmento llamado “rojo de alizarina”, que ya era conocido por los antiguos egipcios 2500 años a. C.

Agustín de Hipona (353-429) mencionó la púrpura en uno de sus comentarios a las palabras del salmista: “matará al malo la maldad” (Sal. 34:21), que algunas versiones protestantes traducen como “la maldad destruye a los malvados” (NVI).

Ante las objeciones de algunos de sus contemporáneos, acerca de que a muchos malos les va bien en la vida mientras que a los buenos no siempre, el gran teólogo escribió:

“Hay muchos que se cuestionan estas palabras y se quedan perplejos, preguntándose: ¿Acaso los que murieron devorados por las fieras no eran justos? Y tuvieron una muerte horrenda.

En cambio he visto a otros de quienes conozco bien sus crímenes y pecados, morir en edad avanzada plácidamente en su casa y en su lecho, sin padecer la menor persecución.

Atiende: Lo que visto desde fuera te puede parecer una buena muerte, lo verías muy distinto si miraras desde su interior. Por fuera lo ves descansando en paz, recostado en su lecho, pero ¿sabes que por dentro su alma está siendo arrastrada al infierno? (...) Recordad la parábola de Lázaro y el rico: El uno vestido de púrpura y lino fino, el otro tirado en la puerta cubierto de llagas.

Pero cuando llegó la hora de su muerte, el mendigo fue llevado por los ángeles al seno Abrahám y el rico a los tormentos. Cualquiera que hubiera visto el cuerpo muerto de aquel pobre mendigo tirado a la puerta del rico, sin que nadie le diera sepultara ¿qué pensáis que diría de él?

Hermanos, si somos cristianos, creamos lo que el Señor dijo; pues las cosas son tal como el Señor las dijo, y la fe ha de guiarnos y conducirnos a entenderlas.

¿Qué clase de muerte creéis que tuvo el rico? Seguro que la más lujosa y pomposa que se le podía dar. En su lecho, vestido de púrpura y lino fino. ¿Con cuántos aromas pensáis que ungieron su cadáver para la sepultura?

Y sin embargo, estando en los tormentos, imploraba que el dedo de aquel pobre Lázaro despreciado depositara una gota de agua en su lengua abrasada, pero le fue denegado (Lucas 16:19-26). ¿Os dais cuenta de lo que ello significa? “Horrenda es la muerte del pecador”. No sintáis la menor envidia de los lechos mortuorios cubiertos de sedas, y los cadáveres adornados con joyas, con la familia llorando a su alrededor y las multitudes silenciosas siguiendo el cortejo fúnebre en señal de respeto cuando es transportado a un mausoleo de mármol erigido especialmente en memoria del difunto.

Pues si reparáis tan solo en esto, acabaréis concluyendo que la muerte de muchos rematados tiranos, criminales y asesinos ha sido la mejor que puede haber. Pero si creéis lo que dice el evangelio, vuestra fe os responderá que su alma está ardiendo entre los tormentos, y que de nada les han valido todos los homenajes y exequias que aquí en la tierra se hayan tributado a su cadáver”.[2]

[1] López Melero, R. 2011, Breve Historia del Mundo Antiguo, 2ª Ed., Editorial Universitaria Ramón Areces, p. 179.

[2] Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 884.